Porno feminista. Группа авторов
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La «teoría dominó» de las pasiones se invoca aquí junto con una búsqueda de niveles de estimulación cada vez mayores que lleva inevitablemente a materiales más misóginos y dañinos.48 La pornografía programa los instintos sexuales masculinos y solo puede tener una trayectoria posible: hacia cada vez más encuentros con imaginería sexualmente explícita y hacia material cada vez más «extremo». La sexualidad masculina se concibe como total e intrínsecamente plástica: un apetito a duras penas contenido que, por su propio bien, debe civilizarse y mantenerse lejos de la influencia inflamatoria de los contenidos sexuales. Dines señala que «los chicos jóvenes adictos con los que hablo acaban con problemas graves. Descuidan sus estudios, gastan grandes cantidades de dinero que no tienen, se aíslan de otras personas y sufren depresión. Saben que algo está mal, sienten que no tienen el control y no saben cómo parar. Algunas de las historias más preocupantes que oigo provienen de hombres que se han desensibilizado tanto que han empezado a consumir porno más duro y han acabado masturbándose con imágenes que previamente les daban asco. Algunos de esos hombres están muy avergonzados y asustados, porque no saben dónde acabará esto».49
Por suerte, el «análisis» antiporno está aquí para salvarles:
Para los hombres (a los que haya disgustado la presentación), no se trata (normalmente) de que no hayan visto este tipo de imágenes antes, sino que ahora se les invita a que las vean de forma diferente. A menudo, lo que más les perturba es que imágenes similares no les habían perturbado en el pasado. Se dan cuenta de que han sido manipulados, puestos al servicio de los beneficios de la industria, y que su implicación con la pornografía les ha impedido desarrollar una sexualidad auténtica de acuerdo con sus propios valores».50
Esta revelación (darse cuenta de que «han sido manipulados, puestos al servicio de los beneficios de la industria») se refuerza con la creciente popularidad de las historias de adicción al porno. Michael Leahy describe el porno como la principal adicción en los ee.uu., al tiempo que el cantante cristiano Clay Crosse confiesa que se siente tentado y «lucha contra la lujuria alimentada por la pornografía», un problema que aparentemente comparte con más del 50 % de los estadounidenses que asiste a misa.51 A lo largo y ancho de internet (el espacio que supuestamente ha sido colonizado por el porno) surgen relatos de horribles de luchas contra la influencia del porno. Son historias muy convincentes, y ahora están respaldadas por la última investigación «científica» que mantiene que los centros de placer del cerebro se reprograman tras ver «demasiado» porno.
Y mientras que se desarrollan estas narrativas de dolor, destrucción de relaciones, fracaso de las funciones del pene y autoabuso compulsivo, éstas también ofrecen una potente posibilidad de redención, renovación y renacimiento. Muchas confesiones de adicción al porno van unidas a las intervenciones recomendadas: el test para determinar si tu consumo es obsesivo, el uso de Net Nanny, la desintoxicación de seis meses y, si falla todo la anterior, «un keylogger, un programa que registra todos los movimientos que haces en internet» y un «software de rendición de cuentas que … enviará un informe semanal a tu “compañero de rendición de cuentas” para ponerle al día sobre qué sitios web visitas». Los hombres pueden estar tranquilos, no están solos: «con una combinación de terapia, filtros para internet, mantras, rendición de cuentas e investigación, (la adicción al porno) se puede superar».52
Puede ser útil comparar la visión que sustenta este enfoque con las «directrices claras y cristalinas» sobre el sexo que se pueden ver en las campañas antiporno evangélicas y otras campañas antiporno conservadoras: «el placer sexual ha de ser experimentado por el hombre y la mujer dentro del matrimonio», pero aquellos que caen en desgracia y desean arrepentirse pueden ser perdonados.53 Disfrazadas de políticas de igualdad de género, los escritos feministas antiporno se modelan cada vez más sobre este enfoque religioso del porno, aunque usen un modelo médico de «sexo saludable» y discursos que empujan a los hombres a verse a sí mismos como adictos, o como las víctimas del «grooming» de los pornógrafos o la cultura popular, como víctimas de «abuso», «consumidos» y «desensibilizados». Esto nos permite imaginarnos a los consumidores masculinos de porno como el «objetivo de una explotación comercial despiadada», como heridos y sufrientes, pero capaces de buscar «curación, conexión y regeneración moral».54
El feminismo antiporno se ha resistido increíblemente a las prácticas académicas de teoría y pruebas empíricas, prefiriendo contrargumentar aludiendo a verdades emocionales. Depende más que nunca de los «testimonios», aunque sigue siendo un problema el testimonio de quién se considera válido: quienes dan testimonio de los placeres del porno o de la sensación de liberación no cuentan tanto como quienes se presentan como adictos, víctimas o rescatadores. No es sorprendente que a esta postura se le haya dado tanta voz y de esta manera, dado el clima político actual. Como señaló Lynne Segal en 1998, es un «boleto ganador» en tiempos conservadores, puesto que no en vano ofrece tanto a mujeres como a hombres la perspectiva de «identificarse con facilidad, los placeres de lo familiar reempaquetados como radicales, la comodidad del conservadurismo y el rechazo de las victorias feministas anteriores así de como cualquier posibilidad seria de cambio».55 Para el feminismo antiporno contemporáneo, el uso de testimonios, junto con las emocionantes atracciones de las presentaciones de diapositivas antiporno, es una forma clave de expresión a la hora de contar historias sexuales. Estas se entrelazan en narrativas que, a pesar de que dependen de una base empírica restringida y ajustada a un determinado guión, han acabado reificadas como la auténtica voz de la verdad y los sentimientos. La retórica, en vez de la razón, es el modo preferido de debate, de estilo similar a los testimonios de los avivamientos religiosos cristianos, aunque expresados con un lenguaje sanitario. Es la clase de discurso que encaja con una particular forma de conocimiento, enraizada en lo profundo, en un tipo de sentido común que no necesita una teoría ni pruebas empíricas que lo sustenten.
Bibliografía
Dines, Gail, «Not your Father’s Playboy». Counterpunch, 2010. Visitado el 9 octubre de 2011. http://www.counterpunch.org/2010/05/17/not-your-father-s-playboy/
Jensen, Robert, Getting Off: Pornography and the End of Masculinity, South End Press, 2007.
Levy, Ariel, Female Chauvinist Pigs: Women and the Rise of Raunch Culture, Free Press, 2005.
Paul, Pamela, Pornified: How Pornography is Transforming our Lives, our Relationships and our Families, Times Books, 2005.
Plummer, Ken, Telling Sexual Stories: Power, Change and Social World, Routledge, 1995.
Rubin, Gayle. «Thinking Sex. Notes for a Radical Theory of the Politics of Sexuality». En Pleasure and Danger: Exploring Female Sexuality, pp. 267–319. Routledge, 1984.
Rush, Emma and La Nauze, Andrea, Corporate Paedophilia: Sexualisation of Children in Australia, Discussion Paper nº 90, The Australia Institute, 2006.
3. Chris Boulton, «Porn and Me(n): Sexual Morality, Objectification, and Religion at the Wheelock Anti-Pornography Conference», The Communication Review 11, n.º 3 (2008), pp. 249–50.
4. Pornnation.org, Object.org.uk.
5. Shelley Lubben, Truth Behind the Fantasy of Porn: The Greatest Illusion on Earth (CreateSpace, 2010); shelleylubben.com.