Los magos de Hitler. Jesus Hernandez

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Los magos de Hitler - Jesus Hernandez General

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mano. También se presentaron cargos contra él por pervertir los principios religiosos.

      En el juzgado de la ciudad checa de Leitmeritz, la actual Litomerice, se fueron acumulando ésas y otras denuncias, con vistas a la celebración de un proceso contra el mago. Por ejemplo, se reunieron los expedientes de las investigaciones policiales de que Hanussen había sido objeto en Viena (1920), Budapest (1923), Leipzig (1924 y 1927), Praga (1927) y Bremen (1928).

      Para dilucidar si había base para acusar a Hanussen de fraude, el jurado reunió un comité de peritos de las universidades de Bratislava y Praga, especializados en clarividencia, telepatía y grafología, además de psicólogos y filósofos. En diciembre de 1928, Hanussen no tuvo inconveniente en someterse a las pruebas planteadas por esos expertos. En ellas, el mago demostraría poseer una memoria extraordinaria. Por ejemplo, se le permitió estudiar una lista de cien números durante un minuto; después, fue capaz de recitar la lista a sus examinadores sin ningún error. Del mismo modo, podía retener en su memoria imágenes y palabras. En cambio, las pruebas para comprobar sus facultades telepáticas no fueron superadas. Los expertos dictaminaron que Hanussen era un impostor, por lo que tendría que rendir cuentas ante el tribunal.

      El 13 de marzo de 1929, Hanussen fue acusado formalmente de estafa, así como de sembrar «la superstición y el engaño» entre la población checa. Además, se le acusó de intrusismo profesional, al presentarse como «profesor». La complejidad del caso obligó a los abogados del Estado, que ejercían la acusación, a emplear nueve meses en poner a punto todos sus argumentos. El juicio fue fijado para el 13 de diciembre de 1929.

      Para los quince mil habitantes de Leitmeritz, el proceso contra Hanussen fue todo un acontecimiento. El juicio también atrajo la atención de la prensa internacional; las emisoras prepararon sus equipos para emitir en directo y se instalaron cámaras de cine a la entrada del palacio de justicia. Los establecimientos hoteleros de la región se llenaron de periodistas y curiosos.

      El juicio polarizó a los habitantes de Leitmeritz. Así, mientras la comunidad judía se organizaba para dar su apoyo a Hanussen, los partidarios más extremistas de la incorporación a Alemania de la región de los Sudetes se mostraban contrarios al mago, refiriéndose a él como «el judío Hanussen».

      El proceso se abriría finalmente el 16 de diciembre de 1929. La expectación era máxima, como lo demostraba el hecho de que hubieran llegado cientos de cartas procedentes de Alemania, Austria y la misma Checoslovaquia, para aportar pruebas y testimonios tanto a la acusación como a la defensa. El abogado de Hanussen, Rudolf Wahle, reunió un total de cuatrocientas cartas de apoyo.

      Después de que el juez diese por comenzado el proceso y se leyesen los términos de la acusación, se procedió a la declaración de los testigos; aunque en principio iban a ser llamados treinta y cuatro, al final serían setenta los que subirían al estrado a lo largo de todo el juicio. Ese primer día resultó positivo para los intereses del acusado, ya que los testigos que manifestaron haber comprobado su capacidad telepática y extrasensorial provocaron un gran impacto en el público asistente. Los abogados del Estado no pudieron disimular su contrariedad.

      La segunda jornada del juicio giró en torno al testimonio de un molinero que había pagado doscientas coronas a Hanussen para que le dijera si era un buen momento para invertir en la adquisición de grano. Después de examinar la palma de su mano, el mago le dijo que sí, y el molinero compró grano por valor de cuatro mil coronas. Según el testigo, el precio del grano bajó en vez de subir; cuando fue a reclamar a Hanussen, éste le ignoró. Aunque ese testimonio suponía un duro golpe para el mago, sus abogados consiguieron demostrar que el molinero había mentido en su declaración y que en realidad el precio del grano había subido. El proceso no podía estar desarrollándose mejor para los intereses de Hanussen.

