Alamas muertas. Nikolai Gogol
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Ahora bien, Susanne Fusso incide en la idea de «parábola» («¿Qué parábola es pues ésa, qué parábola es ésa de las almas muertas?»). Para ella, la parábola es lo opuesto a la «primera parte» de Almas muertas. Una parábola no tiene sentido hasta que no se completa... La voz que se abre desde el texto parece pedir precisamente una respuesta satisfactoria o una explicación convincente. La promesa de una continuación les permitió a muchos críticos favorables al autor tomar aire y posponer su juicio sobre la obra hasta que tal continuación apareciese. En el segundo volumen, se esperaba encontrar la interpretación de la parábola de la «primera parte» (véase Fusso, p. 115). El fuego se interpuso entre nosotros y la culminación de la parábola, dejando su significado en suspenso.
La descripción de la banalidad
En sus Fragmentos, Gogol se reconoce en el dibujo que supuestamente hizo de él Puskin: «[...] ningún otro escritor hasta ahora –habría dicho el poeta– ha tenido ese don de representar la banalidad de la vida (пошлость жизни) de un modo tan brillante [...]» (Gogol, 1992, p. 127). Esta percepción de Puskin, asumida por el autor como una de sus señas de identidad puede que sea uno de los elementos decisivos de lo actual de la literatura gogoliana, cuando, particularmente desde Hannah Arendt, se tiene consciencia del perverso papel que tiene la banalidad (пошлость) en el mundo moderno, más allá de lo que secularmente se veía como males atribuibles a la maldad.
Almas muertas no asustó a Rusia ni levantó tanto revuelo en ella porque descubriese algunas de sus heridas o de sus males internos ni siquiera porque presentase un cuadro aterrador del mal victorioso y de la inocencia conquistada. De ningún modo. Mis héroes no son en absoluto unos malvados; si tan sólo hubiera añadido un rasgo bueno a cualquiera de ellos, el lector se habría reconciliado con todos. Pero la banalidad de todos ellos les aterraba a los lectores. Les aterraba que mis héroes se seguían unos a otros, eran a cada cual más banal; no había ninguna escena que sirviese de consuelo; el lector no encontraba descanso ni podía darse un respiro en ningún sitio y, tras haber leído el libro entero era como si saliera de una cueva asfixiante hacia la luz divina. Se me habría perdonado más rápido si hubiera presentado unos monstruos pintorescos; pero la banalidad no se me ha perdonado. (Gogol, 1992, p. 127.)
Así, Gogol va a ser reconocido por la crítica, desde muy temprano, como el narrador de la banalidad. Un año antes de las reflexiones anteriores, es decir, en 1842, Bielinskii señala que
Almas muertas es importante precisamente porque pone al descubierto y disecciona la vida hasta sus niveles más banales y esta banalidad adquiere un significado general. Desde luego, un Ivan Antonovich, con un hocico de jarro, resulta muy divertido en el libro de Gogol y un fenómeno muy banal en la vida real... pero si en algún momento te topas por algún asunto con él, perderás todo deseo de reírte de él y no lo encontrarás tan banal. La cuestión es por qué puede llegar a ser tan importante en tu vida. De un modo brillante, a través de la estupidez y la banalidad, Gogol elucida el misterio de cómo Chichikov se convirtió en un «comprador» así. Es esto lo que constituye su grandeza poética y no ningún parecido imaginario con Homero o Shakespeare. (1985, p. 457.)
La lectura de Mierieskovskii va en la misma línea:
Gogol fue el primero que supo ver lo invisible, lo más terrible, el eterno mal, no en lo trágico sino en la ausencia de lo trágico; no en la fuerza sino en la impotencia; no en excesos insensatos sino en la prudencia exagerada; no en lo profundo y extremo sino en lo chato y trivial, en la mezquindad de los pensamientos y sentimientos humanos; no en lo mayor sino en lo menor. [...] fue el primero en percibir al diablo sin afeites; vio su verdadera cara, terrible no por su aspecto extraordinario sino por su trivialidad y su mezquindad; comprendió, el primero, que la cara del diablo no es inaccesible ni extraña ni estupefaciente ni fantástica sino común, familiar, un verdadero rostro «humano», demasiado humano [...]. (1986, pp. 8-9)[27].
El plan de la obra, según el propio autor, consistirá en hacer viajar a un campeón de la mediocridad, Chichikov, por el infierno de su tiempo, por el reino de la banalidad y la mediocridad, en el que no es que haya gentes con alma y desalmados sino, muy al contrario, almas muertas, espíritus sin vida, gente vacía. Chichikov sería el gran paradigma de la existencia vacía: compra campesinos inexistentes y comete toda suerte de delitos y traiciones en nombre de unos hijos inexistentes... es una rueda hueca que genera el argumento con su solo girar. Poco podía imaginarse Gogol que la evolución de aquella sociedad que él escarnecía llegaría a los extremos de banalidad de la actual y que, por tanto, su condición de gran narrador de la banalidad lo iba a convertir en un importante referente de la crítica profunda a nuestro propio tiempo. No obstante, el autor entiende que su propuesta no iba a ser entendida con facilidad por su público. En una carta a Aksakov (18-08-1842), señala que había previsto la reacción del público cuando éste no encontrase en su libro nada más que banalidad que se acumulaba sobre más banalidad. El pobre lector que hubiera cogido la novela esperando encontrarla entretenida y fascinante, acabaría exhausto al darse de frente con un mundo cargado de un hastío imprevisto (véase Cartas 1842-1845, pp. 90-97). No en vano, en el contexto en el que Gogol escribe, la literatura acostumbra a generar situaciones y personajes en los que se proyectan deseos y pasiones, ejemplos y contraejemplos de arquetipos morales más o menos puros. La bondad, la maldad, la generosidad, la avaricia, la belleza, la fealdad, la entrega, la astucia, la inocencia... todas ellas son esencias en las que se ve reflejado el público literario hasta Gogol; con él, empezarán a convertirse en héroes de novela muchos personajes perfectamente planos y carentes de cualidades, al lado de otros en los que late la mediocridad, la falta de expectativas o la carencia de valores.
El tema recurrente: Almas muertas y Rievisor
Resulta difícil saber cuál de las dos obras fundamentales de Gogol (Rievisor y Almas muertas) ha suscitado más interés. Es tanta la tinta que se ha vertido sobre ambas que, a la postre, da igual. Ahora bien, en este punto, no me interesa tanto comparar estas obras en razón de su importancia relativa o de su origen común (ya se sabe que ambas fueron sugeridas por Puskin) y casi estrictamente coetáneo (Gogol empieza a trabajarlas al mismo tiempo) sino que lo que más me interesa es mostrar que las dos presentan grandes paralelismos y recogen algunos de los elementos que más obsesionan al autor. En cierta medida, la relación entre estas dos obras cumbres del arte de Gogol guarda un paralelo con las dos obras claves de Franz Kafka, Der Prozess y Das Schloss, a la sazón esta última también inacabada y destinada al fuego[28].
De las múltiples tangencias entre ambas obras de Gogol, destacaré ante todo una: la «primera parte» de Almas muertas así como el último