Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas

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Colección de Alejandro Dumas - Alejandro Dumas

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: «Milord, vuestra cuñada es una criminal, que quiso haceros matar para heredaros. Además, no podía desposar a vuestro hermano, por estar ya casada en Francia y por haber sido… »

      D’Artagnan se detuvo como si buscase la palabra, mirando a Athos.

      -Arrojada por su marido - dijo Athos.

      -Por haber sido marcada - continuó D’Artagnan.

      -¡Bah! - exclamó Porthos-. ¡Imposible! ¿Ha querido hacer matar a su cuñado?

      -Sí.

      -¿Estaba casada? - preguntó Aramis.

      -Sí.

      -¿Y su marido se dio cuenta de que tenía una flor de lis en el hombro? - exclamó Porthos.

      -Sí.

      Estos tres síes fueron dichos por Athos con una entonación más sombría cada vez.

      -¿Y quién ha visto esa flor de lis? - preguntó Aramis.

      -D’Artagnan y yo, o mejor, para observar el orden cronológico, yo y D’Artagnan - respondió Athos.

      -¿Y el marido de esa horrible criatura vive aún? - dijo Aramis.

      -Aún vive.

      -¿Estáis seguro?

      -Lo estoy.

      Hubo un instante de frío silencio durante el que cada cual se sintió impresionado según su naturaleza.

      -Esta vez - prosiguió Athos interrumpiendo el primero el silencio D’Artagnan nos ha dado un programa excelente, y eso es lo primero que hay que escribir.

      -¡Diablos! Tenéis razón, Athos - prosiguió Aramis-, y la redacción es espinosa. El mismo señor canciller se vería en apuros para redactar una epístola de esa fuerza, y sin embargo, el señor canciller redacta muy tranquilamente un atestado. ¡No importa, callaos, escribo!

      En efecto, Aramis cogió la pluma, reflexionó algunos instantes, se puso a escribir ocho o diez líneas de una encantadora y diminuta escritura de mujer, y luego, con voz dulce y lenta, como si cada palabre hubiera sido sopesada escrupulosamente, leyó lo que sigue:

      «Milord:

      La persona que os escribe estas pocas líneas ha tenido el honor de cruzar la espada con vos en un pequeño cercado de la calle d’Enfer. Como luego tuvisteis a bien declararos varias veces amigo de esta persona, ésta os debe agradecer esa amistad con un buen aviso. Dos veces habéis estado a punto de ser víctima de un pariente próximo a quien creéis vuestro heredero, porque ignoráis que antes de contraer matrimonio en Inglaterra estaba ya casada en Francia. Pero la tercera vez que es ésta, podéis sucumbir a ella. Vuestro pariente ha partido de La Rochelle para Inglaterra durante la noche. Vigilad su llegada, porque tiene grandes y terribles proyectos. Si queréis saber absolutamente de lo que es capaz, leed su pasado en su hombro izquierdo.

      »

      -¡Bien! A las mil maravillas - dijo Athos-, y tenéis pluma de secretario de Estado, mi querido Aramis. Ahora lord de Winter estará ojo avizor, si el aviso le llega; y aunque caiga en manos de Su Eminencia misma, no podríamos quedar comprometidos. Mas como el criado que partirá podría hacernos creer que ha estado en Londres y detenerse en Chátellerault, démosle sólo con la carta la mitad de la suma, prometiéndole la otra mitad a cambio de la respuesta. ¿Tenéis el diamante? - continuó Athos.

      -Tengo algo mejor que eso, tengo el dinero.

      Y D’Artagnan arrojó la bolsa sobre la mesa: al sonido del oro, Aramis alzó los ojos. Porthos se estremeció; en cuanto a Athos, permaneció impasible.

      -¿Cuánto hay en esa pequeña bolsa? - dijo.

      -Siete mil libras en luises de doce francos.

      -¡Siete mil libras! - exclamó Porthos-. ¿Ese mal diamantucho valía siete mil libras?

      -Eso parece - dijo Athos-, porque aquí están; no creo que nuestro amigo D’Artagnan haya puesto de lo suyo.

      -Pero señores - dijo D’Artagnan-, en todo esto no pensamos en la reina. Cuidemos algo la salud de su querido Buckingham. Es lo menos que le debemos.

      -Es justo - dijo Athos-, pero eso concierne a Aramis.

      -¡Bien! - respondió éste ruborizándose-. ¿Qué tengo que hacer?

      -Es muy sencillo - replicó Athos-, redactar una segunda carta para esa persona hábil que vive en Tours.

      Aramis volvió a tomar la pluma, se puso a reflexionar de nuevo y escribió las siguientes líneas, que sometió al instante mismo a la aprobación de sus amigos:

      «Mi querida prima… »

      -Vaya - dijo Athos-, ¿esa persona hábil es pariente vuestra?

      -Prima hermana - dijo Aramis.

      -¡Vaya entonces por prima!

      Aramis continuó:

      «Mi querida prima, Su Eminencia el cardenal, a quien Dios conserve para felicidad de Francia y confusión de los enemigos del reino, está a punto de acabar con los rebeldes heréticos de La Rochelle: es probable que el socorro de la flota inglesa no llegue siquiera a la vista de la plaza; me atrevería a decir incluso que estoy seguro de que el señor de Buckingham se verá impedido de partir por algún gran acontecimiento. Su Eminencia es el politico más ilustre de los tiempos pasados, del tiempo presente y probablemente de los tiempos futuros. Apagaría el sol si el sol le molestara. Dad estas felices nuevas a vuestra hermana, querida prima. He soñado que ese maldito inglés era matado. No puedo recordar si lo era por el hierro o por el veneno; sólo estoy segura de que he soñado que era matado, y, ya lo sabéis, mis sueños no me engañan jamás. Estad segura, por tanto, de que pronto me veréis volver.»

      -¡De maravilla! - exclamó Athos-. Sois el rey de los poetas; mi querido Aramis, habláis como el Apocalipsis y sois verdadero como el Evangelio. Ahora no os queda mas que poner las señas en esa carta.

      -Es muy fácil - dijo Aramis.

      Y plegó coquetamente la carta, la volvió y escribió:

      «A mademoiselle Marie Michon, costurera de Tours.

      » Los tres amigos se miraron riendo: estaban prendados.

      -Ahora - dijo Aramis - comprenderéis, señores, que sólo Bazin puede llevar esta carta a Tours; mi prima sólo conoce a Bazin y no tiene confianza más que en él: cualquier otro haría fracasar el asunto. Además, Bazin es ambicioso y sabio; Bazin ha leído la historia, señores, sabe que Sixto V se convirtió en Papa tras haber guardado puercos. Pues bien, como cuenta con entrar en la iglesia al tiempo que yo, no desespera convertirse él también en Papa o al menos en cardenal: comprenderéis que un hombre que tiene semejantes miras no se dejará prender o, si es prendido, sufrirá el martirio antes que hablar.

      -Bien, bien - dijo D’Artagnan-, os concedo de buena gana a Bazin; pero concededme a mí a Planchet: Milady lo hizo poner en la calle cierto día a fuerza de bastonazos; ahora bien, Planchet tiene buena

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