Porno feminista. Группа авторов

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Porno feminista - Группа авторов UHF

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la idea de que existiera un mercado de porno para mujeres o para parejas era totalmente inaudita. La oferta de mi suegro de financiar nuestra idea tenía una condición: tenía que encontrar primero un distribuidor. Esto resultó ser nuestro mayor reto. En la mayor parte de las empresas me daban una palmadita en la cabeza, diciéndome que ese mercado no existía —«esto es un club de chicos», me dijo uno de ellos—, pero eso servía para convencerme todavía más. Yo sabía que estaban equivocados. Finalmente conseguí que una de las empresas más conocidas, vca Pictures, aceptara distribuir nuestras películas. Con un poco de marketing y de promoción, sacamos al mercado con gran éxito comercial y abrumador entusiasmo del público nuestros tres primeros vídeos: Femme (1984), Urban Heat (1984) y Christine’s Secret (1986).

      Tras nuestro primer año, Lauren continuó su camino con otros proyectos y yo seguí con Femme. En 1986, mi marido y yo fundamos Femme Distribution, negociamos con vca recuperar nuestros tres primeros títulos y nos ocupamos de la distribución internacional de la línea Femme. Produjimos cinco títulos más, incluyendo uno en tres partes llamado Star Directors Series en los que invité a otras cuatro amigas que habían sido estrellas de las películas para adultos (Annie Sprinkle, Gloria Leonard, Veronica Vera y Veronica Hart) a que escribieran y dirigieran sus propios cortos. Mientras tanto, para llegar al sector demográfico al que me estaba dirigiendo sin gastar grandes cantidades de dinero en publicidad, puse en práctica lo que había aprendido en un curso para hablar en público de mis tiempos universitarios y me convertí en la portavoz de Femme. Sabía que los medios de comunicación se lanzarían sobre una historia de una antigua estrella del porno que se atrevía a desafiar una industria de la pornografía dominada por los hombres y no hacía daño que yo no fuera en absoluto lo que ellos esperaban cuando venían a entrevistarme. Una vez que nos encargamos de la distribución, dejé de trabajar desde la oficina de casa y me mudé a un loft en el prometedor y chic barrio de SoHo en Manhattan, así que en vez de que les recibiera una ninfa rubia de Porn Valley con grandes pechos, les recibía una mujer de erizado pelo entrecano muy neoyorquina. Tuve mis detractores, pero la mayor parte de la gente de la prensa comprendía lo que estaba intentando hacer y apreciaba los avances que estaba consiguiendo.

      Con el tiempo, Femme había acumulado una impresionante presencia en los medios, incluyendo Time, Glamour, The New York Times, The Times of London, y muchísimas otras publicaciones así como apariciones en casi todos los principales programas de la televisión, incluyendo The Phil Donahue Show, donde yo, una novata en el debate político, me enfrenté con éxito a Catherine MacKinnon. Había alcanzado tal éxito al crear demanda para mi línea que los minoristas tuvieron que empezar a hacer pedidos si querían aprovechar el nuevo y creciente mercado de las mujeres y las parejas.

      En 1988 mi marido y yo nos separamos, y yo empecé a supervisar tanto la producción como la distribución. Después de unos cuantos años me di cuenta de que estaba agotada y que no podía ser al mismo tiempo la directora creativa y la distribuidora. En 1995 hablé con phe, Inc./Adam and eve, una empresa propiedad de Phil Harvey, que era conocido por su trabajo político y filantrópico, y después de un año de negociaciones la empresa abrió una división de distribución al por mayor con mi línea Femme y accedió a financiar mi trabajo. Añadimos diez largometrajes más a mi línea, incluyendo AfroDite Superstar (2006), la primera de mi serie multiétnica «Femme Chocolat». Femme ofrece ahora dieciocho títulos. Mi más reciente empeño ha sido lanzar el trabajo de otras directoras de películas eróticas cuyas visiones sean innovadoras.

      Quizá mi mayor fuente de orgullo sean las numerosas cartas y mensajes de correo electrónico que he recibido de hombres y mujeres a lo largo de los años, agradeciéndome haber creado películas para adultos que les hacen sentirse bien respecto al sexo y que han proporcionado un impulso muy necesario a un largo matrimonio cargado con las necesidades de los niños y los retos que supone llevar una vida ajetreada. Mi segunda mayor fuente de orgullo es haber obtenido el apoyo de la sexología y los muchos consejeros matrimoniales y sexuales que se sienten cómodos al recomendar mi trabajo a mujeres y parejas a los que piensan que podría ayudar. En 1988, Sandra Cole, que era en ese momento presidenta de la American Association of Sex Educators, Counselors and Therapists (aasect) me pidió que hablara en su congreso nacional anual. En 1992 proyectaron mi cuarta película, Three Daughters, una historia de iniciación que incluye una escena con el redescubrimiento sexual de los padres, que aasect apoyó públicamente por «promover roles sexuales positivos».

