Los magos de Hitler. Jesus Hernandez

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Los magos de Hitler - Jesus Hernandez General

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lloró cuando el mago le dijo que acababa de tropezar con un árbol. Pero lo más sorprendente estaba por llegar. Hanussen le dijo que fuera al baño y le mostró un inodoro imaginario; el hombre se desabotonó los pantalones y comenzó a bajárselos en mitad del escenario. Para evitar dejarlo aún más en evidencia delante de todo el público, el mago lo despertó de inmediato de su sueño hipnótico.

      Pero en otra función se dio una situación aún más comprometida para el voluntario que había decidido ponerse en manos del hipnotizador, en este caso una joven y atractiva secretaria. Hanussen señaló una columna que había junto al escenario y dijo que era su novio y que acababa de llegar después de un largo viaje. La muchacha se dirigió a la columna y comenzó a besarla y abrazarla. El público acogió esa muestra de romanticismo con simpatía, pero al poco tiempo esa simpatía trocó en desconcierto al contemplar cómo la chica se desabrochaba la blusa y realizaba movimientos lúbricos contra la columna. Para alivio de la mayoría, y es de suponer que para secreta decepción de algunos, Hanussen puso fin a la embarazosa escena despertando también a la fogosa secretaria.

      Después de tantos años de continuos sinsabores, Hanussen se encontraba por fin en el camino del éxito. Para aprovechar el viento que ahora soplaba a su favor, abrió una consulta privada en la avenida Kurfürstendamm, para atender a los berlineses más pudientes, los que se pudieran permitir pagar doscientos marcos por sesión, cerca del doble del sueldo mensual de un obrero. Al poco tiempo, acudir a la consulta del mago se convertiría en un signo de distinción.

      Hanussen se relacionaría con la élite cultural y artística de la ciudad. Actores famosos como Peter Lorre le invitaban a sus veladas o era visto en compañía del premio Nobel de Literatura Thomas Mann. Un reconocido dramaturgo expresionista, Georg Kaiser, escribiría una obra inspirada en él, titulada «El clarividente». Hanussen era reclamado en todas partes y la prensa competía por poder contar con sus artículos. Su éxito era ya incontestable, pero el mago quería más. Después de haber luchado tanto para llegar a la cima, estaba dispuesto a recoger todos los dulces frutos que su nueva condición le pudiera proporcionar.

      Así pues, Hanussen no se contentó con disponer de una consulta privada, sino que abrió una «clínica» en la que todo tipo de tratamientos «ocultos» eran puestos a disposición de sus adinerados pacientes. También, por ejemplo, patrocinó una crema hormonal para incrementar la virilidad en el hombre y el deseo en la mujer, denominada «Eukutol 3», que era anunciada en los periódicos de todo el país con su inquietante rostro como reclamo. Gracias al éxito de estas iniciativas, el mago comenzó a nadar en la abundancia, permitiéndose la compra de siete apartamentos en Berlín, varios coches de lujo e incluso un yate.

      Pero Hanussen aprovecharía también su nuevo estatus de estrella emergente para rodearse de bellas mujeres, a las que seducía con su enigmática personalidad. Ellas le llamaban «maestro» y él aprovechaba su ascendiente para obtener lo que deseaba. Así, en su barco, el Ursel IV, conocido como «El yate de los siete pecados», el mago organizaba unas fiestas en las que se cometían todo tipo de excesos y en las que no faltaban drogas exóticas como la mescalina y el peyote. En esas fiestas, algunas mujeres se prestaban a ser hipnotizadas por el «maestro», para comportarse después de un modo totalmente desinhibido, tanto con él como con sus amigos.

      Su agitada vida tendría un precio. Su mujer, Fritzi, cansada de sus infidelidades, lo dejó a finales de 1930, para divorciarse formalmente de él en febrero de 1932. Sin embargo, Fritzi no le guardó rencor y ambos seguirían siendo buenos amigos; de hecho, los detractores del mago acudirían a ella en busca de munición contra él, pero Fritzi nunca movió un dedo para perjudicar a su ex marido.

      A pesar de su éxito arrollador con las mujeres y ser un habitual de la noche berlinesa, el famoso clarividente no quería ser percibido como un personaje frívolo; deseaba ser tomado en serio, por lo que trató de mostrarse como un intelectual. Así, aparecía con cierta frecuencia en la radio o concedía entrevistas a la prensa, hablando de la telepatía o la adivinación, pero también sobre temas tan diversos como la política económica o los últimos avances científicos.

