Los magos de Hitler. Jesus Hernandez
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Después de su fracaso en Constantinopla, Hanussen había decidido cambiar su nombre artístico por el nombre árabe «El Sah’r» (El Sabio) para tratar así de parecer más próximo a su nuevo público. Pero su nuevo nombre no haría que en Damasco su espectáculo corriese mejor suerte. Los árabes eran más resistentes que los occidentales a las técnicas hipnóticas de Hanussen. En Aleppo, el propietario del club nocturno en el que Hanussen debía actuar le prohibió que hiciera cualquier número de hipnotismo; le explicó que un árabe preferiría renunciar a todo antes que entregar el control de su mente, ya que eso suponía perder su bien más preciado: el sentido del honor. En todo caso, las diferencias culturales representarían un obstáculo insalvable.
Hanussen decidió entonces probar suerte entre las colonias judías que se estaban estableciendo en Palestina, entonces bajo control británico. Actuó en Jerusalén, Haifa, Jaffa y algunos kibutzim. El mago se reencontró con las mieles del éxito entre el público judío, culturalmente mucho más próximo a él, y logró reunir mil libras esterlinas.
Animado por su éxito, puso rumbo a El Cairo pero, escarmentado por su escaso predicamento entre el público árabe, no llegaría a actuar. De nuevo en Alejandría, embarcó para la isla de Kos, entonces bajo control italiano, pero de población griega y turca. Allí estuvo descansando durante dos semanas y luego se trasladó a la isla de Rodas, donde realizó una actuación. Sin embargo, sufrió aquí un malentendido con el propietario turco del café en el que actuó a cuenta del dinero que debía recibir y a punto estuvo de ser linchado. Definitivamente, Hanussen y los turcos no tenían una buena sintonía.
Siguiendo su periplo por el Mediterráneo oriental, de Rodas embarcó para Trípoli, que entonces constituía la puerta por la que los italianos pretendían reconquistar el antiguo Imperio romano en el norte de África. Hanussen actuó en un cabaret, pero el espectáculo no se desarrolló como él esperaba. Había anunciado una recompensa de mil libras a aquel que fuera capaz de levantarlo del suelo. El mago aseguraba que, gracias a su poder mental, nadie lograría despegarlo del escenario. Por si su fuerza mental no bastaba, Hanussen instaló unos ganchos y unos cables ocultos para permanecer así bien atado al suelo. Pero uno de los voluntarios que subió al escenario para intentarlo era tan fuerte que consiguió arrancar los ganchos del suelo, con la consiguiente sorpresa y decepción por parte del público.
Después del fracaso en Trípoli, Hanussen fue a Orán, en la Argelia francesa, donde estudió a los derviches árabes y los faquires, de los que obtendría inspiración para sus futuras actuaciones. A Hanussen le impactó especialmente el dominio que los faquires tenían de su cuerpo, lo que les permitía dormir en una cama de clavos o tragarse cristales.
A principios de 1922, Hanussen regresó a El Cairo, después de hacer escalas en Malta y Corfú. En la capital egipcia la policía le confió labores de detective para detener a una banda de traficantes de hachís. El mago colaboró en su captura haciendo gala de sus dotes deductivas y fue recompensado con doscientas libras.
De El Cairo viajó a Beirut y de ahí puso rumbo a Bagdad, donde esperaba descubrir los secretos de los faquires. Lo que sí contempló y fotografió en secreto junto a las ruinas de Babilonia fue el célebre truco de la cuerda india, en el que un mago lanza una cuerda al aire y ésta queda rígida, permitiendo incluso que un niño trepe por ella. Hanussen asistió, no obstante, a la versión más impactante del truco, tan sólo representada en raras ocasiones, en la que el niño desaparece al llegar al final de la cuerda, el mago sube a buscarlo armado con un machete, desaparece también y comienzan a caer trozos de carne ensangrentada al suelo. Al final, el mago y el niño reaparecen, sin que éste último haya sufrido, obviamente, ningún daño.