      Así que, ¿puede el porno coexistir con los principios del feminismo? ¿Estaba todavía traicionando a mis hermanas? ¿O había contribuido a crear un entorno en el que las mujeres pudieran expresar sus visiones sexuales únicas a través del cine y el vídeo? Ya desde el principio la prensa me etiquetó como «pornógrafa feminista», un oxímoron para muchos, un titular llamativo para otros. Nunca me propuse hacer películas «feministas» —«humanistas» sería un término más exacto— y siempre he odiado la «palabra con p». Para mí, «pornografía» evocaba imágenes de mujeres plásticas manteniendo relaciones sexuales mecánicas con hombres generalmente nada atractivos, y sexo vacío de sentimiento, aburrido en el mejor de los casos, repulsivo en el peor. «Cine erótico» me sonaba pretencioso y ambiguo. Pero no hay ninguna otra palabra que llame la atención de la gente de la forma en que lo hace la «palabra con p». La palabra hacía que la gente se enterara de que mi trabajo existía, pero no necesariamente me ayudaba a llegar al mercado que yo estaba buscando. En los ochenta y en gran parte de los noventa, la sola mención del porno podía repugnar a la mayor parte de las mujeres. Ahora «porno» es la nueva palabra, actualizada y chic, para pornografía. Ha llegado a significar algo atrevido, desafiante. Del mismo modo que las mujeres eliminaron el poder de la palabra «golfa», que se usó durante mucho tiempo para silenciar a aquellas que quisieron tener una vida sexual tan activa como algunos hombres, entiendo que las mujeres de hoy han reclamado la palabra «porno» para rebelarse contra la idea de que las mujeres solo desean erotismo suave y refinado.

      A principios de los noventa, un periodista (hombre) acuñó el término «do-me feminism» («feminismo házmelo») para describir el creciente número de mujeres jóvenes que reclamaban su derecho a hacer y disfrutar del porno. Pero es solo en el nuevo siglo cuando he visto un aumento perceptible en el número de películas porno dirigidas por mujeres. Es como si hubiera costado una generación entera que las mujeres se sintieran lo suficientemente valientes como para ponerse detrás de la cámara porno, tanto para su venta por circuitos comerciales como para publicarlas en internet. Pero, ¿es «feminista» solo porque lo ha hecho una mujer? Cuando veo porno dirigido por una mujer espero ver cosas diferentes, innovadoras, algo que me hable a mí como mujer. Demasiado a menudo me decepciona encontrar el mismo menú de escenas sexuales que contienen los actos sexuales habituales, a veces más extremos, siguiendo la vieja fórmula de siempre y acabando en el todopoderoso money shot. En vez de crear una nueva visión, parece que muchas de las directoras jóvenes de hoy, a menudo trabajando bajo la tutela de las grandes distribuidoras del porno, solo buscan probar que pueden ser más desagradables que sus predecesores masculinos. Y no es solo el tipo de actos sexuales lo que me ofende; es el retrato crudo, como tirado a la cara, que parece estar más interesado en su valor efectista que en crear algo que las espectadoras puedan disfrutar. ¿Realmente piensan que la mayor parte de las mujeres va a excitarse viendo a una mujer taladrada por todos sus orificios por un hatajo de tíos sórdidos que terminan aliviándose en su cara? Y si no les preocupa lo que desean las mujeres, ¿debería eso considerarse feminista?

      Cuando el movimiento por la liberación de la mujer luchó por el derecho de las mujeres a una vida sexual satisfactoria, quería decir que a los hombres más les valía ir aprendiendo qué excita a una mujer y qué tiene el efecto contrario. Nos empoderamos mutuamente a través de libros y autoconciencia para aprender sobre nuestros cuerpos y nuestras necesidades, sin vergüenza y sin culpa, y aprendimos a esperar como mínimo que la persona que nos acompañara fuera respetuosa y le importara cómo nos sentíamos, y que no le detuviera nada para complacernos.

      Me gustaría decir que mi mayor orgullo es el impacto que ha tenido mi trabajo en la enorme industria para adultos, pero no es así. Aparte de un puñado de mujeres cuyo trabajo destaca sobre el resto, creo

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