      En marzo de 1931 realizaría también una incursión en la literatura con la publicación por entregas de un relato de ciencia ficción en el que vaticinaba la destrucción de Nueva York en el año 2320. En la novela, una ola gigante provocada por un experimento geológico barría la ciudad de los rascacielos. Es difícil que podamos llegar a comprobar si se cumple su profecía sobre Nueva York, pero hay otros de esos pronósticos publicados en la prensa que sí podemos certificar si fueron o no acertados. Entre sus aciertos, destaca por ejemplo su vaticinio de que Polonia sería ocupada y dividida en 1939, que en 1942 Francia estaría bajo control alemán, que el ejército japonés tomaría Manila ese mismo año, o que Stalin moriría en 1953. También hay otros pronósticos que han resultado parcialmente correctos, como que en el año 2000 el papel moneda sería reemplazado por el dinero electrónico, o que las guerras serían llevadas a cabo con monitores de televisión en vez de con artillería o aviones. Pero también hay muchas predicciones que no se cumplieron, como que en agosto de 1942 las tropas británicas marcharían a través de Dinamarca, que en ese mismo año la torre Eiffel sería desguazada o que Joseph Goebbels moriría en 1943. Si ya resulta improbable que algún lector llegue a comprobar si en el siglo xxiv Nueva York es barrida por una ola gigante, aún será más difícil saber si, tal y como también predijo Hanussen, en el año 2500 la capital del mundo será Praga o San Francisco.

      El ambicioso adivino tampoco se conformaría con esas esporádicas apariciones en la radio o la prensa, por lo que proyectó contar con sus propios medios de comunicación. Así, compró una empresa editora y, junto a un equipo de artistas gráficos, escritores y periodistas, creó en el otoño de 1931 una publicación bimensual que se llamaría primero Die Andere Welt (El otro mundo) y que luego sería renombrada como Hanussen-Magazin. La revista presentaba artículos sensacionalistas que pretendían atraer la atención del mismo público que solía acudir a sus espectáculos. El lector podía, por ejemplo, saber lo que le depararía el futuro siguiendo unas claves que le permitirían leerlo en la palma de su mano, descubrir la personalidad de una mujer con sólo analizar la forma de sus piernas o saber si poseía aptitudes como médium o hipnotizador respondiendo las preguntas de un test.

      La buena acogida que obtuvo la revista animó a Hanussen a publicar también una revista semanal, Berliner Woche (Semana en Berlín), aunque con el tiempo iría cambiando de nombre. La tirada inicial, en enero de 1932, sería de ocho mil ejemplares, pero llegaría a alcanzar los 140.000. Esta publicación buscaba un público más amplio que el del Hanussen—Magazin; a los artículos centrados en lo paranormal se sumaban reportajes sobre temas políticos o de sociedad, aunque siempre desde un enfoque informal, en el que no podía faltar un punto de vista irónico.

      Las publicaciones de Hanussen permitían a los lectores evadirse de la preocupante realidad. En esos momentos se estaban revelando las peores consecuencias del crack de octubre de 1929. Los precios y salarios caían, cerraban las fábricas y negocios, y se producía un aumento espectacular del paro. Si en septiembre de 1929 había un millón trescientos mil parados, esta cifra había ascendido al doble un año después, a más de cuatro millones en 1931 y a más de cinco millones en 1932. Era el momento más duro de la crisis económica y, en medio de una convulsa situación política, el partido nazi de Adolf Hitler estaba llamando a las puertas del poder.

      Aunque la crisis estaba golpeando con dureza a los alemanes, Hanussen se encontraba en la situación que había ambicionado durante tanto tiempo; era un hombre de éxito, rico, influyente y estaba siempre rodeado de atractivas mujeres. Pero su vida iba a tomar un nuevo rumbo el 25 de marzo de 1932, después de publicar en su semanario un pronóstico electoral. En vista de los hechos posteriores, lo que es seguro es que en ese momento no pudo vislumbrar las consecuencias que ese vaticinio iba a tener.

      el hombre que nunca se equivoca

      En marzo de 1932, eran pocos los alemanes que apostaban a que algún día

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