Porno feminista. Группа авторов

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Porno feminista - Группа авторов UHF

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de su intención original y regurgitado por una industria del porno aún dominada por hombres que se revuelca en entretenimiento de mal gusto para las masas. El «porno feminista» no está muerto, pero falta todavía mucho por andar antes de que pueda asumir su legítimo lugar como fuerza del cambio.

      Si las mujeres no crean sus propias visiones de lo erótico, su propio lenguaje sexual, los hombres seguirán haciéndolo por nosotras y nunca comprenderemos del todo nuestra propia y única naturaleza sexual. Las mujeres tienen mucho que aportar sobre lo que constituye el sexo o el acto amoroso. Nuestra sexualidad es más compleja, tiene más matices. Traemos los elementos de lo imprevisible a este acto amoroso. Si los hombres nos pueden enseñar a ser más abiertas, nosotras podemos enseñarles a ser más sutiles, a tomarse su tiempo, y a deleitarse en cada momento según va evolucionando. No estoy haciendo un llamamiento a la creación de un porno más suave, más delicado. Me gusta el sexo crudo y sucio como al que más, y he intentado representar una amplia gama de fantasías en mi trabajo. Pero siempre he intentado hacerlo desde una sensación de respeto y dignidad. Quiero que las mujeres se sientan bien consigo mismas después de ver mis películas. Quizá a algunas de las mujeres con cuyo trabajo soy crítica no les importa llegar a las mujeres: quizá no es en absoluto su objetivo. Lo que me molesta es que los medios identifiquen su trabajo como feminista cuando no tiene nada que ver con hablar por las mujeres y hacer avanzar los principios del feminismo. Y me entristece que tantas directoras jóvenes estén desaprovechando la oportunidad de cambiar la situación.

      Reto a las mujeres jóvenes con suficiente suerte como para acceder a los medios para producir y dirigir cine erótico a que tengan el valor de explorar lo que es únicamente suyo, en vez de recrear lo que ya es de otros. Para crear una visión que inspire a otras mujeres, que les ayude a sentirse cómodas con su sexualidad, que dé a las mujeres permiso para experimentar y sentir su propia voz. Creo que esto es tanto feminista como humanista. Nos sirve para mejorar nuestras vidas, las de todos nosotros, ¿y no es eso en el fondo lo que queremos?

      5. Mi década decadente: diez años creando y debatiendo porno para mujeres

      ms. naughty, también conocida como Louise Lush, es una escritora, editora, bloguera, emprendedora y cineasta apasionada del género erótico para mujeres. Es una de las directoras de ForTheGirls.com, un sitio web de pago con contenido para adultos, además de directora de muchos otros sitios web eróticos orientados a las mujeres heterosexuales. Su ficción erótica ha aparecido en Best Women’s Erotica y sus cortos eróticos se han proyectado en numerosos festivales de cine internacionales. Tres de ellos han recibido nominaciones a los Feminist Porn Awards. Vive con su marido en una pequeña ciudad australiana, rodeada de fundamentalistas cristianos.

      Todavía recuerdo el día en que compré mi primera revista porno. Fue en 1993, yo tenía veinte años y estaba a salvo a más de cuatrocientos kilómetros de mi ciudad natal. Entré en el puesto de periódicos, y con vértigo en el estómago compré Australian Women’s Forum (awf), la nueva y excitante revista que mostraba fotos de hombres desnudos. El cajero no me dio una bolsa de papel marrón, así que tuve que enrollarla y salir corriendo hacia el coche.

      Me la llevé a casa y devoré sus contenidos. Me encantaba el hecho de que esta revista no contuviese moda o dietas, solo sexo y feminismo. La sección de cartas era especialmente emocionante, llena de arrebatadoras y a veces embarazosas historias reales sobre sexo. Mi novio de entonces (hoy mi marido) y yo siempre teníamos relaciones sexuales maravillosas cada vez que yo compraba awf.

      No era el primer porno que había visto, por supuesto. De niña me había fascinado la muy mal escondida colección de revistas de mi padre, con ejemplares de Penthouse y Mayfair. Eran deliciosamente pícaras, pero confusas. No tenía ni idea de lo que era un orgasmo o el semen, y no había visto un pene en mi vida. Aun así, dos cosas me quedaron claras. Primero, me gustaba el porno. Era grosero. Yo sabía que no debía mirarlo; que si me pillaban, me metería en un buen follón. Segundo, me quedó claro que los ligueros y las medias eran la encarnación de lo sexy. No podía esperar a ponerme unos cuando fuera mayor.

