Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas
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para mi exilio y para mis cadenas,
tengo mi juuentud, mi plegaria,
y Dios, que tendrá en cuenta los males que he sufrido
Aquella voz, de una amplitud nunca oída y de una pasión sublime, daba a la poesía ruda a inculta de estos salmos una magia y una expresión que los puritanos más exaltados raramente encontraban en los cantos de sus hermanos, que ellos se veían obligados a adornar con todos los recursos de su imaginación: Felton creyó oír cantar al ángel que consolaba a los tres hebreos en el horno.
Milady continuó:
Mas para nosotros llegará el día
de la liberación, Dios justo y fuerte;
y si nuestra esperanza es engañado
siempre nos queda el martirio y la muerte.
Esta estrofa, en la que la terrible encantadora se esforzó por poner toda su alma acabó de sembrar el desorden en el corazón del joven oficial; abrió bruscamente la puerta y Milady lo vio aparecer pálido como siempre, pero con los ojos ardientes y casi extraviados.
-¿Por qué cantáis así - dijo - y con semejante voz? -Perdón, señor - dijo Milady con dulzura-, olvidaba que mis cantos no son de recibo en esta casa. Sin duda os he ofendido en vuestras creencias; pero ha sido sin querer, os lo juro, perdonadme, pues, una falta que quizá es grande, pero que desde luego es involuntaria.
Milady estaba tan bella en aquel momento, el éxtasis religioso en que parecía sumida daba tal expresión a su semblante que Felton, deslumbrado, creyó ver al ángel que hacía un instante sólo creía oír.
-Sí, sí - respondió-, sí: perturbáis, agitáis a las personas que viven en este castillo.
Y el pobre insensato no se daba cuenta de la incoherencia de sus frases, mientras Milady hundía su ojo de lince en lo más profundo de su corazón.
-Me callaré - dijo Milady bajando los ojos con toda la dulzara que pudo dar a su voz, con toda la resignación que pudo impnmir a su porte.
-No, no, señora - dijo Felton ; sólo que cantad menos alto, sobre todo por la noche.
Y a estas palabras, Felton, sintiendo que no podría conservar mucho tiempo su severidad para con la prisionera, se precipitó fuera de su habitación.
-Habéis hecho bien, teniente - dijo el soldado ; esos cantos perturban el alma; sin embargo, uno termina por acostumbrarse. ¡Es tan hermosa su voz!
Capítulo 54 Tercera jornada de cautividad
Felton había venido, pero todavía tenía que dar un paso. Había que retenerlo, o mejor, era preciso que se quedase solo, y Milady sólo oscuramente veía aún el medio que debía conducirla a este resultado.
Se necesitaba más aún: había que hacerlo hablar, a fin de hablarle también. Porque Milady lo sabía de sobra, su mayor seducción estaba en su voz, que recorría con tanta habilidad toda la gama de tonos, desde la palabra humana hasta el lenguaje celeste.
Y, sin embargo, pese a toda su seducción, Milady podría fracasar porque Felton estaba prevenido, y esto contra el menor azar. Desde ese momento, vigiló todas sus acciones, todas sus palabras, hasta la más simple mirada de sus ojos, hasta su gesto, hasta su respiración, que se podía interpretar como un suspiro. En fin ella estudió todo, como hace un hábil cómico a quien se acaba de dar un papel nuevo en un puesto que no tiene la costumbre de ocupar.
Respecto a lord de Winter su conducta era más fácil: también estaba decidida desde la víspera. Permanecer muda y digna en su presencia, irritarlo de vez en cuando por medio de un desdén afectado, por medio de una palabra despectiva, empujarlo a amenazas y a violencias que hicieran contraste con su resignación, tal era su proyecto. Felton vería: quizá no dijera nada; pero vería.
Por la mañana Felton vino como de costumbre; pero Milady le dejó presidir todos los preparativos del desayuno sin dirigirle la palabra. Por eso, en el momento en que iba él a retirarse, ella tuvo un rayo de esperanza; porque creyó que era él quien iba a hablar; pero sus labios se movieron sin que ningún sonido saliera de su boca, y haciendo un esfuerzo sobre sí mismo, encerró en su corazón las palabras que iban a escapar de sus labios, y salió.
Hacia mediodía, entró lord de Winter.
Hacía un hermoso día de invierno, y un rayo de ese pálido sol de Inglaterra que ilumina pero no calienta, pasaba a través de los barrotes de la prisión.
Milady miraba por la ventana, y fingió no oír la puerta que se abría.
-¡Vaya vaya! - dijo lord de Winter-. Tras haber hecho comedia, tras haber hecho tragedia, ahora hacemos melancolía.
La prisionera no respondió.
-Sí, sí - continuó lord de Winter-, comprendo; de buena gana quisierais estar en libertad en esa orilla; de buena gana querríais, sobre un buen navío, hender las olas de ese mar verde como la esmeralda; querríais de buena gana, bien en tierra, bien sobre el océano, tenderme una de esas buenas emboscadas que tan bien sabéis combinar. ¡Paciencia, paciencia! Dentro de cuatro días os será permitida la orilla, os será abierto el mar, más abierto de lo que quisierais, porque dentro de cuatro días Inglaterra será desembarazada de vos.
Milady unió las manos, y alzando sus hermosos ojos al cielo:
-¡Señor, Señor! - dijo con una angélica suavidad de gesto y de entonación-. Perdonad a este hombre como yo lo perdono.
-Sí, reza, maldita - exclamó el barón-. Tu oración es tanto más generosa cuanto que, te lo juro, estás en poder de un hombre que no perdonará.
Y salió.
En el momento en que salía, una mirada penetrante se coló por la puerta entreabierta, y ella vislumbró a Felton que volvía a su sitio rápidamente para no ser visto por ella.
Entonces se arrojó de rodillas y se puso a rezar.
-¡Dios mío, Dios mío! - dijo-. Vos sabéis por qué santa causa sufro; dadme, pues, la fuerza de sufrir.
La puerta se abrió suavemente; la hermosa suplicante fingió no haber oído, y con una voz llena de lágrimas continuó:
-¡Dios vengador, Dios de bondad! ¿Dejaréis que se cumplan los horribles proyectos de este hombre?
Sólo entonces fingió ella oír el ruido de los pasos de Felton y, alzándose rápida como el pensamiento, se ruborizó como si tuviera vergüenza de haber sido sorprendida de rodillas.
-No me gusta molestar a los que rezan, señora - dijo gravemente Felton ; no os molestéis, pues, por mí, os lo suplico.
-¿Cómo sabéis que rezaba? Señor - dijo Milady, con una voz ahogada por los sollozos-, os equivocáis; señor, yo no rezaba.
-¿Pensáis acaso, señora