Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas
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-Sois muy dichoso - dijo Athos levantándose-. ¡Y me gustaría poder decir lo mismo que vos!
-¡Jamás! - exclamó el suizo, encantado de que un hombre como Athos le envidiase algo-. ¡Jamás! ¡Jamás!
D’Artagnan, viendo que Athos se levantaba, hizo otro tanto, tomó su brazo y salió.
Porthos y Aramis se quedaron para hacer frente a las chirigotas del dragón y del suizo.
En cuanto a Bazin, se fue a acostar sobre un haz de paja; y como tenía más imaginación que el suizo, soñó que el señor Aramis, vuelto Papa, le tocaba con un capelo de cardenal.
Pero como hemos dicho, Bazin con su feliz retorno no había quitado más que una parte de la inquietud que aguijoneaba a los cuatro amigos. Los días de la espera son largos, y D’Artagnan sobre todo hubiera apostado que ahora los días tenían cuarenta y ocho horas. Olvidaba las lentitudes obligadas de la navegación, exageraba el poder de Milady. Prestaba a aquella mujer, que le parecía semejante a un demonio, auxiliares sobrenaturales como ella; al menor ruido se imaginaba que venían a detenerle y que traían a Planchet para carearlo con él y con sus amigos. Hay más: su confianza de antaño tan grande en el digno picardo disminuía de día en día. Esta inquietud era tan grande que ganaba a Porthos y a Aramis. Sólo Athos permanecía impasible como si ningún peligro se agitara en torno suyo, y como si respirase su atmósfera cotidiana.
El decimosexto día sobre todo estos signos de agitación eran tar visibles en D’Artagnan y sus dos amigos que no podían quedarse en su sitio, y vagaban como sombras por el camino por el que debía volver Planchet.
-Realmente - les decía Athos - no sois hombres, sino niños, para que una mujer os cause tan gran miedo. Después de todo, ¿de qué se trata? ¡De ser encarcelados! De acuerdo, pero nos sacarán de prisión: de ella ha sido sacada la señora Bonacieux. ¿De sér decapitados: Pero si todos los días, en la trinchera, vamos alegremente a exponernos a algo peor que eso, porque una bala puede partirnos una pierna, y estoy convencido de que un cirujano nos hace sufrir más cortándonos el muslo que un verdugo al cortarnos la cabeza. Estad, por tanto, tranquilos; dentro de dos horas, de cuatro, de seis a más tardar, Planchet estará aquí: ha prometido estar aquí, y yo tengo grandísima fe a las promesas de Planchet, que me parece un muchacho muy valiente.
-Pero ¿si no llega? - dijo D’Artagnan.
-Pues bien, si no llega es que se habrá retrasado, eso es todo. Puede haberse caído del caballo, puede haber hecho una cabriola por encima del puente, puede haber corrido tan deprisa que haya cogido una fluxión de pecho. Vamos, señores, tengamos en cuenta los acontecimientos. La vida es un rosario de pequeñas miserias que el filósofo desgrana riendo. Sed filósofos como yo, señores - sentaos a la mesa y bebamos; nada hace parecer el porvenir color de rosa como mirarlo a través de un vaso de chambertin.
-Eso está muy bien - respondió D’Artagnan ; pero estoy harto de tener que temer, cuando bebo bebidas frías, que el vino salga de la bodega de Milady.
-¡Qué difícil sois! - dijo Athos-. ¡Una mujer tan bella!
-¡Una mujer de marca! - dijo Porthos con su gruesa risa.
Athos se estremeció, pasó la mano por su frente para enjugarse él sudor y se levantó a su vez con un movimiento nervioso que no pudo reprimir.
Sin embargo, el día pasó y la noche llegó más lentamente, pero al fin llegó; las cantinas se llenaron de parroquianos; Athos, que se había embolsado su parte del diamante, no dejaba el Parpaillot. Había encontrado en el señor de Busigny, que por lo demás le había dado una cena magnífica, un partner digno de él. Jugaban, pues, juntos, como de costumbre, cuando las siete sonaron: se oyó pasar las patrullas que iban a doblar los puestos; a las siete y media sonó la retreta.
-Estamos perdidos - dijo D’Artagnan al oído de Athos.
-Queréis decir que hemos perdido - dijo tranquilamente Athos sacando cuatro pistolas de su bolsillo y arrojándolas sobre la mesa-. Vamos, señores - continuó-, tocan a retreta, vamos a acostarnos.
Y Athos salió del Parpaillot seguido de D’Artagnan. Aramis venía detras dando el brazo a Porthos. Aramis mascullaba versos y Portos se arrancaba de vez en cuando algunos pelos del mostacho en señal de desesperación.
Pero he aquí que, de pronto en la oscuridad, se dibuja una sombra, cuya forma es familiar a D’Artagnan, y que una voz muy conocida le dice:
-Señor os traigo vuestra capa, porque hace fresco esta noche.
-¡Planchet! - exclamó D’Artagnan ebrio de alegría.
-¡Planchet! - repitieron Porthos y Aramis.
-Pues claro, Planchet - dijo Athos-. ¿Qué hay de sorprendente en ello? Había prometido estar de regreso a las ocho, y están dando las ocho. ¡Bravo! Planchet, sois un muchacho de palabra, y si alguna vez dejáis a vuestro amo, os guardo un puesto a mi servicio.
-¡Oh, no, nunca! - dijo Planchet-. Nunca dejaré al señor D’Artagnan! Al mismo tiempo D’Artagnan sintió que Planchet le deslizaba un billete en la mano.
D’Artagnan tenía grandes deseos de abrazar a Planchet al regreso como lo había abrazado a la partida; pero tuvo miedo de que esta señal de efusión, dada a su lacayo en plena calle, pareciese extraordinaria a algún transeúnte, y se contuvo.
-Tengo el billete - dijo a Athos y a sus amigos.
-Está bien - dijo Athos-, entremos en casa y lo leeremos.
El billete ardía en la mano de D’Artagnan; quería acelerar el paso; pero Athos le cogió el brazo y lo pasó bajo el suyo; y así, el joven tuvo que acompasar su camera a la de su amigo.
Por fin entraron en la tienda, encendieron una lámpara, y mientras Planchet se mantenía en la puerta para que los cuatro amigos no fueran sorprendidos, D’Artagnan, con una mano temblorosa, rompió el sello y abrió la carta tan esperada.
Contenía media línea de una escritura completamente británica y de una concisión completamente espartana:
«Thank you, be easy.
» Lo cual quería decir:
«¡Gracias, estad tranquilo!»
Athos tomó la carta de manos de D’Artagnan, la aproximó a la lámpara, la prendió fuego y no la soltó hasta que no quedó reducida a cenizas.
Luego, llamando a Planchet:
-Ahora, muchacho, puedes reclamar tus setecientas libras, mas no arriesgabas gran cosa con un billete como éste.
-No será por falta de haber inventado muchos medios para guardarlo - dijo Planchet.
-Y bien - dijo D’Artagnan - cuéntanos eso.
-Maldición, es muy largo, señor.
-Tienes razón, Planchet - dijo Athos ; además la retreta ha sonado, y nos haríamos notar conservando la luz más tiempo que los demás.
-Sea - dijo D’Artagnan-, acostémonos. Duerme bien, Planchet.
-A fe, señor, que será la primera vez en