Alamas muertas. Nikolai Gogol
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Es como si el narrador tratase a cada momento de dar una respuesta a la cuestión de «¿qué piensa el campesino ruso?» Topándose una y otra vez con la conclusión de que sólo Dios (o el diablo) lo sabe.
Muy a menudo, en Almas muertas se dan escenas en las que se refieren acciones llevadas a cabo por siervos sin que el lector explicite ni por qué describe tal acción ni qué significado tiene ni que papel desempeña en la novela. El final del capítulo 7, cuyo texto he incluido más arriba es un ejemplo gráfico de esto.
Para el narrador, los personajes y los lectores de Gogol, la vida interior de los siervos es desconocida e incognoscible por un buen número de razones, de las que la más convincente es la de que su estatus subhumano como mercancías los hace una especie tan diferente como los caballos, los perros o las aves de corral que los rodean. Más aún, los siervos con los que se halla más concernida la novela están muertos, por lo que son doblemente incognoscibles. (Fusso, pp. 67-68.)
Todo ello llevaría a incluir, desde la perspectiva de la teoría poscolonial o desde los estudios subalternos, una nueva interpretación a sumar a las ya aludidas del título de nuestra obra. Almas muertas serían también las de los siervos que aunque estén vivos no llevan una existencia verdaderamente humana. Gogol plantea que la esencia de Rusia reside en un sustrato de población inaccesible del que sólo nos queda su lenguaje, su folklore y su trabajo, elementos todos ellos en peligro por culpa de unos estamentos dominantes fascinados por lo extranjero y corrompidos hasta el tuétano.
En Almas muertas, por tanto, se plantean dos aspectos decisivos: los siervos son incognoscibles (viven pero en realidad es como si estuvieran muertos –pues hasta pueden estar muertos y seguir figurando como vivos–) y, sin embargo, tienen una voz, que es la voz más auténtica, más precisa y más idiosincráticamente rusa; de hecho, la infinita canción (sin más atributos) epítome de Rusia estará cantada siempre por siervos. Sin embargo, Gogol no trata de «dar voz» ni de «representar» el pensamiento de esos subalternos; prefiere señalar que por supuesto tienen una voz, una voz vigorosa, una voz promisoria, pero una voz que a duras penas podrá traspasar la barrera de los discursos de poder. «Gogol fue capaz de hacer que el campesinado fuese central para el destino de Rusia sin tener que hablar en favor del campesinado haciendo tanto del siervo como de la nación un otro incognoscible, sujeto a la pregunta sin fin pero no obligado a responder[34]» (Fusso, p. 98). En todo caso, la voz del subalterno en Almas muertas, si bien no puede oírse, representa todas las esperanzas del autor.
UNA NUEVA EDICIÓN DE ALMAS MUERTAS
Tal como ha llegado hasta nosotros Almas muertas es algo más parecido a un mecano que a una obra como tal. Junto a una «primera parte» completa se ha publicado siempre una «segunda» que, a no ser por los enormes vacíos que uno se encuentra en el texto, presenta una apariencia externa equiparable a la anterior. No obstante, los criterios por los que se han regido innumerables ediciones de todo el mundo[35], aunque tienden a ser homogéneos, no dejan por ello de ser discutibles.
Por un lado, la mayoría pretende hacer primar el sentido de obra «entera». Por ejemplo, la edición inglesa de Guerney (véase Gogol, 1997), tan alabada por Nabokov, resulta un interesante trabajo de patchwork, que manipula el texto original a su gusto para ofrecer un «producto» lo más redondo, lo más «completo» posible. Ahora bien, Guerney no sólo reforma a su gusto la compleja e incompleta «segunda parte» llevando a cabo una fusión muy personal de los dos borradores conservados sino que su reconstrucción afecta incluso a la «primera parte», que acaba teniendo doce capítulos en lugar de once.
En la mayoría de esas ediciones tiende a incluirse: a) la «primera parte» completa, con la versión primigenia (no censurada) de La historia del capitán Kopieikin, y b) la denominada «segunda parte» o tomo II, en su versión última.
Lo que se suele editar como «segunda parte» no son otra cosa que restos de dos borradores: el más antiguo en el tiempo (incompleto) es el denominado «“Uno de los últimos capítulos”», que suele ir precedido en todas las ediciones por cuatro capítulos (también incompletos), que pertenecen a una redacción posterior.
Ahora bien, tanto del titulado «“Uno de los últimos capítulos”» como de los otros cuatro hay dos versiones: una primigenia, que sería la base del manuscrito, que recoge lo que posteriormente se tachó de él y elimina los añadidos ulteriores; y otra, lógicamente más tardía, recompuesta a partir del texto original no tachado o tan sólo algo alterado y los añadidos en los márgenes y en los espacios interlineares. Es decir, lo que a menudo se denomina «segunda parte» de Almas muertas son dos borradores con dos niveles de lectura cada uno. Las tachaduras son, por suerte, líneas tan sutiles que permiten por lo general la lectura perfecta del texto subyacente; ellas han permitido el establecimiento de las dos versiones de la «segunda parte», que a menudo se ofrecen en el mercado editorial según los gustos de editores y traductores.
Ante esto, cabe hacer algunas reflexiones. Dejando de lado los proyectos ideales y las versiones dejadas a la crítica de la lumbre, Almas muertas como tal, es SÓLO lo que suele conocerse como «Parte I». Los torsos (en dos versiones) conservados de un proyecto, seguramente temprano, de «Parte II» no pueden considerarse a la altura de la «Parte I», ni en cuanto al estilo (muy poco pulido, ¡menos de lo habitual!, con errores perdonables sólo por su condición de borrador[36]) ni en cuanto a la propia estructura: apenas son unos pocos capítulos, en los que la mayor parte de la acción ha de ser imaginada.
La forma más honesta de presentar este texto[37] es, para mí, la de ofrecer lo que se ha conocido como «primera parte» (con la versión primigenia original, luego censurada, del Kopieikin) e incluir el resto de los materiales en una serie de anexos: 1) la versión más antigua de la «segunda parte»; 2) la versión más moderna; y 3) la versión tolerada por la censura del Kopieikin (decisiva como síntoma de algunas de las derivas posteriores del autor). Esta solución vendría avalada por la opinión de una de las grandes especialistas gogolianas de la actualidad, Susanne Fusso. Para ella, son muchos los críticos que han suspirado por la continuación de la «primera parte» de Almas muertas; es más, esa continuación emprendida pero destruida y no conservada ha «poseído», en cierta medida, a la propia «primera parte» terminada.
Es mi propósito [...] demostrar que Almas muertas [se refiere a la «primera parte»] es un trabajo acabado según las leyes de la forma gogoliana. La promesa incumplida de completitud, cuando se lee no en términos biográficos sino en términos literarios, es un aparato que protege al texto frente a soluciones limpias y frente a interpretaciones fijas. No es sólo Chichikov el que escapa al final de Almas muertas; la propia novela escapa del deseo de los lectores (y del autor) de que se dé una última palabra. (Fusso, p. 102.)
De este modo, para mí también Almas muertas es lo que se ha conocido como «primera parte».
No obstante, alguien podrá preguntarse por qué incluir los dos torsos de la «segunda parte». En mi opinión, hacerlo: 1) permite ver la evolución creativa, ideológica y mental del autor; en ese sentido, se trata de unos materiales imprescindibles para el conocimiento y el análisis