      La compra de awf supuso la primera vez en la que reconocí abiertamente mi amor por el porno. Después de años de miradas furtivas y momentos robados, finalmente di el paso y lo pedí para mí misma. Aunque esa primera vez estaba aterrorizada, fui capaz de encontrar el valor de comprarlo porque awf era diferente. No era una revista para viejos verdes escondida en la parte trasera de la tienda. Era, en cambio, fresca, atrevida y descarada. Era feminista.

      Comprar awf aquel día acabó cambiándome la vida. Me llevó a mi carrera como pornógrafa feminista.

      Por supuesto, esa no era mi única motivación. Lo hice para ganar dinero, como el resto del mundo. El porno era una veta rica en el 2000, una mina de oro que ofrecía dinero fácil y diversión a cualquiera que quisiera aprender. A pesar de eso, opté por la menos conocida y menos rentable opción de dirigirme a las mujeres heterosexuales; en ese momento, un mercado desconocido y desechado.

      Lo que pasaba era que a mí me gustaba el porno pero no me gustaba cómo se comercializaba la mayor parte del mismo. Odiaba la manera en la que se me ignoraba como espectadora. Siempre estaba dirigido a hombres y les hablaba solo a ellos. Se concentraba en las prácticas sexuales que le gustaban al hombre, y no parecía importarle el proporcionar a la mujer una parte igualitaria del placer. Las fotos y películas cortan a los hombres del plano, concentrándose solo en el cuerpo de la mujer. Los tíos a menudo no son atractivos e incluso parecen repulsivos o detestables. Había muy poco romanticismo, juego previo, o cunnilingus, que eran las cosas que yo quería ver. Las mujeres siempre se dejaban los zapatos puestos y miraban directamente a la cámara mientras se las follaban. Las escenas acababan siempre con una corrida en la cara, y yo no quería ver eso: pensaba que era degradante y además un poco tonto. A menudo la mujer se arrodillaba con cara de cierto dolor, intentando mirar con adoración al hombre mientras él le salpicaba semen en el ojo. La cámara nunca mostraba la cara del hombre durante el orgasmo, cosa que a mí me parecía una farsa. Las caras de los hombres son bellas en ese instante.

      Sencillamente, me gustaba el porno y al mismo tiempo no me gustaba: una reacción que sabía que otras mujeres también experimentaban. Quería cambiar eso. Quería hacer que el porno fuera mejor. Todavía lo deseo.

      Para mí, hacer porno para mujeres era un acto feminista. No me creía la sabiduría dworkinesca de que todo el porno era malvado y que el porno inherentemente odiaba a las mujeres, porque esa filosofía no reflejaba cómo me sentía personalmente sobre el mismo. Sabía que el porno no era perfecto, pero eso no quería decir que tuviera que descartarlo por completo. Razonaba al respecto conmigo misma y me decía que sería mejor cambiarlo, hacerlo más positivo, que incluyera la perspectiva de una mujer en el proceso. Si las mujeres tenían su propio porno y reconocían sus experiencias y deseos, probablemente la balanza se equilibraría un poco. Para mí, hacer mi propio porno era una solución positiva a una pregunta difícil.

      Comencé por adquirir licencias para las imágenes de otros fotógrafos de contenidos para adultos, y a crear pequeños sitios web que enlazaban a sitios de pago con programas de afiliados. Era más barato y más fácil comprar fotos existentes que intentar hacer las mías (especialmente dadas las leyes de censura en Australia). Navegaba por las colecciones de fotos de hombres desnudos, hechas para un público gay, y simplemente elegía a los que me parecía que tenían buena pinta, quitando las fotos de «culo abierto» y cualquier otra foto que pareciera estereotípicamente «gay». Estaba intentando vender la fantasía de un chico desnudo guapo y hetero (y por tanto, alcanzable). Al final, no importaba mucho si eran de verdad gays o no, siempre que fueran guapos.

      Y que la tuvieran dura.

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