Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas
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Una luz apareció por debajo de la puerta; aquella luz anunciaba el regreso de sus carceleros. Milady, que se había levantado, se lanzó vivamente sobre su sillón, la cabeza echada hacia atrás, sus hermosos cabellos sueltos y esparcidos, su pecho medio desnudo bajo sus encajes chafados, una mano sobre el corazón y la otra colgando.
Descorrieron los cerrojos, la puerta chirrió sobre sus goznes, y en la habitación resonaron unos pasos que se aproximaron.
-Poned ahí esa mesa - dijo una voz que la prisionera reconoció como la de Felton.
La orden fue ejecutada.
-Traeréis antorchas y haréis el relevo del centinela - continuó Felton.
Esta doble orden que dio a los mismos individuos el joven teniente probó a Milady que sus servidores eran los mismos hombres que sus guardianes, es decir soldados.
Las órdenes de Felton eran ejecutadas por los demás con una silenciosa rapidez que daba buena idea del floreciente estado en que mantenía la disciplina.
Finalmente, Felton, que aún no había mirado a Milady, se volvió hacia ella.
-¡Ah, ah! - dijo-. Duerme, está bien; cuando se despierte cenará.
Y dio algunos pasos para salir.
-Pero, mi teniente - dijo un soldado menos estoico que su jefe, y que se había acercado a Milady-, esta mujer no duerme.
-¿Cómo que no duerme? - dijo Felton-. ¿Entonces, qué hace?
-Está desvanecida; su rostro está muy pálido, y por más que escucho no oigo su respiración.
-Tenéis razón - dijo Felton tras haber mirado a Milady desde el lugar en que se encontraba, sin dar un paso hacia ella ; id a avisar a lord de Winter que su prisionera está desvanecida porque no sé qué hacer: el caso no estaba previsto.
El soldado salió para cumplir las órdenes de su oficial: Felton se sentó en un sillón que por azar se encontraba junto a la puerta y esperó sin decir una palabra, sin hacer un gesto. Milady poseía ese gran arte, tan estudiado por las mujeres, de ver a través de sus largas pestañas sin dar la impresión de abrir los párpados: vislumbró a Felton que le daba la espalda, continuó mirándolo durante diez minutos aproximadamente, y durante esos diez minutos el impasible guardián no se volvió ni una sola vez.
Pensó entonces que lord de Winter iba a venir a dar, con su presencia, nueva fuerza a su carcelero: su primera prueba estaba perdida, adoptó su partido como mujer que cuenta con sus recursos; en consecuencia, alzó la cabeza, abrió los ojos y suspiró débilmente.
A este suspiro Felton se volvió por fin.
-¡Ah! Ya habéis despertado señora - dijo ; nada tengo que hacer ya aquí. Si necesitáis algo, llamad.
-¡Oh, Dios mío, Dios mío! ¡Cuánto he sufrido! - murmuró con aquella voz armoniosa que, semejante a la de las encantadoras antiguas, encantaba a todos a quienes quería perder.
Y al enderezarse en su sillón adoptó una posición más graciosa y más abandonada aún que la que tenía cuando estaba tumbada.
Felton se levantó.
-Seréis servida de este modo tres veces al día, señora - dijo : por la mañana, a las nueve; durante el día, a la una, y por la noche, a las ocho. Si no os va bien, podéis indicar vuestras horas en lugar de las que os propongo, y en este punto obraremos conforme a vuestros deseos.
-Pero ¿voy a quedarme siempre sola en esta habitación grande y triste? - preguntó Milady.
-Se ha avisado a una mujer de los alrededores, mañana estará en el castillo, y vendrá siempre que deseéis su presencia.
-Os lo agradezco, señor - respondió humildemente la prisionera.
Felton hizo un leve saludo y se dirigió hacia la puerta. En el momento en que iba a franquear el umbral lord de Winter apareció en el corredor, seguido del soldado que había ido a llavarle la nueva del desvanecimiento de Milady. Traía en la mano un frasco de sales.
-¿Y bien? ¿Qué es? ¿Qué es lo que pasa aquî? - dijo con una voz burlona viendo a su prisionera de pie y a Felton dispuesto a salir-. ¿Esta muerta ha resucitado ya? Demonios, Felton, hijo mío, ¿no has visto que te tomaba por un novicio y que representaba para ti el primer acto de una comedia cuyos desarrollos tendremos sin duda el placer de seguir?
-Lo he pensado, milord - dijo Felton ; pero como la prisionera es mujer después de todo, he querido tener los miramientos que todo hombre bien nacido debe a una mujer, si no por ella, al menos por uno mismo.
Milady sintió un estremecimiento por todo su cuerpo. Estas palabras de Felton pasaban como hielo por todas sus venas.
-O sea - prosiguió de Winter riendo-, esos hermosos cabellos sabiamente esparcidos, esa piel blanca y esa lánguida mirada, ¿no te han seducido aún, corazón de piedra?
-No, milord - respondió el impasible joven-, y creedme, se necesita algo más que tejemanejes y coqueterías de mujer para corromperme.
-En tal caso, mi bravo teniente, dejemos a Milady buscar otra cosa y vayamos a cenar. ¡Ah!, tranquilízate, tiene la imaginación fecunda, y el segundo acto de la comedia no tardará en seguir al primero.
Y a estas palabras lord de Winter pasó su brazo bajo el de Felton y se lo llevó riendo.
-¡Oh! Ya encontraré lo que necesitas - murmuró Milady entre dientes ; estáte tranquilo pobre monje frustrado, pobre soldado convertido, que te has cortado el uniforme de un hábito.
-A propósito - prosiguió de Winter deteniéndose en el umbral de la puerta-, no es preciso, Milady, que este fracaso os quite el apetito. Catad ese pollo y ese pescado que no he hecho envenenar, palabra de honor. Me llevo bastante bien con mi cocinero, y como no tiene que heredar de mí, tengo en él plena y total confianza. Haced como yo. ¡Adiós, querida hermana! Hasta vuestro próximo desvanecimiento.
Era cuanto Milady podía soportar: sus manos se crisparon sobre su sillón, sus dientes rechinaron sordamente, sus ojos siguieron el movimiento de la puerta que se cerró tras lord de Winter y Felton; y cuando se vio sola, una nueva crisis de desesperación se apoderó de ella; lanzó los ojos sobre la mesa, vio brillar un cuchillo, se abalanzó y lo cogió; pero su desengaño fue cruel: la hoja era redonda y de plata flexible.
Una carcajada resonó tras la puerta mal cerrada, y la puerta volvió a abrirse.
-¡Ja, ja! - exclamó lord de Winter-. ¡Ja, ja, ja! ¿Ves, mi valiente Felton, ves lo que te había dicho? Ese cuchillo era para ti; hijo mío, te habría matado. ¿Ves? Es uno de sus defectos, desembarazarse así, de una forma o de otra, de las personas que la molestan. Si te hubiera escuchado, el cuchillo habría sido puntiagudo y de acero: entonces se acabó Felton, te habría degollado y después de ti a todo el mundo. Mira, además, John, qué bien sabe empuñar su cuchillo.
En efecto, Milady empuñaba aún el arma ofensiva en su mano crispada, pero estas últimas palabras, este supremo insulto, destensaron sus manos, sus fuerzas y hasta su voluntad.
El cuchillo cayó a tierra.
-Tenéis