Psicología política y procesos para la paz en Colombia. Omar Alejandro Bravo

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marcas producidas por los acontecimientos que incidieron en la historia de un grupo, aun si no han sido vividos por sus integrantes de forma personal, transmitiéndose por medio de generaciones anteriores.

      En este orden, la memoria colectiva estaría compuesta por una serie de experiencias individuales y colectivas que

      dan cuenta de la historia de un grupo social o una comunidad; generalmente trata sobre una temática específica y en ocasiones se forma sobre la base de la enseñanza recibida de los otros integrantes del grupo social (Lara Melo, 2002, p. 74).

      Pollak (2006) viene a contribuir posteriormente con un problema ausente en la obra de Halbwachs: la manera en que ciertas memorias se tornan hegemónicas, en detrimento de otras, y los procesos de disputas de poder involucrados en este predominio. Cuando estas memorias se tornan oficiales y se privilegian ciertos recuerdos sobre otros, se podría hablar de memorias encuadradas, que coexisten con otras, relegadas, de un eventual poder cuestionador.

      En este espacio de disputa,

      Cuando la memoria y la identidad están suficientemente constituidas, suficientemente instituidas, suficientemente conformadas, los cuestionamientos provenientes de grupos externos a la organización, los problemas planteados por otros, no llegan a provocar la necesidad de proceder a la reconfiguración, ni en el nivel de identidad colectiva ni en el nivel de identidad individual (Pollak, 2006, p. 41).

      Ansara (2009), por su parte, destaca las memorias de resistencia construida por las luchas populares, definiéndolas, en una perspectiva vecina a la de Pollak, como memorias subterráneas, relegadas por causa de grupos de poder, en disputa por la hegemonía de la memoria histórica.

      Pollak (2006) plantea que el problema que a largo plazo suscitan estas memorias clandestinas «es el de su transmisión intacta hasta el día en que puedan aprovechar una ocasión para invadir el espacio público y pasar de lo no dicho a la contestación y la reivindicación» (p. 24, citado en Bravo, 2016).

      Todorov (2000) destaca también las memorias que denomina literales, que son aquellas que no remiten más que a sí mismas. En este sentido, para Toro y Camacho (2005), la memoria literal

      se atiene a una repetición de secuencias de hechos que quiere avalar. Este ejercicio de la rememoración se confunde con la conmemoración y es muy pertinente cuando quien recuerda encuentra un lugar en el pasado como víctima de los eventos que recuerda (p. 31).

      La memoria ejemplar, a diferencia de la anterior, sería la que, a partir de una crítica a los sucesos anteriores, se plantea su superación a través de la justicia y el castigo a los responsables.

      Este aumento del interés por la cuestión de la memoria y las teorías relacionadas provoca lógicamente puntos de tensión con la historia como disciplina (González Calleja, 2013). En una perspectiva reduccionista, podría simplificarse este debate afirmando que la historia, basada en la documentación como método único o privilegiado, tendría una pretensión hegemónica y unificante en torno a hechos anteriores, siendo entonces la memoria su opuesto, dada su defensa de la singularidad, la dispersión y la reivindicación del testimonio individual como fuente de conocimiento. Así, la historia representaría a la episteme; la memoria a la doxa.

      Para Lavabre (1995), la distinción entre memoria e historia se basaría en que

      la memoria tiene más que ver con la verdad del presente que con la realidad del pasado. En consecuencia, entre los fenómenos que se suelen llamar memoria hay una segunda distinción entre la huella y la evocación, la reconducción o repetición y la reconstrucción, entre lo que pertenece al peso del pasado y a la selección del mismo (p. 43, citado en Pallín y Escudero Alday, 2008, p. 86).

      Herrera Farfán y López Guzmán (2012), por su parte, enfatizan la pluralidad de los relatos que la memoria permite, lo que implica privilegiar algunas informaciones sobre otras.

      Halbwachs (1925/2004) también incursionó en este debate al afirmar que la historia nacional, en su intento de reflejar objetivamente hechos pasados, se diferencia de la memoria colectiva, que se basa en recuerdos colectivos de los grupos. De esta forma, la historia «solo comienza en el punto en que acaba la tradición, momento en que se apaga o se descompone la memoria social» (p. 212).

      En esta distinción, la memoria colectiva «ya no retiene del pasado sino lo que todavía está vivo o es capaz de permanecer vivo en la conciencia del grupo que la mantiene» (Halbwachs, 1925/2004, p. 93).

      Para algunos autores (Carretero y Limón, 1997; Ek, 1996; Grele, 1989), la historia organiza su visión del pasado desde la perspectiva de los intereses de grupos de poder, lo que la hace una ficción sujeta a disputas políticas. En este sentido, de acuerdo con De Decca (1992), la historia, desde su lógica totalizante, podría comprometer a las identidades grupales; la memoria, en cambio, podría reforzar dichas identidades colectivas.

      El texto de Ricoeur, Memoria, historia y olvido (2004), desarrolla una fenomenología de la memoria, una epistemología de la historia y una hermenéutica de la condición histórica, contribuyendo de forma significativa a esta discusión.

      Aquí, según Chartier (2007),

      las diferencias entre historia y memoria pueden trazarse con claridad. La primera es la que distingue el testimonio del documento. Si el primero es inseparable del testigo y supone que sus dichos se consideren admisibles, el segundo da acceso a acontecimientos que consideran históricos y que nunca han sido recuerdo de nadie. Una segunda diferencia opone la inmediatez de la reminiscencia a la construcción de la explicación histórica […]. Una tercera diferencia entre historia y memoria opone reconocimiento del pasado y representación del pasado (p. 35).

      Pérez Garzón y Manzano Moreno (2010) también afirman la posibilidad de una aproximación entre memoria e historia, al considerar que, por un lado, las memorias colectivas se transforman en materia histórica y, por otro, la historia puede contribuir con la construcción social de la memoria. Así, memoria e historia serían «dos modos de conocimiento con funciones distintas, tanto la historia como la memoria convergen en los juegos de poder y en las subsiguientes instituciones que organizan la reconstrucción del pasado» (Pérez Garzón y Manzano Moreno, 2010, p. 25, citado en Bravo, 2016).

      Asimismo,

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