Porno feminista. Группа авторов
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De vuelta en el círculo mágico: sexo pornográfico contra sexo sano
Como escribió Gayle Rubin en 1984, gran parte de los análisis de la sexualidad se basan en la idea de que hay un «círculo mágico» caracterizado por sexo que es heteronormativo, vainilla, destinado a la procreación, en pareja, que tiene lugar entre personas de la misma generación, en casa, que solo implica los cuerpos y evita el sexo comercial y la pornografía. Más allá se encuentran los «límites exteriores» del sexo: promiscuo, no destinado a la procreación, ocasional, fuera del matrimonio, homosexual, entre generaciones, que tiene lugar en solitario o en grupos en público, o que incluye s/m, comercio, objetos manufacturados y pornografía. Las críticas feministas del porno han dejado clara la necesidad de distinguir entre sus objeciones y las que se basan en motivaciones morales o religiosas, o las que se basan en la ofensa al buen gusto o la decencia de la pornografía. Sin embargo, el trabajo feminista antiporno reciente no se centra especialmente en los aspectos problemáticos del género en el porno, ni adopta una crítica más amplia del sexismo en los medios de comunicación, ni tampoco busca un análisis de cómo los materiales sexistas pueden compararse con pornografía no sexista u otras formas de contenidos sexualmente explícitos. En vez de ello, parece más preocupado por la idea de una «sexualidad sana» caracterizada por Rubin en su descripción del círculo mágico del sexo. Una de las maneras en las que Dines articula esto se basa en el empleo del término «sexo pornográfico» que se usa para indicar sexo degradado, deshumanizado, formulaico y genérico: «sexo de uso industrial» comparado con sexo que implique «empatía, ternura, cuidado, afecto… amor, respeto o conexión con otro ser humano».40
Este ideal de sexo saludable está ceñido a los actos que son permisibles en él. Para Dines es degradante el sexo anal, la eyaculación en el cuerpo o cara de la mujer, y que más de un hombre esté manteniendo relaciones sexuales con una mujer. Los materiales producidos por Stop Porn Culture están salpicados de referencias como «adicción», «grooming», «proxenetismo» o «enrollarse», dibujando una visión del sexo como inherentemente peligroso mediante el empleo de miedos sobre el abuso de menores, el sexo comercial y el sexo ocasional, como si todos ellos no solo estuvieran relacionados sino que fueran uniformemente problemáticos y tuvieran su raíz en la «cultura del porno».
En la presentación de Stop Porn Culture «It’s Easy Out There for a Pimp», la distinción entre «sexo relacionado con el porno» y «sexo saludable» se explicita más utilizando una serie de contrastes tomados del libro The Porn Trap, escrito por los terapeutas sexuales Malz & Malz.41 El sexo pornográfico incluye «usar a alguien» y «hacerle algo a alguien». Es un «espectáculo para otros», un «bien público», «separado del amor», «emocionalmente distante». «Puede ser degradante» e «irresponsable», «incluye engaño» y «gratificación de los impulsos», «debilita los valores» y «hace pasar vergüenza». Por el contrario, el sexo saludable es «cuidar de alguien» y «compartir con una pareja». Es una «experiencia privada», un «tesoro personal», «una expresión de amor» y «enriquece». Es «siempre respetuoso», «se aborda de forma responsable», «requiere sinceridad», «implica todos los sentidos», «mejora quién eres en realidad» y proporciona «satisfacción duradera». Esta visión del buen sexo como privado en vez de público, y claramente ligado al amor en vez de a la gratificación también puede encontrarse en el trabajo de Robert Jensen. Jensen argumenta que el sexo debe implicar «una percepción de conexión con la otra persona, una mayor conciencia de la propia humanidad, y a veces, incluso una profunda percepción del mundo que puede surgir de una experiencia sexual significativa y profunda».42
Pero es difícil ver por qué estas características deberían ser importantes para las políticas sexuales o el feminismo, o por qué el feminismo debería valorar el sexo según su capacidad de desarrollar intimidad en vez de por cualquier otro motivo. De hecho, se corresponde mucho más claramente con una visión del sexo como sagrado o «especial» y al ideal contemporáneo de relación pura que describe Anthony Giddens, en el cual el sexo se ancla a una coherencia y persistencia emocionales.43 El sexo ocasional, el sexo kinky, el sexo violento, e incluso el sexo monógamo, hetero, vainilla, que puede ser fruto de la rutina, el aburrimiento, la diversión o la búsqueda de emociones fuertes no cumple con estos estándares. Se asume que el sexo tiene un propósito apropiado, y no se considera la variedad de prácticas sexuales que la gente desarrolla, las diversas maneras de concebir el sexo o las múltiples razones por las que las personas mantienen relaciones sexuales. Aunque rechazan categóricamente que se les describa como «antisexo», autores como Dines descartan las posibilidades de una sexualidad plural y en constante construcción.
