Porno feminista. Группа авторов
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Sería poco honesto afirmar que el activismo antiporno obtiene mayor atención que cualquier otro enfoque, pues sí que hay espacios en los medios de comunicación para las opiniones plurales y divergentes sobre la pornografía. Del mismo modo, en los estudios sobre el porno elaborados por otros académicos feministas, por estudiosos gays, por investigadores interesados por las nuevas tecnologías y los nuevos medios de comunicación y por activistas sex-positive, sex-radical y a favor del trabajo sexual, podemos ver el inicio de unas narraciones sobre la historia, producción, distribución, consumo y significado de pornografías diversas. Pero en la mayor parte de los debates públicos los argumentos que no comienzan sospechando de la pornografía son relativamente invisibles, y el debate solo puede operar dentro de ciertos límites porque el terreno se ha circunscrito claramente en un marco de preocupación de la «narrativa intrínseca» de la sexualidad «natural». La postura pro-porno más visible en los debates públicos es, con diferencia, la de la libertad de expresión y el derecho del individuo a interactuar con la pornografía. Sin embargo, defender la pornografía como parte de la libertad de expresión no sirve de mucho para desafiar la presentación del porno como una forma específica en la que se degrada o subordina a las mujeres, o que es irreparablemente dañina para los niños que lo ven «demasiado pronto». Los argumentos que esgrimen la libertad de expresión simplemente requieren que los materiales sexualmente explícitos no se censuren para los adultos, y que en sociedades libres y democráticas la pornografía debe tolerarse. Pero esta tolerancia es siempre un logro inestable para cualquier grupo o interés minoritario, siempre abierto a una posible reevaluación o redefinición. Al argumentar haciendo referencia a la libertad de expresión, sus defensores a menudo ceden terreno al admitir que algunas formas de pornografía son de hecho horribles, dañinas y abominables y, por lo tanto, confirman el análisis básico de que hay algo intrínsecamente problemático sobre las formas culturales de la representación sexual y las personas que las buscan.
Por lo tanto, pese a que el feminismo antiporno ha sido ampliamente criticado por su falta de rigor teórico, su pobre base empírica y su fracaso a la hora de distinguir su postura de otras visiones muy conservadoras de la sexualidad y el género, sí que ha conservado un importante arraigo en las esferas académica y populista como una perspectiva que solo puede ser circumnavegada. A continuación, queremos mostrar las maneras en las que el feminismo antiporno contemporáneo rechaza cada vez más los terrenos académicos de análisis y debate mientras hace llamamientos al sentido común y a la inteligencia emocional, precisamente porque este es el terreno en el que sus argumentos arraigan mejor.
«Estamos aquí sentados con nuestro sentido común»: el mundo académico y el feminismo antiporno
En su análisis de las giras antiporno de los años ochenta y noventa, Eithne Johnson señaló el uso de presentaciones de diapositivas para crear espectáculos que «pretenden instruir al mismo tiempo que prometen excitar o aterrorizar a la audiencia».28 Las giras de conferencias eran un híbrido de atracción pornográfica y educativa que favorecía el tipo de conocimiento que descarta el aparato analítico de la investigación académica: esto es, el establecimiento de marcos teóricos y debates sobre metodología, contextualización, consideración de enfoques diversos, disección de los ejemplos, desarrollo de conclusiones basadas en pruebas empíricas y demás. Como también señala Johnson, su impacto dependía precisamente del mismo conjunto de características que sus defensores atribuían a la pornografía: re-presentar los cuerpos femeninos como «imaginería brillante y gore de partes del cuerpo» en una serie de «fragmentos chocantes». Sobre esta base cada ponente construía una narrativa invitando al horror y la indignación como la reacción apropiada ante dichas imágenes. Este estilo de presentación, como describe Lynne Segal, ha dominado también la palabra escrita de parte del feminismo antiporno, bebiendo de la «imaginería sexual sádica», usando las artes de «excitación y manipulación», imitando las horrorosas y chocantes cualidades que le atribuyen a la pornografía, y por tanto reproduciendo lo que imaginan que es una visión «pornográfica» del mundo.29
