Porno feminista. Группа авторов
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Si tu pareja tiene más de 40 años, su desarrollo sexual se inspiró probablemente en las páginas de ropa interior del catálogo de ropa de Kays. Hace diez años, la mayor parte de los adolescentes habrían visto revistas de porno blando como Playboy. Pero los niños de hoy están a un clic de distancia de un mundo de «scat babes» (mujeres cubiertas de excrementos), «bukake» (mujeres llorando de angustia mientras varios hombres les eyaculan en la cara) y sitios web que ofrecen todo un menú de escenas de violación, desde el incesto a la violación de vírgenes.13
Como indica la cita, el artículo de Aitkenhead comparaba los placeres inocuos que caracterizaban las primeras inquietudes sexuales de la población que hoy pasa de los cuarenta con la experiencia de sus hijos, asaltados por violaciones, intereses sexuales minoritarios y la angustia sexualizada de mujeres forzadas a participar en actos aún más extremos. En su discurso dirigido a una supuesta audiencia de mujeres heterosexuales con pareja, la sexualidad masculina se describe como plena de curiosidad, pero en peligro de ir por el mal camino si se la expone al tipo de imágenes equivocado desde una edad demasiado temprana. Aitkenhead invita a sus lectoras a reflexionar sobre sus propias experiencias vitales con hombres que crecieron con las pintorescas transgresiones del catálogo Kays, y a concebir las torturadas fantasías y costumbres sexuales de las futuras generaciones de hombres que, en su infancia, han sido expuestos a los excesos del bukake. Es este destrozo de lo que había parecido auténtica e inocentemente transgresor en los dorados días de los setenta lo que hace a la pornografía contemporánea tan amenazadora en potencia; hecho empeorado por la excesiva facilidad con la que se obtiene.
Resulta tentador llamar a este momento de preocupación sobre la pornografía un pánico moral; esto es, un episodio espontáneo y esporádico de exceso de preocupación sobre una «característica, episodio, persona o grupo de personas (que) son definidas como una amenaza para los valores e intereses de la sociedad».14 En la versión de Cohen, los medios de comunicación de masas tienen un papel fundamental dando forma y orquestando estos episodios, amplificando los supuestos «peligros» y abogando por una intervención política contra el recién identificado «demonio popular» o «monstruo». En cualquier caso, nosotras sugeriríamos que, al igual que con el «problema» del sida, el protagonismo actual de la sensibilidad antipornografía se entiende mejor como «la más reciente variación en el espectáculo de la acción de retaguardia ideológica defensiva que se ha puesto en marcha en nombre de “la familia”» durante más de un siglo.15
Las voces que se alzan contra la pornografía se sitúan junto a las muchas y variadas preocupaciones sobre la ruptura de la familia, la infidelidad, el incremento de las tasas de transmisión de las ets, el sida, los embarazos de adolescentes, el aborto, el sexo promiscuo, el matrimonio gay y otros miedos generales sobre la homosexualidad. En cuestiones sexuales existe una «narrativa “general” interminable» de ansiedades que influyen en ella y que, a su vez, están influidas por las preocupaciones sobre los contenidos sexualmente explícitos.16 De esta forma, como sugiere Watney, la etiqueta «pánico moral» no es suficiente en este caso, ya que:
Da la impresión de que los pánicos morales aparecen y desaparecen, como si la representación no fuera el emplazamiento de una lucha ideológica permanente sobre el significado de los signos. Un «pánico moral» particular simplemente marca el lugar en el que en ese momento está el frente de dichas luchas. No estamos, de hecho, siendo testigos del desarrollo de «pánicos morales» discontinuos y discretos, sino de la movilidad de la confrontación ideológica en todo el campo de las representaciones públicas, y en particular de aquellas representaciones que manejan y evalúan los significados del cuerpo humano, donde fuerzas y valores rivales e incompatibles luchan incesantemente para definir verdades «humanas» supuestamente universales.17