El intento del feminismo antiporno de definir qué es sano se extiende más allá del sexo a toda una serie de contrastes en la mesa redonda de Boyle.44 Aquí lo sano se equipara con la comida nutritiva, la experiencia, la creatividad, la autenticidad, ser y sentir, política y activismo, el mundo real, el sentido común y el testimonio. Frente a esto se presenta un mundo de insalubridad, caracterizado por una amplia variedad de cosas: hamburguesas de McDonalds, productos industriales, imágenes, lo genérico y formulaico, mostrarse, representar, actuar, ser vistos, la investigación científica, el interés propio, el individualismo, el elitismo, la teoría y la hermenéutica. Según esta visión, no solo son malsanas la mayor parte de las expresiones de la sexualidad, sino también cualquier cosa que se haya producido en masa, además de algunas formas de representación, autopresentación y trabajo intelectual. De hecho, hay una enorme desconfianza a cualquier clase de mediación: el mundo «sano» se imagina como uno en el que la industria, el comercio y la representación parecen no existir, y donde incluso algunos actos en los que se expresa el yo o se interpreta el mundo parecen sospechosos si de alguna forma no son lo bastante directos. Esta visión se explicita en el argumento de Robert Jensen según el cual debemos intentar «trascender … la cultura mediada y explorar las cosas de forma más directa». Porque «el sexo es una forma de comunicación … con los demás» y «con nosotros también en cierto sentido», y debe incluir «contacto humano directo cara a cara», algo que en «esta cultura hipermediada» es cada vez más difícil de conseguir.45
Salvar a los hombres
En este sentido es interesante ver de qué manera han aparecido los hombres en los nuevos escritos antiporno. Citemos a Dines:
Muchos hombres se me acercan y confiesan que lo consumen compulsivamente. Esto no había pasado nunca antes. Recibo mucha desesperanza por parte de las mujeres, porque están intentando salir con hombres y no pueden encontrar ninguno que no haya consumido pornografía. Y yo siempre les digo: «No es probable que encuentres a un hombre que no haya consumido pornografía. Ese no es el problema. El problema es si sigue haciéndolo después de que tú le hayas proporcionado el análisis».46
Aquí hay una naturalización del interés masculino por la pornografía y una implicación de que esto puede ser debido a la ubicuidad de la pornografía. Las mujeres deben «proporcionar el análisis» y esto debe ser suficiente para convertir a un espectador de porno en un compañero apropiado. El «análisis» es, por supuesto, que la pornografía está mal, pero también que «secuestra» la sexualidad, y que consumirlo es una señal de debilidad, que demuestra falta de imaginación, autoconocimiento y espíritu crítico. Los escritos feministas antiporno recientes han tendido a distanciarse de la idea ampliamente criticada de sus «efectos», obtenida de estudios en laboratorio, para centrarse en una visión de los hombres en la que están programados por sus hábitos de visionado. En estas narrativas de adicción, los hombres llegan a preferir el «sexo pornográfico» y a presionar a sus parejas para que se comporten como estrellas del porno. Esto puede tener el efecto nocivo adicional de encontrar el porno más excitante que a sus parejas, de perder la habilidad de obtener o mantener una erección o de experimentar dificultades con la eyaculación, dañando por tanto su sexualidad auténtica y destruyendo la intimidad emocional de sus relaciones.
Los hombres hablan de su uso compulsivo y de lo difícil que es dejarlo. Los hombres me dicen que