La presentación de diapositivas antiporno se ha actualizado para el siglo xxi. En su debate sobre las presentaciones que produce Stop Porn Culture en los ee.uu., Karen Boyle, entre otros, describe cómo son diferentes al trabajo académico sobre la pornografía. Los ponentes «salen del mundo académico y van al mundo real donde la gente vive su vida».30 La presentación está diseñada para tener «impacto», especialmente en mujeres que «no hayan visto ninguna o casi ninguna pornografía» y lleva a su audiencia femenina «en un viaje» durante el cual quedarán «muy conmocionadas», pero al salir «se sentirán increíblemente validadas». El poder de la presentación depende de su diferencia con el trabajo académico, el cual, según defienden, implica «argumentos intelectuales abstractos» y está menos preocupado por el activismo que por «sacar libros que no levanten olas en el mundo académico».31
Este estilo de presentación es un indicador de los escenarios construidos por grupos conservadores en la creación de un pánico sexual más generalizado. Comprender este estilo es importante porque demuestra cómo el feminismo antiporno funciona como una forma concreta de conocimiento, y cómo el estilo del pánico sexual es una parte clave de su atractivo, además de sugerir por qué, pese a no poseer una postura intelectual creíble o una base empírica, el feminismo antiporno es convincente para algunas personas. De hecho, aunque ciertos escritos recientes, como la colección editada por Karen Boyle, se presentan como trabajo académico y afirman estar basados tanto en la teoría como en las pruebas empíricas, por lo general el feminismo antiporno se ha vuelto más y más hostil al trabajo académico que en el pasado. En el debate sobre las presentaciones de diapositivas, por ejemplo, se afirma que «si se dan ejemplos de lo que las mujeres en las diapositivas dicen, sienten, o piensan, los académicos dirán “Eso no puede ser verdad, porque no se ha investigado” o “Muéstrame pruebas de eso”, lo que minimiza los sentimientos y reacciones de las mujeres».32 El porno se describe como un «juego intelectual» para académicos que trabajen en entornos que «han sido preparados para generar casi como robots cierto tipo de objeciones…».33
Esta aversión al mundo académico en los escritos antiporno está relacionada con un conjunto de sospechas más genéricas sobre los medios de comunicación y el comercio. En la colección Getting Real se refieren múltiples veces a las relaciones entre comercio, medios de comunicación, trabajo sexual, pornografía e investigación académica; los medios de comunicación son un «chulo de facto de las industrias de la prostitución y la pornografía»34 y hay una «alianza impía … entre ciertos académicos posmodernos y los agentes más agresivos del consumismo y la industria del marketing (incluyendo la industria del porno)».35 En el análisis de Abigail Bray sobre las defensas de las fotografías del artista Bill Henson (uno de varios episodios recientes de eventos mediáticos en los que el arte que muestra niños desnudos se ha descrito como pornográfico o pedofílico) el término «pánico moral» se describe como «en movilidad ascendente», uno que «opera políticamente para hacer el trabajo de la tolerancia neoliberal gobernando la mirada del público y borrando las críticas feministas».36 En el análisis de Bray, la lectura más honesta de las fotografías de Henson es una que se arriesga a «hacer que broten los sentimientos vulgares de las masas moralizantes … incluso si esto significa ir a contrapelo de una subjetividad académica gentrificada».37 Aquí se descarta la posibilidad de cualquier postura que no proceda de la moralidad y los sentimientos. Es simplemente «la gubernamentalidad de la galería de arte privada de clase alta: la celebración compulsiva de la transgresión sexual, el gentil mundo endogámico de los expertos … una tecnología normativa del yo del progresista de clase media».38 Desde estas perspectivas,