Porno feminista. Группа авторов

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Dines et al., op. cit., p. 24.

      47. Ibid., p. 31.

      48. Mariana Valverde, Sex, Power and Pleasure, Women’s Press, 1985, p. 150.

      49. Gail Dines, «How The Hardcore Porn Industry Is Ruining Young Men’s Lives», The Sydney Morning Herald, 18 mayo 2011, http://www.smh.com.au/opinion/society-and-culture/how-the-hardcore-porn-industry-is-ruining-young-mens-lives-20110517-1erac.html#ixzz1b4dlVQCm.

      50. Dines et al., op. cit., p. 18.

      51. Michael Leahy, Porn Nation: Conquering America’s #1 Addiction, Northfield Publishing, 2008.

      52. Sarah Stefanson, «Dealing with Porn Addiction», visitado 28 julio 2011, http:// uk.askmen.com/dating/love_tip_400/404b_love_tip.html.

      53. Boulton, op. cit., p. 266.

      54. Rebecca Whisnant, «From Jekyll to Hyde: The Grooming of Male Pornography Consumers», in Everyday Pornography, Routledge, 2010, pp. 115, 132.

      55. Segal, «Only the Literal», p. 57.

      4. «Qué hace una chica como tú…»

      candida royalle fue presidenta de Femme Productions. Participó a menudo como invitada en programas de televisión y radio, pues tenía una excelente reputación como experta en relaciones, sexualidad y auto-empoderamiento de la mujer. Escribió How to Tell a Naked Man What to Do: Sex Advice From a Woman Who Knows. Royalle fue una popular estrella del cine para adultos durante la «era dorada» del porno, entre los años 1975 y 1980. Con esta experiencia de primera mano, Royalle sintió que podía cambiar la industria del cine para adultos desde dentro, proporcionando una voz femenina a un género previamente dominado por los hombres. Royalle fue pionera en el género del cine erótico hecho por y para mujeres y parejas. Su trabajo ha sido ampliamente utilizado por consejeros y sexólogos. Asimismo, recibió reconocimiento internacional por su enfoque igualitario y sex-positive de la sexualidad y el erotismo. En colaboración con Groet Design, una empresa neerlandesa de diseño industrial, Royalle creó en 1995 la línea Natural Contours de elegantes y discretos aparatos de masaje íntimo. Royalle ha impartido conferencias en el Smithsonian Institute, en el congreso nacional de la American Psychiatric Association, y en el World Congress on Sexology, además de en numerosas universidades como Princeton, Columbia, Wellesley College y Nueva York. Royalle fue miembro de la American Association of Sex Educators, Counselors, and Therapists y perteneció a la junta fundadora del Feminists for Free Expression. Para más información, visita candidaroyalle.com.

      Cada vez que me siento para una entrevista, inevitablemente, la primera pregunta es cómo entré en el porno. A menudo tengo la sensación de que lo que quieren preguntarme en realidad es: «¿Qué hace una chica como tú…?». La imagen de jóvenes de la calle endurecidos sacando pasta suficiente para comprar drogas parece que persiste, a pesar de la brillante fama de estrellas del porno como Jenna Jameson. Nuestra sociedad no puede concebir aún que una chica joven y relativamente cuerda elija dedicarse al trabajo sexual por otro motivo que no sea la desesperación. Va en contra de todos los estándares de lo aceptable para la mujer. También es importante marginar a las trabajadoras sexuales, no vaya a ser que nuestras tiernas hijitas se imaginen una carrera en lo que es aún hoy un tabú terrible. Hace cien años se declaraba ninfómanas enfermas a las mujeres que querían mantener relaciones sexuales más a menudo que sus maridos. Hoy, a pesar de que a las mujeres se les concede el derecho a la satisfacción sexual, el doble rasero sigue vigente y en plena forma, y se controla a las mujeres a través del miedo a la temida etiqueta de «golfa». Convertirse en una trabajadora sexual cruza la línea que separa el territorio prohibido: ¿cómo nos atrevemos a usar nuestros cuerpos y nuestra sexualidad para ganarnos la vida o simplemente para expresar quiénes somos? ¿Quién nos ha dado el derecho al control absoluto sobre nuestros cuerpos y nuestra sexualidad?

