Liderazgo y coaching global. Philippe Rosinski
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La democracia y la economía de mercado
En Coaching y Cultura hice un fuerte alegato en favor del apalancamiento de las perspectivas liberal, ecológica y político social. Esto es congruente con el enfoque básico triple: provecho, planeta y personas.
El comunismo, con su control opresivo y sus regulaciones sofocantes, ha mostrado sus limitaciones: impedir los emprendimientos privados, ahogar las iniciativas personales, aumentar la pobreza, limitar la libertad y alienar a los ciudadanos.
El liberalismo ha producido mucha riqueza y progreso. No obstante, la mano invisible de Adam también aparece cada vez más como una promesa difícil de cumplir. Suele recordarse a Smith16 por sus declaraciones acerca de “dejar que el mercado regule” y por decir que “menos gobierno es mejor”. Con menos frecuencia recordamos sus mensajes acerca de lo que debería hacer el gobierno y su aversión al crecimiento de la clase capitalista. Olvidamos que su sistema de “libertad perfecta” estaba destinado a aumentar la riqueza de las naciones cuidando los intereses de todos, especialmente de los pobres.
Robert Heilbroner (2000) explica: “Smith explícitamente reconoce la utilidad de la inversión pública en proyectos que no puede realizar el sector privado –menciona las carreteras y la educación como dos ejemplos” (69).
Con respecto a la clase capitalista en ascenso –los protagonistas de Adam Smith–, Heilbroner señala que era “la misma clase que Smith criticaba duramente por su ‘cruel rapacidad’”, cuyos miembros “no son ni deberían ser los gobernantes de la humanidad” (66-67).
Como señaló el mismo padre del liberalismo, deberíamos evitar un liberalismo en el cual se deje que el mercado se regule por sí mismo y que los gobiernos no desempeñen su función crucial. Todos podemos y deberíamos contribuir al progreso de la sociedad de las siguientes maneras:
Asegurar iniciativas y acciones destinadas al progreso social a través de regulaciones adecuadas.
Distinguir los bienes de las mercancías.
Reconocer la necesidad de la intervención gubernamental.
Promover la gobernanza global para ocuparse de los desafíos globales.
Alentar a los emprendedores y los innovadores.
Adoptar el paradigma complejo de perspectivas múltiples.
Asegurar que las iniciativas y las acciones estén destinadas al progreso social a través de regulaciones adecuadas
La historia se repite. Según parece no aprendimos las lecciones de lo que causó la crisis de 1929. Heilbroner (2000) explica lo que sucedió entonces: “El estadounidense medio había usado su prosperidad de una manera suicida; se hipotecó hasta el cuello y luego se jugó su destino comprando fantásticas cantidades de acciones –como 300 millones, se estima, no con sus propios fondos sino con dinero prestado” (250–251). El paralelo con la crisis de 2008 es evidente.
André Comte-Sponville (2009) señala que “solo la ley puede moralizar al capitalismo … Lo que guio a los banqueros no fue un interés inteligente, sino una pasión ciega e irracional: la codicia.” Aquí la ética es insuficiente. Se necesita la ley –es decir, los límites–. La regulación escasa y una excesiva confianza en la “mano invisible” llevaron a la crisis bancaria de 2008, como aun Alan Greenspan llegó a admitir. El capitalismo es peligroso cuando se convierte en un capitalismo de deuda (o sea, aspiras a hacerte más rico con dinero que no tienes); debe ser cuidadosamente regulado.
Coincido en que es crucial contar con legislación adecuada. Las leyes deberían destinarse a resolver dañinos conflictos de interés. Por ejemplo, los bancos deberían verse obligados a conservar un porcentaje apropiado de préstamos vendidos por sus brokers (hipotecas de vivienda) –en particular los créditos subprime– en lugar de ocultarlos en fondos que venden a sus clientes (que no se dan cuenta de lo que incluyen sus portafolios opacos). A los gerentes de alto nivel debería estimulárselos con incentivos financieros para crear valor a largo plazo y deberían ser penalizados por destruirlo. A fines de 2008, Francia legisló en contra de los paracaídas dorados que recompensaban las pérdidas; este es un paso en la dirección correcta. Debemos prohibir los mecanismos financieros sofisticados que favorecen la especulación en lugar de crear valor, lo opaco en lugar de la claridad, y el capitalismo de casino en lugar del ánimo emprendedor.
El coaching global puede jugar un papel crucial para aumentar la autorresponsabilidad de los individuos, que incluye la reflexión sobre las repercusiones más amplias de nuestras acciones y la toma de consciencia de que podemos elegir y hacer una diferencia. En otras palabras, podemos combinar una perspectiva política (por ejemplo, el efecto coercitivo de la ley, en este caso inspirado por un compromiso para servir) y uno espiritual (por ejemplo, acciones significativas) para asegurar que el mercado opere en la dirección correcta.
Distinguir los bienes de las mercancías
Debemos distinguir los bienes de las mercancías. Es necesario que reaprendamos el valor de muchos bienes disponibles gratuitamente, comenzando por la naturaleza. Cuando reconocemos su valor estamos más motivados para preservarlos. Otros bienes pueden (¿deberían?) conseguirse a un costo mínimo, y quizá aun sin costo: incluyen el cuidado de la salud, la educación y el transporte público.
Muchos productos naturales pueden promover la salud y combatir la enfermedad, pero casi no reciben atención porque no son patentables –y por lo tanto no son redituables para las empresas farmacéuticas (Ver el Capítulo 3). Las empresas farmacéuticas pueden jugar un rol útil en la promoción de la salud y en el tratamiento de la enfermedad, pero no debemos apoyarnos excesivamente en ellas. Cuando la industria farmacéutica financia investigaciones universitarias (y sustituyen a los fondos públicos), el conflicto de interés es inevitable y los investigadores ignoran tratamientos sin medicamentos potencialmente útiles.
Las mercancías y la economía de mercado –con las regulaciones adecuadas– tienen su lugar; generan la riqueza económica que contribuye a financiar las democracias, permitiéndoles proporcionar otros bienes esenciales a los ciudadanos.
La tensión inevitablemente existe. La economía de mercado produce riqueza así como un efecto secundario de consumismo: consumir más de lo necesario, en detrimento de nuestra salud y nuestro bienestar –y los del planeta.
Deberíamos combatir estos excesos a través de la legislación y la educación. Las leyes solas no alcanzan. Necesitamos educar a los consumidores, ayudándolos a hacer el cambio de la compra insensata a la toma de decisiones sensata basada en lo que es realmente mejor para ellos, y para el planeta. Mi colega See Luan Foo de Singapur envió una tarjeta con el siguiente mensaje sabio: “Las personas más felices no tienen lo mejor de todo. ¡Solo hacen lo mejor con lo que tienen! La persona más rica no es la que tiene mucho sino la que necesita menos.”17
El coaching simplista solo se enfoca en mayores ventas y mayores beneficios, confundiendo cantidad con calidad. No cuestiona el contexto sociopolítico más amplio y mucho menos se propone cambiarlo. El coaching global tiene como objetivo ocuparse plenamente de la complejidad, ayudando al coacheado a navegar a través de los dilemas y adoptar la paradoja de que más puede ser menos y menos puede ser más.
Reconocer la necesidad de la intervención gubernamental