Alamas muertas. Nikolai Gogol

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Alamas muertas - Nikolai Gogol Vía Láctea

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Para Korobochka, los nombres que no conoce, no existen (p. 136); Nosdriov pone a sus perros nombres formados con imperativos (p. 162); los siervos tienen nombres cuajados de motes (p. 211); Sobakievich falsifica un nombre (p. 222); el narrador no se atreve a decir el nombre de las damas de la ciudad (p. 263); los funcionarios de la ciudad, frente a la cierta nobleza de los nombres de los campesinos, aparecen con los estúpidos nombres que les ponen sus mujeres (p. 241), etcétera.

      Para Gogol, los nombres son los únicos trasuntos de la memoria de aquellos que existieron. Los campesinos muertos viven en sus nombres. Según Eelco Runia, la presencia reside en la región metonímica del lenguaje.

      [...] los nombres son las metonimias par excellence. Ofreciendo los nombres de los muertos, las vidas ausentes se hacen presentes en el aquí y ahora. Un nombre es el cenotafio para la persona que una vez lo llevó, un abismo en el que podemos mirar a la completitud de una vida que ya no existe. En los nombres de los muertos, por tanto, captamos la numinosidad de la historia. Ellos tienen ese efecto, creo, porque en último término nos devuelven a nosotros mismos. (P. 310.)

      En un momento determinado, Chichikov asume el papel del Dios omnisciente que posee el secreto del pasado, del Dios-historiador capaz de reconstruir cualquier vida mediante su sola palabra. Pero a la vez ese Dios-historiador es el Historiador-Dios cuya imaginación no es sino un demiurgo capaz de reinventar las vidas pasadas, de llenar los enormes huecos abiertos bajo los nombres con contenidos en mayor o menor medida construidos en razón de una concepción del mundo como cosmos organizado, donde cada pieza encaja; un cosmos generado por el propio historiador. Un nombre y, en ocasiones, algún apunte disperso sobre la vida del que lo llevó, le permiten a Chichikov construir toda una historia como ocurre con Maxim Tieliatnikov (p. 190) o con Grigori Llega-que-no-llegas (p. 211).

      ESTRATEGIAS DE LA FICCIÓN EN GOGOL

      Aunque haga ya mucho que la crítica ha abandonado la visión de Almas muertas como un ejemplo de realismo literario, esa opinión se mantuvo durante décadas. Ello se ha debido, sin duda, a que la crítica ha caído una y otra vez en las muchas trampas de la construcción gogoliana.

      En su minuciosa obra sobre Gogol (Маcmерсmво Гоголя, La maestría de Gogol) Andriei Bielyi desvela con agudeza los entresijos de la construcción de Almas muertas. Una de las principales estrategias de la ficción en la obra es la descripción que se funda en el «lugar común»; una descripción que, analizada despacio, oculta más de lo que enseña. Por ejemplo, cuando al principio del libro describe el carruaje de Chichikov, lo presenta como: «[...] una brichka de ballestas, pequeña y bastante bonita; una de ésas en las que suelen ir los solteros: tenientes-coroneles retirados, oficiales del zar y terratenientes de esos que cuentan con cerca de mil almas de campesinos... en una palabra, todos aquellos a los que se conoce como señores de medio pelo» (p. 99).

      Esa descripción no define al carruaje en absoluto; ha de ser el lector quien haya de figurárselo. A lo sumo, aquélla nos situará en un cierto estado de ánimo. Pero es que a continuación, se describe a Chichikov eliminando cualquier rasgo positivo que pudiera identificarlo: «En la brichka, iba sentado un señor, no muy guapo pero sin mala pinta, ni demasiado gordo ni demasiado flaco. No podía decirse que fuese viejo, aunque tampoco que fuese demasiado joven. Su entrada no produjo en la ciudad ningún tipo de escándalo ni vino acompañada por nada en particular [...]» (p. 99).

      A continuación, prosigue (no) describiendo la habitación que, por supuesto era

      [...] como todas las de su estilo, pues la posada era también como todas las de su estilo, es decir, ni más ni menos como son las posadas en las ciudades de provincias. [...] con una puerta, siempre bloqueada por una cómoda [...] sempiterno color amarillo [...] las mismas paredes pintadas con pintura al óleo [...] Los mismos cuadros por toda la pared, pintados al óleo... en una palabra, todo igual que en todas partes. (P. 101.)

      Todo resulta igual a todas partes. Uno podría pensar que el rotundo desconocimiento de la Rusia interior le habría llevado a Gogol a desplegar estas descripciones que, en realidad, no describen ni individualizan sino que a lo sumo lo muestran todo como idéntico... pero, con el avance de la obra, irá ocurriendo lo mismo a cada paso. Bielyi apunta, por ejemplo, la construcción que se hace de un personaje como el gobernador, que para Manilov es una persona excelente y para Sobakievich es «el bandido más grande del mundo» pero que finalmente «[...] según parece, de forma semejante a Chichikov, no era de por sí ni gordo ni delgado» (p. 104) (véase Bielyi, 1996, p. 97). Es probable, no obstante, que con esa falta de definición, con ese equilibrio que produce el «tono medio», que se repite en otros personajes como Manilov, Gogol esté tratando de reforzar la idea de mediocridad, de falta de detalles diferenciadores, de ausencia de personalidad y de imperio total de las «almas muertas».

      La medianía, los tonos medios irán adueñándose de la narración, en esa voluntad del autor de mostrar la banalidad, la trivialidad y la carencia de atributos (véase el apartado «La descripción de la banalidad»). Así, para Bielyi, a diferencia de obras anteriores de Gogol, en Almas muertas, los colores gris, amarillo y azul (celeste) predominarán, además del blanco y el negro. De igual modo, abundarán las expresiones «cierto», «en cierto sentido», «por así decirlo»... junto a «todo» y «nada», en perfecto equilibrio con la paleta de colores (véase Bielyi, 1996, p. 101).

      En Almas muertas, el narrador tiende a presentar a cada personaje no sólo como un individuo sino también como el representante de una clase o especie. Ello sería, según Fusso, un trasunto de la generalización propia de historiadores como August Ludwig von Schlözer (al que dedicó un artículo en Arabescos) que tratan de conseguir una generalización cuanto más amplia mejor. Con ello, la obra consigue que ninguna de sus escenas parezca tener lugar en un solo momento y con participantes individuales; más bien, parecería que esa escena podría encontrarse igual que ahí entre otros protagonistas de semejante categoría. Todo ello se complementará con las consabidas expresiones («como de costumbre», «como se suele», «según nuestra costumbre»...) que dan la impresión de que las acciones que presenciamos se repiten sin fin y son predecibles. Así es como se logra dar a la obra un alcance que englobe a toda Rusia. Y, sin embargo, a continuación y de forma magistral, el narrador empieza a ofrecer una serie de detalles que hacen que se pierda por completo el sentido de la generalización. En esos casos, tendríamos a un narrador que cuestiona y trasciende la tarea del historiador que generaliza y prescinde de lo particular al servicio de la ciencia, y así se transfigura en artista que se interesa

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