      El tercer día fueron llamados a declarar los expertos que habían analizado las dotes telepáticas de Hanussen. Unos aseguraban que el mago había superado las pruebas a las que había sido sometido. Así, un joven psiquiatra explicó que en mayo de 1928 había presentado a Hanussen veinte tarjetas en sendos sobres cerrados; en diez figuraban un lugar y una fecha y en las otras diez, una descripción de los hechos que habían acontecido. Con la presencia de un segundo psiquiatra y una decena de testigos, Hanussen, después de entrar en trance, consiguió relacionar correctamente ocho de los diez pares de tarjetas. Aunque otros expertos aseguraron que en pruebas similares los resultados del acusado no reflejaban esa supuesta clarividencia, tuvieron más peso los testigos de la defensa. Los abogados de la acusación, viendo que el acusado iba a salir indemne también en esa tercera jornada, consiguieron convencer al juez para que dictase el aplazamiento del juicio, con el fin de dar tiempo a reunir más testimonios y analizar los nuevos aspectos legales del caso. A pesar de las protestas de Hanussen y sus abogados, el juez decidió aplazar el proceso hasta mayo de 1930.

      Afortunadamente para el mago, y de manera un tanto sorprendente, las autoridades checoslovacas permitieron a Hanussen moverse con entera libertad fuera de las fronteras del país hasta que se retomó el juicio. El mago aprovechó ese tiempo para llevar a cabo actuaciones en varias ciudades alemanas. También atendió los requerimientos de la policía germana para esclarecer crímenes de difícil resolución. Así, gracias a su colaboración, la policía de Offenbach pudo detener al asesino de un comerciante. Sin embargo, Hanussen no logró resolver un famoso caso que había horrorizado a los alemanes, el del asesino en serie conocido como el «Vampiro de Düsseldorf». Hanussen hizo una descripción detallada del criminal tras realizar el análisis grafológico de una nota dejada por éste, pero cuando por fin el asesino fue detenido, se comprobó que ninguna de sus características coincidía con las apuntadas por Hanussen.

      El 22 de mayo de 1930, se reanudó el juicio en Leitmeritz con Hanussen en el banquillo. La acusación había logrado reunir nuevos testigos, que comenzaron a declarar desde el estrado, asegurando haber sido engañados y estafados por el mago. No obstante, gracias a la habilidad de Wahle, buena parte de los testigos acabaron incurriendo en contradicciones y de otros se demostró que habían mentido. Por su parte, los testigos de la defensa continuaron aportando innumerables ejemplos de clarividencia del acusado. En cuanto a los peritos que habían estudiado a Hanussen, seguía sin haber unanimidad sobre los resultados.

      la prueba definitiva

      Las jornadas del juicio fueron transcurriendo en ese monótono toma y daca que no parecía conducir a ninguna conclusión. El quinto día, Wahle cursó la petición para poder presentar una veintena de nuevos testigos, a lo que la acusación pidió tiempo para llamar a otros declarantes. El juez, contrariado, expresó su temor de que el juicio se alargase indefinidamente. Pero entonces Hanussen dio un sensacional golpe de efecto. Cansado de que se pusieran en duda sus capacidades, decidió someterse a una serie de pruebas en la misma sala en la que se estaba celebrando el juicio. Dichas pruebas debían resultar definitivas en un sentido u otro.

      Tanto el juez como los abogados de la acusación quedaron sorprendidos y confusos, pero la propuesta de Hanussen era el mejor modo de concluir esa partida que estaba resultando interminable. Así, se decidió que el mago fuera sometido a cinco pruebas distintas. A fin de evitar cualquier intento de manipulación, el juez dispuso severas medidas de seguridad en la sala, lo que incluía la presencia de dieciocho policías.

      Para la primera prueba, un profesor procedió a ocultar una llave en el exterior de la sala. Cuando regresó, Hanussen puso una mano en su codo y le pidió que se concentrase en la localización de la llave, para captar así su pensamiento. El mago salió entonces de la sala y cinco minutos después volvió victorioso con ella, después de encontrarla oculta bajo una maceta de flores.

      En la segunda prueba, catalogada como «psicografológica», tres personas elegidas por el juez debían escribir dos palabras en una pizarra mientras Hanussen se encontraba fuera de la sala. A su regreso, el mago debía describir la personalidad de cada uno de los elegidos, interpretando su caligrafía. Aunque de dos de ellos trazó un

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