Los magos de Hitler. Jesus Hernandez
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Erik Jan Hanussen, en un retrato autografiado de 1919.
Su carrera artística ya había comenzado.
Para demostrar sus supuestas dotes telepáticas, Hanussen se puso en manos de la Universidad de Viena, sometiéndose a experimentos
en condiciones de laboratorio. En una prueba consistente en adivinar unos números escritos en la pizarra de otra habitación, el mago logró unos resultados superiores a lo que se podía esperar por puro azar, pero no fueron tan destacados como para demostrar que poseía el don de la telepatía.
La fama de Hanussen en Viena aumentaría aún más después de protagonizar en febrero de 1919 un curioso episodio, a raíz del robo de cientos de miles de coronas en la planta de impresión del banco estatal de Austria. Ante la falta de progresos de la policía en el esclarecimiento del caso, un oficial del banco contactó con Hanussen, que se ofreció a poner su clarividencia al servicio de la ley. Así, acompa-ñado de un exótico ayudante eritreo y pertrechado de un plano de la planta de impresión, estuvo durante dos horas inspeccionando el recinto y recogiendo información. Por las características del robo, que incluyó también hojas de billetes de escaso valor, dedujo que no se trataba de una banda organizada y que el autor era uno de los trabajadores. También dedujo que el producto del robo se encontraba todavía en la imprenta y pidió el listado de los trabajadores que accedían a las áreas en las que se podía ocultar mejor el botín. Entre ellos, había uno que ese día no había acudido al trabajo; Hanussen aseguró que ese era el autor del robo. Una vez detenido e interrogado, el trabajador confesó.
La hazaña de Hanussen le reportó una recompensa de dos mil coronas y grandes titulares en la prensa, lo que incrementaría todavía más la expectación con la que era recibido en cada función sobre el escenario del siempre abarrotado teatro Apolo.
En octubre de 1919, Hanussen se trasladó a Praga para conquistar también los escenarios de la capital de la nueva república checoslovaca. Allí le surgió una nueva oferta para llevar a cabo una serie de actuaciones en la ciudad alemana de Núremberg, que aceptó sin dudar. A comienzos de 1920, regresaría a Viena de manos del empresario que le dio su primera oportunidad, volviendo a actuar en el Konzerthaus.
Hanussen compaginó sus actuaciones con la publicación de unos libros que pretendían ser manuales de telepatía. Siguiendo sus instrucciones y realizando las pruebas que se proponían, los lectores podían comprobar sus aptitudes telepáticas o incluso actuar como médiums. Con estas publicaciones, el mago se rodeaba de una cierta aura intelectual que dejaba en segundo plano su carácter de showman. Siempre proclive a prestar su atención a este tipo de novedades, Hanussen pasó a convertirse en una especie de pionero en el estudio «científico» de la telepatía y su acercamiento al gran público.
trucos de ilusionista
Los espectadores que acudían a las actuaciones de Hanussen lo hacían dispuestos a sorprenderse ante la exhibición de sus dotes telepáticas. Y el mago se encargaba de que no salieran decepcionados del teatro. Para ello, Hanussen recurría a habilidades tal vez adquiridas de los adivinos y echadores de cartas con los que seguramente coincidió durante la época en que actuó en el circo. Estos son capaces de captar las pequeñas reacciones en el rostro o en el resto del cuerpo que provocan sus observaciones de tanteo, lo que les sirve de indicio para adivinar el pasado de la persona. Así, Hanussen hacía subir a un voluntario al escenario, y, observándole atentamente mientras le tomaba las manos, le formulaba algunas preguntas. A partir de ahí, el mago realizaba una serie de aseveraciones que el sorprendido voluntario confirmaba.
Hanussen, además de poseer una gran psicología y un profundo conocimiento del comportamiento humano, demostraba tener una gran inteligencia. Uno de sus números consistía en adivinar lo que estaba pensando un individuo, sin importar lo que fuera. Para ello, le formulaba preguntas a las que el voluntario sólo podía contestar «sí» o «no». Siguiendo un método lógico, el mago era capaz de adivinar el pensamiento planteando apenas una veintena de cuestiones.
Pero había otro número que requería poseer una memoria excepcional. Consistía en recoger una serie de sobres en los que algunos miembros del público habían escrito algo y adivinar el contenido justo antes de abrirlos sobre el escenario. Este número levantaba siempre mucha expectación, ya que parecía imposible que eso pudiera lograrse. Pero se trataba simplemente de un ingenioso truco de ilusionista. Una vez recogidos los sobres, Hanussen simulaba leer el primero a través del sobre antes de abrirlo, recitando cualquier frase que era confirmada por uno de los colaboradores secretos o ganchos con los que contaba en la platea. La información quedaba definitivamente «corroborada» cuando el mago abría el sobre y «leía» el papel. Lo que Hanussen hacía en realidad era memorizar el contenido de ese sobre; cuando le tocaba el turno al siguiente, en realidad repetía lo que había leído en el primero, y así una y otra vez.
Hanussen realizaba a diario ejercicios para ejercitar su ya de por sí prodigiosa memoria, necesaria no sólo para el ingenioso truco de los sobres, sino también para otros en los que el público era el protagonista. Por ejemplo, sus colaboradores conseguían información personal de los asistentes antes del espectáculo o en el entreacto, escuchando conversaciones o haciendo alguna pregunta, y luego la comunicaban al mago desde la platea con una serie de gestos preacordados.
El adivino utilizaba su memoria portentosa para otros trucos, como uno que consistía en la recogida de unas tarjetas entre el público en las que cada espectador escribía una palabra, y Hanussen debía adivinar quién era el autor. Para ello, sus colaboradores dejaban unas pequeñas marcas en las tarjetas que servían de guía al mago para saber en qué lugar de la platea se sentaba. A partir de ahí, el sentido innato del espectáculo que poseía Hanussen lograba que el público se entusiasmase con esa demostración de clarividencia.
Pero los números más llamativos eran los que incluían sesiones de hipnosis. Reuniendo varios voluntarios en el escenario, era capaz de hipnotizarlos en apenas unos segundos y lograba que obedecieran sus órdenes, aunque eso les llevase a hacer el ridículo. Así, conseguía que ladrasen o maullasen, que llorasen o riesen a voluntad del mago, o que se viesen impedidos de separar las manos después de que Hanussen les advirtiese bajo hipnosis de que serían incapaces de hacerlo. La tensión que se alcanzaba en la sala durante estas exhibiciones era palpable y el público creía asistir a un hecho realmente extraordinario.
Entre actuación y actuación, Hanussen también tenía tiempo para el amor. A finales de 1919, el mago se enamoró de una artista rusa que actuaba también en el Konzerthaus, Theresia Luksch, conocida profesionalmente como Risa Lux. En julio de 1920, Hanussen pidió a las autoridades austríacas el divorcio de Herta Samter y el 3 de agosto se pudo casar con Risa, que se encontraba en avanzado estado de gestación. La boda se celebró según el rito judío. Cinco semanas después nacía una niña, Erika.
gira por el mediterráneo y oriente próximo
En marzo de 1921, un pavoroso incendio destruyó casi la mitad de la ciudad griega de Salónica, incluyendo la mayor parte de su barrio judío. Sensibilizado por esa tragedia, Hanussen tomó la decisión de acudir allí y actuar durante dos semanas a beneficio de los damnificados.
Después, el mago optó con