Vidas soñadas. Liz Fielding

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Vidas soñadas - Liz Fielding Jazmín

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un regalo de Josie, una compañera de colegio –contestó, sin mirarlo–. Es una chica muy sana, solo come cosas naturales, zanahorias, tomates, pepinos…

      –Estupendo –murmuró Mike.

      ¿Era estupendo de verdad o era más fácil seguir adelante con los planes de boda que salir corriendo, más fácil guardar el exprimidor que decir, «lo siento, esto no es para mí»? ¿Seguía adelante como Crysse porque la alternativa era demasiado complicada y dolorosa?

      A Willow se le daba bien dar consejos a los demás, pero ¿y ella? ¿Y Mike?

      El cristal de la ventanilla le devolvía una imagen fantasmal de sí misma. Por fuera, todo era perfecto. El vestido, el pelo, el maquillaje…

      –Estamos llegando. ¿Preparada?

      Willow se volvió hacia su padre, muy distinguido con su frac y el sombrero de copa sobre las rodillas mientras el coche se acercaba a una iglesia llena de parientes y amigos, todos reunidos para el gran día. ¿Qué harían, se preguntó Willow, si ella no apareciera?

      –Papá, ¿no te preguntaste antes de casarte con mamá si estabas cometiendo un terrible error?

      –Es un gran paso y es normal estar nervioso –contestó el hombre–. ¿O hay algo más?

      –No lo sé. Quizá –murmuró Willow–. Si no me hubieran ofrecido ese maldito trabajo…

      La carta para Toby Townsend seguía sobre la mesa del pasillo. No la había echado al correo. Había querido hacerlo la noche anterior, después de enviar las cartas agradeciendo regalos como el exprimidor o el reloj que contaría las horas que se pasaría limpiando una casa que aborrecía.

      Pero no podía decirlo para no herir los sentimientos del padre de Mike. Ni los de Mike, que se quedó sin palabras, abrumado por la generosidad de su progenitor. Y, sin saber cómo, la carta se había quedado sobre la mesa.

      –Dime, Willow, si Mike te hubiera llamado anoche para decir que os olvidarais de la boda, ¿cómo te habrías sentido?

      –Aliviada –contestó ella, sin pensar. Y era cierto. No porque no quisiera a Mike, sino porque no deseaba aquella vida. Cuando el coche se acercaba a la puerta de la iglesia, el corazón de Willow dio un vuelco–. ¡No pare!

      El conductor sonrió.

      –¿Una vuelta más?

      –Sí, una vuelta más. Papá, no puedo hacerle esto a Mike, ¿verdad? Él está en la iglesia, esperándome…

      –Si estás tan insegura, hija… haz lo que debas hacer.

      –Mamá no me lo perdonaría nunca.

      –Esto no tiene nada que ver con tu madre. Estamos hablando de tu vida.

      –Pero el banquete…

      –No pasa nada. La gente tiene que comer de todas formas.

      ¿Era esa la única razón por la que seguía adelante? ¿La preocupación por el dinero del banquete, el enfado de su madre?

      –Dile a Mike… –Willow no terminó la frase. ¿Qué? ¿Que lo quería pero no podía casarse con él? Sería mejor no decir nada.

      –No te preocupes, cariño –murmuró su padre–. Déjeme en la esquina y llévese a mi hija a casa –añadió, dirigiéndose al conductor. Unos segundos después, Willow salía del coche–. En cuanto a tu madre… quizá sería buena idea desaparecer durante unos días.

      ¿Por qué seguía adelante? ¿Por qué iba a casarse? ¿Por qué iba a dirigir el Chronicle? ¿Para no defraudar a su padre? Solo tenía una vida, como Cal le había recordado. Solo tenía una oportunidad de hacer las cosas bien. No tenía tiempo para vivir los sueños de los demás.

      ¿Y Willow? Mike la quería. Ella era lo mejor que le había pasado nunca, pero quería tener una carrera. Mike no era tonto. Willow estaba deseando que le dijera que debía aceptar el trabajo en el Globe.

      Se había dado cuenta y una parte de él hubiera querido decir «adelante, no pierdas un minuto de tu vida». Pero había otro lado, uno más oscuro. Si él no podía tenerlo todo, tampoco podía ella.

      ¿Qué clase de pensamiento era ese? ¿Cuánto tardarían en desear no haberse casado?

      En alguna parte alguien estaba tocando el órgano, como música de fondo para los invitados que ocupaban sus sitios en la iglesia.

      El sol entraba por los cristales emplomados, iluminando el suelo de mármol con brillos azules, rojos y verdes. Pero Mike tenía frío y el olor de las flores empezaba a marearlo.

      ¿Cuánto tiempo faltaba? Mike miró su reloj. Willow llegaba tarde. ¿Nervios de última hora? ¿Y si no aparecía? ¿Cómo se sentiría? ¿Desolado o aliviado?

      –No te preocupes tanto, Mike. No he perdido los anillos.

      Aliviado.

      –Cal, ¿qué pensarías si te dijera que no quiero hacer esto?

      Su amigo lo miró, perplejo.

      –¿Lo dices en serio? –preguntó. El rostro de Mike debía ser la respuesta–. Durante la última semana parecías un hombre condenado a la horca. Creí que era por el periódico…

      –Y lo era. Y por el exprimidor de Josie.

      –¿Qué tiene que ver el exprimidor? –preguntó Cal, que no salía de su asombro–. Será mejor que te decidas, Mike. En cuanto Willow aparezca por esa puerta, estás comprometido.

      –Ya estoy comprometido. No puedo…

      –Si tienes dudas de verdad, debes marcharte. Ahora mismo.

      –Dile que… –empezó a decir Mike. ¿Qué? ¿Qué podía decirle? ¿Que la quería, pero que aquella no era la vida que siempre había querido vivir?–. Dile a su padre que yo pagaré por todo esto…

      –Lo haré. Ahora, vete. Tengo cosas que hacer.

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