Porno feminista. Группа авторов

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Porno feminista - Группа авторов UHF

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frente a otros —algo que sorprende a la gente, puesto que gran parte del público asume que los intérpretes son exhibicionistas por naturaleza— yo ya había dibujado a innumerables modelos de desnudos en mis muchas clases de dibujo del natural, con lo que la noción no me sorprendía en absoluto. Lo que sí me sorprendió fue que el agente me preguntara si estaría interesada en aparecer en una película porno. Como nunca había visto ninguna, salí de allí muy ofendida. Pero mi novio músico de aquel entonces dijo que sonaba como una buena manera de ganar dinero, y consiguió inmediatamente el papel principal en una película de Anthony Spinelli que se llamaba Cry for Cindy. A Anthony Spinelli, por aquel entonces, se le consideraba uno de los mejores directores del género. Su trabajo estaba muy cuidado, era muy profesional, y era una persona muy agradable con la que trabajar. Decidí acercarme al rodaje a ver por mí misma cómo era.

      A diferencia de mis ideas preconcebidas del porno, en las cuales los platós estaban llenos de drogadictos patéticos y tíos siniestros con cámaras, me encontré con un gran equipo de rodaje muy profesional (muchos técnicos de Hollywood se pluriempleaban en rodajes porno para sacarse un dinero extra), guiones, y un reparto muy atractivo. Me hice el siguiente razonamiento: si la gente hace el amor a puerta cerrada y no hay nada malo en el sexo, entonces, ¿por qué iba a estar mal actuar sexualmente para que otros lo vieran y lo disfrutaran en privado? Era, al fin y al cabo, el momento del «amor libre» y todo el mundo estaba experimentando y participando en sexo en grupo. ¿Por qué no enrollarme con un chico guapo o una chica guapa y que se grabara una película de ello? Y por si fuera poco, me pagaban por hacerlo.

      Lo primero que hice fue actuar en una serie de loops, bucles cortos de película, para ver si podía manejar tener relaciones sexuales frente a la cámara y el equipo de rodaje. Muchas de las grandes estrellas porno los hacían como manera de conseguir un dinero extra, pero jamás lo admitieron. Sin ninguna pretensión de ser auténtica cinematografía, los loops se creaban para llenar las cabinas de los peep-shows donde la gente metía monedas para ver a una pareja hacer el típico «el de la pizza le trae algo y ella le da lo suyo». Mi primera incursión en los loops no fue exactamente placentera, pero al menos me sirvió para darme cuenta de que podía hacerlo. Desde ahí comencé a ir a castings donde sí que tenías que leer un par de líneas del guión para conseguir el papel. En esos días las películas completas se rodaban normalmente en 16 o 35 mm y saber actuar era un plus.

      Con el tiempo me gané una reputación de ser una actriz hábil y fiable con la que se podía contar para que llegara al plató sabiéndose el guión e hiciese bien su escena. Por algún motivo siempre me seleccionaban para ser la agitadora ingeniosa, la líder de la banda: como en Ball Game, una película x de mujeres presidiarias dirigida por Anne Perry, una de las primeras directoras de cine porno, o mi favorita, la loquísima Hot & Saucy Pizza Girls, con el célebre John Holmes. Fui la esposa rica y presumida que dejaba sin sexo a su pobre marido cachondo en Hot Racquettes y Delicious. Una de mis películas porno favoritas de entre las que participé fue Fascination, de Chuck Vincent: es un revolcón muy divertido, protagonizado por un jovencísimo y monísimo Ron Jeremy. Ron hacía de judío neurótico que tiene una madre sobreprotectora y que se compra un piso de soltero para atraer chicas. La película tenía un reparto increíble de actrices divertidas y con talento, incluyendo a Samantha Fox, Merle Michaels y Marlene Willoughby. También me encantó Blue Magic, una bella película de época que escribí y protagonicé, producida por mi entonces flamante esposo Per Sjöstedt. También fue mi canto del cisne en el porno… es decir, en el porno frente a las cámaras. Entonces no sabía que la extensión de mi papel a guionista anticipaba lo que vendría después.

