Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Colección de Alejandro Dumas - Alejandro Dumas страница 232

Автор:
Серия:
Издательство:
Colección de Alejandro Dumas - Alejandro Dumas

Скачать книгу

que estaba equivocado.

      Y los os salieron de nuevo.

      Pero esta vez Milady prestó oído más atento que la primera vez, y oyó alejarse sus pasos y apagarse en el fondo del corredor.

      -Estoy perdida - murmuró-, heme aquí en poder de gentes sobre las que no tendré más ascendiente que sobre estatuas de bronce o granito; me conocen de memoria y están acorazados contra todas mis armas. Es, sin embargo, imposible que esto termine como ellos han decidido.

      En efecto, como indicaba esta última reflexión, ese retorno instintivo a la esperanza, en aquella alma profunda el temor y los sentimientos débiles no flotaban demasiado tiempo. Milady se sentó a la mesa, comió de varios platos, bebió un poco de vino español, y sintió que le volvía toda su resolución.

      Antes de acostarse ya había comentado, analizado, mirado por todas su facetas, examinado desde todos los puntos de vista las palabras, los pasos, los gestos, los signos y hasta el silencio de sus carceleros, y de este estudio profundo, hábil y sabio, había resultado que Felton era, en conjunto, el más vulnerable de sus dos perseguidores.

      Una frase sobre todo volvía a la mente prisionera:

      -Si te hubiera escuchado - había dicho lord de Winter a Felton.

      Por tanto, Felton había hablado en su favor, puesto que lord de Winter no había querido escuchar a Felton.

      -Débil o fuerte - repetía Milady-, ese hombre tiene un destello de piedad en su alma; de ese destelló haré yo un incendio que lo devovará. En cuanto al otro, me conoce, me teme y sabe lo que tiene que esperar de mí si alguna vez me escapo de sus manos; es, pues, inútil intentar nada sobre él. Pero Felton es otra cosa: es un joven ingenuo, puro y que parece virtuoso; a éste hay un medio de perderlo.

      Y Milady se acostó y se durmió con la sonrisa en los labios; quien la hubiera visto durmiendo la habría supuesto una muchacha soñando con la corona de flores que debía poner sobre su frente en la próxima fiesta.

      Capítulo 53 Segunda jornada de cautividad

      Índice

      Milady soñaba que por fin tenía a D’Artagnan, que asistía a su suplicio, y era la vista de su sangre odiosa corriendo bajo el hacha del verdugo lo que dibujaba aquella encantadora sonrisa sobre sus labios.

      Dormía como duerme un prisionero acunado por su primera esperanza.

      Al día siguiente, cuando entraron en su cuarto, estaba todavía en su cama. Felton estaba en el corredor: traía la mujer de que había hablado la víspera y que acababa de llegar; esta mujer entró y se aproximó a la cama de Milady ofreciéndole sus servicios.

      Milady era habitualmente pálida; su tez podia, pues, equivocar a una persona que la viera por primera vez.

      -Tengo fiebre - dijo ella ; no he dormido un solo instante durante toda esta larga noche, sufro horriblemente; ¿seréis vos más humana de lo que fueron ayer conmigo?

      -¿Queréis que llame a un médico? - dijo la mujer.

      Felton escuchaba este diálogo sin decir una palabra.

      Milady reflexionaba que cuanta más gente la rodease más gente tendría que apiadar y más se redoblaría la vigilancia de lord de Winter; además, el médico podría declarar que la enfermedad era fingida, y Milady, tras haber perdido la primera parte, no quería perder la segunda.

      -Ir a buscar a un médico - dijo-, ¿para qué? Esos señores declararon ayer que mi mal era una comedia; sin duda ocurriría lo mismo hoy; porque desde ayer noche han tenido tiempo de avisar al doctor.

      -Entonces - dijo Felton impacientado-, decid vos misma, señora, qué tratamiento queréis seguir.

      -¿Lo sé yo acaso? ¡Dios mío! Siento que sufro, eso es todo; me den lo que me den, poco me importa.

      -Id a buscar a lord de Winter - dijo Felton cansado de aquellas quejas eternas.

      -¡Oh, no, no! - exclamó Milady-. No señor, no lo llaméis, os lo ruego; estoy bien, no necesito nada, no lo llaméis.

      Puso una vehemencia tan prodigiosa, una elocuencia tan arrebatadora en esta exclamación, que Felton, arrobado, dio algunos pasos dentro de la habitación.

      «Está emocionado», pensó Milady.

      -Sin embargo, señora - dijo Felton-, si sufrís realmente se enviará a buscar un médico, y si nos engañáis, pues bien, entonces tanto peor para vos, pero al menos por nuestra parte no tendremos nada que reprocharnos.

      Milady no respondió; pero echando hacia atrás su hermosa cabeza sobre la almohada, se fundió en lágrimas y estalló en sollozos.

      Felton la miró un instante con su impasibilidad ordinaria; luego, como la crisis amenazaba con prolongarse, salió; la mujer lo siguió. Lord de Winter no apereció.

      -Creo que empiezo a verlo claro - murmuró Milady con una alegría salvaje, sepultándose bajo las sábanas para ocultar a cuantos pudieran espiarle este arrebato de satisfacción interior.

      Transcurrieron dos horas.

      -Ahora es tiempo de que la enfermedad cese - dijo ; levantémonos y obtengamos algunos éxitos desde hoy; no tengo más que diez días, y esta noche se habrán pasado dos.

      Al entrar por la mañana en la habitación de Milady, le habían traído su desayuno; y ella había pensado que no tardarían en venir a levantar la mesa, y que en ese momento volvería a ver a Felton.

      Milady no se equivocaba. Felton reapareció y, sin prestar atención a si Milady había tocado o no la comida, hizo una señal para que se llevasen fuera de la habitación la mesa, que ordinariamente traían completamente servida.

      Felton se quedó el último, tenía un libro en la mano.

      Milady, tumbada en un sillón junto a la chimenea, hermosa, pálida y resignada, parecía una virgen santa esperando el martirio.

      Felton se aproximó a ella y dijo:

      -Lord de Winter, que es católico como vos, señora, ha pensado que la privación de los ritos y de las ceremonias de vuestra religión puede seros penosa: consiente, pues, en que leáis cada día el ordinario de vuestra misa, y este es un libro que contiene el ritual.

      Ante la forma en que Felton depositó aquel libro sobre la mesita junto a la que estaba Milady, ante el tono con que pronunció estas dos palabras: vuestra misa, ante la sonrisa desdeñosa con que las acompañó, Milady alzó la cabeza y miró más atentamente al oficial.

      Entonces, en aquel peinado severo, en aquel traje de una sencillez exagerada, en aquella frente pulida como el mármol, pero dura a impenetrable como él, reconoció a uno de esos sombríos puritanos que con tanta frecuencia había encontrado tanto en la corte del rey Jacobo como en la del rey de Francia, donde, pese al recuerdo de San Bartolomé, venían a veces a buscar refugio.

      Tuvo, pues, una de esas inspiraciones súbitas como sólo las gentes de genio las reciben en las grandes crisis, en los momentos supremos que

Скачать книгу