Para explicar el truco, Hanussen creía que la cuerda no era tal, sino que guardaba en su interior una serie de vértebras de animal, que eran encajadas por dos ayudantes que la sostenían. Hanussen advirtió que el número se representaba en un lugar en el que los espectadores tenían el sol justo de frente; cuando el niño y el mago estaban arriba, surgió una especie de neblina artificial, lo que, unido al deslumbramiento por el sol, provocaba la ilusión de que ambos habían desaparecido al llegar arriba. En cuanto a los miembros despedazados que caían, era obvio que uno de los dos los llevaba consigo y los iba soltando, entre los gritos de horror del público. Aunque Hanussen se fue de Bagdad sin saber con certeza el secreto del truco de la cuerda india, esa experiencia sería una nueva fuente de inspiración en su trabajo de ilusionista.
Para poner fin a su dilatada gira por el Mediterráneo y Oriente Próximo, Hanussen regresó a El Cairo. Pero allí le esperaba una insólita oferta, la de un hombre de negocios árabe que había oído hablar de sus dotes adivinatorias y decidió contratarle para vaticinar el precio del algodón en una fecha concreta, con el fin de rentabilizar al máximo sus inversiones. Hanussen aceptó, pero pronto vio que el reto le superaba y sufrió una crisis mental. Afortunadamente, un colaborador suyo de Viena le encontró en El Cairo y, al ver su deplorable estado, se lo llevó a descansar a Asmara, junto al Mar Rojo.
En su lugar de reposo descubrió a unos zahoríes locales que utilizaban ramas de árboles, bajo un estado de hipnosis autoinducida, para encontrar corrientes subterráneas de agua. Con esa experiencia, Hanussen consideró que ya había aprendido suficiente en ese exótico periplo que duraba ya diecisiete meses y decidió regresar a Viena.
rivalidad con el «sansón polaco»
Cuando en otoño de 1922 Hanussen volvió a la capital austríaca, lo hizo cargado de nuevas ideas. Su gira por el Mediterráneo y Oriente Medio, en la que había tomado contacto con la cultura árabe y la que procedía de la India, había abierto su mente, además de servirle de fuente de inspiración.
El mago decidió publicar cuatro libros centrados en el estudio de la clarividencia, la sugestión consciente, la hipnosis, la radiestesia y la relación entre el mundo y el alma. Estaba previsto que los cuatro libros se publicasen en el invierno de ese mismo año, por lo que debían de tratarse más bien de opúsculos o folletos. No se sabe si llegó a publicar esos cuatro trabajos; si así fue, debió de ser una tirada muy pequeña, porque no se ha conservado ningún ejemplar. Es posible que la delicada situación económica que en ese momento estaba atravesando Austria no fuera las más adecuada para esa aventura editorial que acabó en fracaso.
Otro de sus nuevos proyectos fue dirigir una obra de teatro, Doctor Svengali, en la que se reservó el papel protagonista, el de un médico que utilizaba la hipnosis para sus tratamientos. En la obra, el doctor Svengali hipnotizaba a la esposa de su enemigo para seducirla, aunque finalmente prevalecía el amor que ella sentía por su marido. La obra estaría en cartel en el Bürgertheater menos de un mes; aunque los críticos destacaron la actuación de Hanussen, la producción no obtuvo una acogida favorable y el público tampoco respondió.
Las ideas que Hanussen había puesto en práctica a su regreso a Viena no habían funcionado. Pero a finales de diciembre de 1922 le llegó una oferta que encajaba más con su trayectoria anterior a la gira: participar en un espectáculo de variedades que se representaría en el teatro Ronacher. Sin embargo, por primera vez, Hanussen no iba a ser la gran atracción; ese papel estaba reservado al forzudo Siegmund Breitbart, un judío nacido en la ciudad polaca de Lodz en 1885.
Siegmund Breitbart, el «Sansón polaco», con el que Hanussen mantuvo una gran rivalidad.
En sus espectáculos, Breitbart aparecía caracterizado de gladiador romano o de