      Era 1980, y después de veinticinco películas en cinco años, estaba lista para abandonar el estrellato del porno. De natural monógamo, estaba enamorada de mi nuevo marido y no quería tener contacto sexual con otros hombres. También sentía que el dinero fácil me estaba impidiendo explorar otros objetivos profesionales personales con más potencial a largo plazo. Me tomé un tiempo para decidir qué quería hacer después, y me mantuve activa ganándome la vida escribiendo para una serie de revistas masculinas como High Society, Swank, y Cheri. Durante este tiempo, empecé a sentir una creciente inquietud por el tiempo que había empleado en las películas pornográficas. Sentía que estaba perfectamente bien interpretar sexualmente para que otros lo vieran y lo disfrutaran, pero a menudo me sentía rara e insegura a la hora de confesar mi inusual vocación a cualquiera que estuviera fuera de mi círculo de artistas, frikis y compañeros de jolgorios. Para resolver este y otros aspectos de mi vida, encontré a una mujer increíble, una trabajadora social que antes había sido trabajadora sexual. Sentí que era alguien que no me juzgaría.

      Para comprender y aceptar las elecciones que había hecho, tenía que intentar separar mis propios sentimientos sobre la pornografía de las cosas que la sociedad dice de ella. Me habían educado para pensar por mí misma, pero las influencias sociales y religiosas permean nuestros pensamientos, y se hace difícil descifrar lo que pensamos en contraposición a lo que nos han dicho que pensemos. Como parte de este proceso reflexivo, exploré todo el arte erótico antiguo: desde los frescos sexualmente explícitos de la antigua Pompeya y el exquisito arte erótico japonés conocido como shunga, a las películas pornográficas clandestinas de principios del siglo xx (conocidas como stag films y blue movies), los peep-shows, el porno amateur y las películas de alto presupuesto, llenas de estrellas, de la «época dorada» del porno. Cuando examiné también toda la ficción erótica y los manuales para recién casados, desde las primeras obras japonesas como El libro de la almohada a los trabajos de Anaïs Nin y el Marqués de Sade, me quedó claro que la gente siempre ha tenido curiosidad sobre qué aspecto tiene el sexo y cómo se hace, desde aquellos que lo crean hasta aquellos que lo consumen. Concluí que no había nada de malo en el erotismo o el entretenimiento para adultos; tenemos una curiosidad natural compartida con nuestros primeros antepasados. Pero una cosa estaba patentemente ausente de la pornografía contemporánea: la visión o punto de vista de la mujer. Las imágenes y películas pornográficas han cambiado sorprendentemente poco, tanto desde las stag films, como en la «época dorada» o incluso hasta hoy. A pesar de que durante los años setenta la cultura había cambiado lo suficiente como para permitir que las mujeres buscaran tener una vida sexual activa sin la sanción previa del matrimonio, las películas pornográficas aún se centraban principalmente en el placer masculino, con su irrisoria exhibición de una mujer en las cumbres del placer cuando su compañero se corre en su cara, el money shot de rigor.

      Incluso si había gran cantidad de porno que no me gustaba mucho, sentía que era básicamente benigno. Pero todavía tenía que enfrentarme a mis sentimientos por haber traicionado a mis hermanas del movimiento. En numerosas ocasiones se me había puesto en cuestión por la contradicción de ser una feminista activa que participaba en películas pornográficas, como si ambas cosas fueran por naturaleza mutuamente excluyentes. Nunca conseguía dar una respuesta satisfactoria que no fuera que mi cuerpo era mío y que yo era libre de hacer con él lo que quisiera. Pero aun así la mayor parte de la gente estaba en contra del porno y yo tenía que admitir que, a pesar de mis años volando alegremente contra las convenciones sociales, sí que me importaba lo que los demás pensaran de mí. Me habría gustado que no me importase, pero no tenía sentido mentirme a mí misma. Así que, ¿por qué, con toda la formación y educación que yo tenía, había elegido hacer un trabajo del que reniega la mayor parte de la sociedad, un trabajo que finalmente limitaría mis oportunidades profesionales futuras? (No dejéis que las historias de éxito moderado de Tracy Lords o incluso Sasha Grey os engañen y os lleven a pensar que el tabú ha terminado: como siempre digo, todavía vivimos en una cultura que consume porno ávidamente mientras al mismo tiempo margina a las mujeres que participan en él). Es cierto que muchas de las mujeres que empiezan a desempeñar un trabajo sexual lo hacen por motivos poco positivos, como por ejemplo para superar sentimientos de falta de autoestima o de odio hacia sí mismas. Pero también hay muchas mujeres que lo hacen porque disfrutan del sexo y les gusta la idea de tener relaciones sexuales por dinero, o al menos porque lo encuentran mucho menos opresor y mucho más lucrativo que algunas de sus otras opciones. Mis motivos contenían elementos de cada uno de esos casos. Descubrí que me era mucho más fácil actuar en películas porno que dedicar todo mi tiempo a un trabajo que

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