Los magos de Hitler. Jesus Hernandez

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Los magos de Hitler - Jesus Hernandez General

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de los ochocientos mil votos conseguidos en los anteriores comicios de 1928 a seis millones y medio, lo que supuso pasar de doce a ciento siete diputados en el Reichstag. De ser la novena fuerza política había pasado a ser la segunda. Pero el objetivo de Hitler de llegar a la Cancillería quedaba todavía lejos; en la cabeza del presidente de la República, el mítico mariscal Paul von Hindenburg, no cabía la idea de entregarle el poder. Para Hindenburg, a lo máximo que podía aspirar Hitler era a ministro de Correos.

      Para consolidarse como un líder político nacional, Hitler decidió presentarse a las elecciones a la presidencia de Alemania tras cumplirse el final del mandato de Hindenburg. A pesar de que sus opciones de derrotar al entonces presidente eran remotas, Hitler dio ese paso y se enfrentó en las urnas al veterano militar. En las elecciones, celebradas el 13 de marzo de 1932, Hindenburg se impuso a Hitler con claridad, pero le faltó un puñado de votos para evitar una segunda vuelta.

      Fue en ese impasse entre las dos votaciones cuando el semanario del famoso adivino publicó un impactante titular en un llamativo color rojo: «Hanussen en trance predice el futuro de Hitler». A continuación, se detallaba la «visión» de Hanussen, según la cual Hitler iba a ser nombrado canciller antes de que pasara un año. Ese pronóstico se veía «confirmado» por el horóscopo confeccionado por un astrólogo en el mismo número del Berliner Woche. En él, Maximilian Bauer aseguraba que la posición de los planetas había comenzado a serle favorable a partir de febrero de 1932, pero no lo suficiente como para obtener la victoria en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Ese pronóstico no resultaba demasiado arriesgado, teniendo en cuenta que la victoria de Hindenburg se daba por segura, pero Bauer se arriesgaba a señalar enero de 1933 como el momento en que las graves dificultades a las que Hitler iba a tener que enfrentarse por culpa del «adverso alineamiento de Urano y la Luna» serían finalmente superadas. El astrólogo tampoco se equivocaría al pronosticar que Hitler, antes de lograr el triunfo, debería enfrentarse a una seria oposición dentro de su propio partido.

      Los lectores que vieron el sorprendente vaticinio de Hanussen, apoyado por el horóscopo de Bauer, no sabían si considerar el conjunto como una muestra más de la ironía que solía destilar la publicación o si se trataba, por el contrario, de una profecía solemne. Es posible que fueran más los lectores del primer grupo que los del segundo; aunque Hitler contaba con una masa de fanáticos seguidores, eran mayoría los alemanes que lo consideraban un neurótico megalómano al que Hindenburg nunca iba a entregar las riendas del país.

      Quien sí se tomaría en serio el pronóstico del mago sería el propio Hitler, quien le remitiría una nota expresándole su más profundo agradecimiento. Probablemente, Hitler no había hojeado números anteriores del Berliner Woche, en los que su figura aparecía en grotescos fotomontajes o, si lo hizo, consideró que el impacto de esa portada compensaba cualquier crítica del pasado.

      En su vaticinio, Hanussen no sólo avanzaba el nombramiento de Hitler como canciller, sino que se permitía realizarle algunas advertencias respecto a su salud o su seguridad. Así, el adivino aseguraba que una herida en su mano derecha podía provocar una infección con consecuencias a largo plazo. También le alertaba de que se producirían divisiones en su partido, instigadas por un amigo cercano, lo que perjudicaría temporalmente su causa, aunque al final él mismo y su círculo emergerían fortalecidos y revitalizados. Pero el dato más inquietante era que Hitler podía ser víctima de un atentado, perpetrado por un estudiante demente.3 Si podía evitar todos esos obstáculos, según Hanussen, «la estrella de Hitler brillaría».

      De los detalles del pronóstico, el que se ajustaría más a la realidad, aparte del nombramiento de Hitler como canciller, sería el de las divisiones internas, tal y como se verá más adelante. Pero la realidad más inmediata era la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, celebrada el 10 de abril de 1932, que confirmaría la victoria de Hindenburg.