      Yo no siempre he sido un espíritu libre en lo sexual. Aunque experimenté sentimientos sensuales al llegar a la pubertad y los ensayos de ballet con mi bonita vecina Sandy se convirtieron en deliciosas exploraciones de nuestros cuerpos —no genitales, pero aun así muy excitantes—, seguí siendo virgen hasta que mi relación con mi novio a los dieciocho años fue seria, y no experimenté mi primer orgasmo hasta los diecinueve (cortesía de la liberadora información sobre clítoris y orgasmos de la primerísima edición de Our Bodies, Ourselves). Pero esto fue a principios de los setenta, y la revolución sexual estaba en pleno apogeo, igual que yo. También tomé parte activa en el movimiento de liberación de la mujer, tal y como se llamaba entonces: y, a diferencia de cómo se ha tergiversado más tarde, el movimiento de entonces respaldaba la libertad sexual y promovía el derecho de la mujer a una vida sexual sana y satisfactoria.

      Durante aquel periodo del movimiento de liberación de la mujer surgieron muchas contradicciones. Aunque se respaldaba fuertemente una vida sexual sana para las mujeres, muchas creían que elegir un hombre para esa maravillosa vida sexual era dormir con el enemigo. Empecé a sentir que la ira y las acusaciones mutuas estaban sustituyendo a los maravillosos sentimientos de camaradería y objetivos compartidos que había experimentado con mis hermanas feministas. Al mismo tiempo, estaba perdiendo interés en mis estudios universitarios: mi Nueva York natal se me hacía mugrienta y poco acogedora. Así que eché un puñado de cosas en una mochila y me dirigí a la vida de sol y despreocupación de San Francisco. Fue allí donde comenzó mi incursión en el mundo del sexo comercial.

      Dejé a un lado las camisetas con la leyenda Sisterhood is Powerful («la sororidad es poderosa») y empecé a juntarme con los frikis, hippies y drag queens de San Francisco. Creatividad infinita y expresión propia ilimitada florecían en esta ciudad mágica que dio a luz al movimiento paz y amor. El pintalabios rojo brillante y la ropa vintage de los años cuarenta y cincuenta de las tiendas de segunda mano sustituyó a los uniformes grises y marrones del movimiento político que había dejado atrás. Me movía con un grupo relacionado con el teatro, que incluía desde quienes fundaron las conocidas Cockettes, un grupo de performance que funcionaba a base de purpurina y alucinógenos y que había surgido del movimiento de los derechos gay, a sus herederos, los Angels of Light. Fue con los Angels of Light con los que debuté en San Francisco como «The Little Tomato», cubierta de purpurina roja y verde y cantando una cancioncilla de jazz que había escrito, que se llamaba así y por la que me acabaron conociendo. Fue entonces cuando adopté el pseudónimo Candida Royalle: Candida porque era el origen latino de mi nombre, Candice, y Royalle… bueno, me salió así y me gustaba. Pensé que sonaba como un postre francés muy dulce.

      Como hija de un percusionista de jazz, cantar jazz me salía solo, y mi amor por la improvisación de scat llevó a muchos a describirme como la «Ella Fitzgerald pequeñita y blanca». ¡Un gran honor! Actué en una serie de grupos de jazz a cappella y en grupos de teatro avant-garde, además de con mi propio conjunto de jazz. Pero en aquellos tiempos rechazábamos el materialismo. Ganaba algo de dinero en algunos de los conciertos de jazz, y con alguna venta ocasional de mis obras de arte, pero esencialmente actuábamos gratis. Sentíamos que era más importante actuar por amor al arte y llevar teatro gratuito a las masas que preocuparnos de ganar dinero. Pero había un pequeño problema: aun así, yo seguía teniendo que pagar el alquiler. Y aquí, finalmente, es donde entra en escena el porno.

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