Como indica Watney, la pornografía y sus consumidores no han sido «convertidos» en un nuevo «demonio popular» por una prensa espontáneamente histérica (o por el feminismo). En vez de eso, la búsqueda de inspiración y placer fuera de la díada sagrada del matrimonio «siempre es, y siempre ha sido, construida como intrínsecamente monstruosa dentro de todo el sistema de imágenes fuertemente sobredeterminadas dentro de las cuales las nociones de “decencia”, “naturaleza humana” y demás se movilizan y transmiten por todo el circuito interno del mercado de los medios de comunicación de masas».18
Puede ser más fructífero pensar en el resurgimiento de la antipornografía dentro del omnipresente y cada vez más generalizado tropo de los «pánicos sexuales»,19 esas «volátiles batallas sobre la sexualidad» en las que los valores morales se transforman en acción política.20 Las situaciones de pánico sexual se basan en una fórmula diseñada para estructurar el debate de una cierta manera. Se establece un objetivo de la culpa, a través de su potencial de desestabilización de la sexualidad y prácticas normativas; y es posible que se amoneste a personas públicamente, pero de ser así esta amonestación sucede desde el contexto del autocontrol privado y constante de la desviación individual del ideal. El edificio de la heteronormatividad, y la estructura familiar que es su ideal, se presenta como constantemente amenazado (no solo desde el exterior y los refuseniks) sino «en todas partes, en todo momento».21 Por tanto, los pánicos sobre el sexo se alimentan de narrativas de peligro, enfermedad y perversión en las que todos «nosotros» somos susceptibles de que nos ocurra algo, y se fundamentan en la repetición de «lenguaje e imágenes sexuales evocadoras» que «nos» instan a estar siempre atentos, como parte de la comunidad y como individuo.22
A diferencia del debate académico que tiende a valorar una presentación lógica, calmada y racional, las situaciones en las que se dan los pánicos sexuales se basan en crear revuelo en la emoción pública, que se presenta luego como la auténtica «sede de la verdad y la ética».23 Sin embargo, aunque sugieren pasión y autenticidad, estas situaciones tienen un guión muy estricto. Obtienen su poder de la más amplia cultura emocional del sexo: «una mezcla afectivamente densa» de temor, excitación, vergüenza y miedo, que a menudo produce un arco emocional de «escándalo, furia y asco».24 También pueden provocar un «escalofrío de placer» para sus audiencias, que mezcla sociabilidad, excitación emocional, rectitud y «la emoción de la ira colectiva».25 La «narrativa intrínseca» de la amenaza a la sexualidad normativa e ideal y los momentos de pánico que la acompañan son peligrosos debido a su capacidad de «ejercer un efecto paralizador generalizado en el arte, la investigación científica, el activismo político y el periodismo», ya que «operan a favor del conservadurismo social y religioso», y porque son un «vehículo clave para consolidar poder político» para la derecha cristiana.26
En lo que sigue, no nos interesa tanto argumentar en contra de los análisis antiporno como explorar las maneras en las que dichos análisis conectan con las construcciones ubicuas de lo «apropiado», lo «natural», lo «decente», que apuntalan la sospecha de la pornografía como una amenaza a la sexualidad normativa y las relaciones «apropiadas». Al examinar así el feminismo antiporno, tenemos que reconocer las maneras en las que enmarca, denomina y delinea el «problema» de modo que puedan consumirlo los medios de comunicación de masas. El feminismo antiporno no es el único participante del discurso público sobre el sexo, la sexualidad y la pornografía: a él se une una amplia gama de periodistas, políticos y activistas que da forma a los límites dentro de los cuales debe debatirse, cómo debe debatirse, qué es una prueba aceptable y qué constituye el terreno del «problema». Atraer la atención a los puntos en los que hay consenso implica un reconocimiento de que los medios de comunicación de masas generalmente presentan el debate sobre la pornografía como batallas entre bandos contrarios donde lo más importante es el desacuerdo, más que el detalle de las pruebas aportadas. Tomemos como ejemplo el reciente debate en el periódico británico The Guardian entre Gail Dines y Anna Span titulado «Can Sex Films Empower Women?»27 («¿Pueden las películas de sexo empoderar a las mujeres»?). Este tipo de debate puede ofrecer equilibrio (ambas partes pueden aportar su punto de vista) pero esto no es tan importante como el espacio que se concede a los lectores para establecer qué