      Durante ese mes, Hanussen actuaría en París y emprendería una gira de actuaciones por el oeste de Alemania, para regresar a finales de abril a Berlín. El mago iba a ser la gran atracción del Scala, el principal teatro de variedades de la capital; su fachada estaba adornada con un enorme cartel de la cara de Hanussen, mientras en la marquesina se podía leer «¡La sensación de Berlín! El más famoso clarividente del mundo: Erik Jan Hanussen, el fenómeno de nuestro tiempo». El espectáculo, que se representaría a lo largo de todo el mes de mayo, batiría los récords de asistencia del Scala.

      Un Hanussen distendido en una imagen de 1932, disfrutando de su momento de más éxito. El mago no supo vaticinar la tragedia que se cernía sobre él.

      Mientras Hanussen continuaba con su carrera triunfal, los acontecimientos políticos no se detenían. Unas nuevas elecciones, en este caso regionales, se celebrarían el 24 de abril de 1932, tan sólo dos semanas después de la esperada derrota de Hitler ante Hindenburg. Aunque los resultados del partido nazi en estos comicios fueron buenos, se observó un estancamiento en relación con las últimas elecciones al Reichstag, lo que llevó a pensar que Hitler había alcanzado su techo. El pronóstico de Hanussen sobre el brillante futuro del líder nacionalsocialista parecía cada vez más lejos de cumplirse.

      una siniestra profecía

      El 15 de mayo de 1932, tras su actuación en el Scala, Hanussen invitó a cenar a una baronesa muy conocida de la alta sociedad berlinesa, pero ésta se disculpó diciéndole que debía acudir a casa de la princesa Lobkowicz, madre de un famoso piloto de carreras, el príncipe Leo Lobkowicz. El mago le dijo que, si lo deseaban, la princesa y su hijo estaban también invitados a cenar con él, pero la baronesa le respondió que eso no era posible, ya que el piloto estaba tratando de recuperarse de unos fuertes dolores en el estómago, puesto que el día 22 de mayo tenía una importante carrera en el circuito Avus de Berlín.

      Dos días después, Hanussen convocó una rueda de prensa en la Sociedad Alemana del Automóvil, los patrocinadores de la carrera. Para sorpresa de todos los periodistas presentes, el mago auguró que el príncipe Lobkowicz sufriría un terrible accidente durante la prueba. La siniestra profecía fue acogida con escepticismo por los periodistas allí reunidos. Hanussen dejaría constancia de ella también en su propio semanario.

      El 22 de mayo, cuatro minutos después de que se hubiera dado la salida, el príncipe Lobkowicz perdió el control de su Bugatti y se estrelló contra un poste, falleciendo en el acto. Al parecer, la causa había sido un fallo mecánico del vehículo. Después de los primeros momentos de conmoción producidos tras la muerte del piloto, toda la atención se centró en Hanussen; su funesto vaticinio había sido correcto. Algunos de los periodistas más escépticos sobre la supuesta clarividencia del mago, y que incluso lo habían atacado con anterioridad tachándole de farsante, se rindieron a la evidencia y admitieron que quizás Hanussen sí podía ver el futuro.

      Lo que Hanussen no había podido presagiar era que el accidente tendría consecuencias para él. La prensa comunista, contrariada por el espectacular acierto de Hanussen, que otorgaba crédito al vaticinio que había formulado sobre el prometedor futuro de Hitler, atacó al mago con virulencia, deslizando que tal vez se encontrase detrás de la causa del accidente. Si no había saboteado el vehículo, cabía la posibilidad de que se tratase de una profecía autocumplida, ya que el príncipe podía haberse visto afectado por el terrible pronóstico del adivino. También se aseguró que los nazis estaban detrás de la tragedia, para consolidar así el prestigio del mago que había avanzado el triunfo de Hitler.

      El 29 de mayo, el periódico nazi Die Schwartze Front (El frente negro) contratacó titulando «¡Hanussen, el hombre que nunca se equivoca!». En el editorial, el acierto del adivino era acogido con euforia, recordando su vaticinio sobre Hitler, que ahora adquiría visos ciertos de verse convertido en realidad.

      Aunque Hanussen se consideraba apolítico y nunca había dado muestras

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