Alamas muertas. Nikolai Gogol
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A la hora de hablar de Rusia en Almas muertas, hay que diferenciar muy claramente la exposición que lleva a cabo Gogol en la «primera parte» y en los restos de la «segunda». A primera vista, pueden encontrarse argumentos coincidentes: Rusia es una tierra enorme que parece no tener límites y esa falta de límites del conjunto condiciona a las partes, que también carecen de ellos; el pueblo ruso, pese a sus virtudes aún muestra notables defectos; en el campesinado ruso está la gran esperanza de la patria, sobre todo porque en él están las esencias de la nación; esas esencias se concentran en la lengua rusa, que se abre paso a duras penas en el mundo literario por culpa del snobismo de las clases altas que emplean sobre todo el francés, símbolo del mal gusto y de los elementos venidos de fuera y contrarios al alma rusa (véase p. 399).
Sin embargo, los matices de grado entre una parte y la otra hacen que de facto argumentos semejantes parezcan completamente diferentes.
En la «primera parte», prevalecen los defectos, algunos de los cuales se consideran «genuinamente rusos». Entre ellos, el clasismo y la adulación a los superiores, la falta de reflexión a la hora de actuar o el entregarse a todo tipo de vicios, la bebida, el juego, la vagancia o el derroche. En la «segunda parte», se vuelve a incidir en la idea de la vagancia y en la del derroche, encarnadas en personajes como Tientietnikov (vago) o Jlobuyev (manirroto), pero se insiste en que en el ruso, los defectos suelen estar mezclados con grandes virtudes (como puede verse en el general Bietrisiev) y también se señala, hasta la saciedad, que el ruso necesita que lo animen, que le griten «¡adelante!», que lo hagan creer en sí mismo.
El autor defiende en la «primera parte» que señalar los defectos de la patria es una forma de patriotismo; la denuncia literaria llevará a un examen de conciencia que les permitirá a los rusos replantearse su comportamiento como pueblo (véase p. 327). Frente a esos vicios, el narrador le propone al lector estar atento para captar una imagen nueva del pueblo ruso, desconocida hasta entonces. En la «segunda parte», sin embargo, se deja de lado el examen de conciencia y se invoca ya la necesidad de un Mesías literario ruso que por su sola palabra redimirá a los espíritus rusos sedientos de estímulo (véase p. 351). Las múltiples voces en las que se encarna el autor transfiguran la literatura en pura arenga patriótica, que tendrá su punto culminante en el discurso del príncipe al concluir «Uno de los últimos capítulos». Naturalmente, como decía Walter Benjamin, el Mesías «no viene sólo como redentor sino como vencedor del Anticristo» (1992, p. 144). Así, donde en la «primera parte» resultaba bastante borrosa la posición del autor respecto de los enfrentamientos entre occidentalistas y eslavófilos (de hecho, Almas muertas se publicó gracias a la intervención del hiperoccidentalista Bielinskii), las nuevas coordenadas gogolianas le hacen posicionarse con claridad del lado del conservadurismo más radicalmente eslavófilo, lo que se traducirá no sólo en una burla descarnada de la postura occidentalista sino que derivará en un ataque histérico contra la ilustración y la cultura y desembocará en la más pura xenofobia, como se puede percibir en el escarnecimiento de las dementes utopías ilustradas del esperpéntico Koskariov (más aún, en las glosas que hace Kostansoglo de las mismas), en las teorías de Vasilii Platonov sobre cómo sólo se puede ser ruso en sipun y cómo la levita alemana pervierte al ruso; en la visión de Jlobuyev de la universidad como una escuela de corrupción y no de aprendizaje práctico, etc. Hasta el peor de los rusos tiene un sentido de la justicia (¡no como el judío!, véase p. 453), es decir, hasta en ése habita algo bueno... sin embargo, las tentaciones y la corrupción le vienen de fuera, de Alemania y de Francia (véase p. 516).
El autor de la «segunda parte», que se identifica por completo con su «santo» país, llega a proponer a Rusia (por no proponerse a sí mismo) como medicina del espíritu; así, Chichikov le propone a Platon Platonov viajar por la Santa Rusia como remedio contra el hastío y la melancolía.
Tal vez las altas expectativas patrióticas que Gogol proyectó en la continuación de su obra le llevaran a sentir al final de su vida que su «gran obra sobre Rusia» se iba a quedar, como la de Tientietnikov, en un fragmento inconcluso. Poco podría haberse imaginado que, en perspectiva, la llamada «primera parte» de Almas muertas, precisamente en razón de su carácter inconcluso, iba a marcar en buena medida el comienzo de la «gran canción» que sería la novelística rusa de los siglos XIX y XX.
GOGOL, TEÓRICO DE LA HISTORIA
La lectura de Almas muertas suscita en el lector una inmediata asociación entre la tarea de Chichikov y la tarea del historiador. Chichikov busca almas muertas, restos textuales de existencias pasadas, que cobrarán un valor nuevo desde el momento en que se viertan sobre el papel. De igual modo, el historiador centrará su labor en la recuperación de una existencia pasada, de un mundo y unas gentes ya muertas para hacerlas vivir en el papel bajo las formas de su propia imaginación.
En este sentido, en el capítulo 5, con la visita al terrateniente Sobakievich la «cuestión de la historia» pasa a primer plano. Desde las paredes del salón de Sobakievich les observan cuadros a tamaño natural en los que aparecen personajes históricos, héroes de la Guerra de Independencia griega, cuya mera visión daba miedo: «un temblor recorría el cuerpo”» (p. 183). Sobakievich, que, como dice Morson, parece respetar únicamente a los muertos (véase Morson, p. 213)[30], pues denigra a las autoridades de la ciudad mientras elogia a sus campesinos muertos, es a la vez que un adorador del pasado glorioso, un personaje que destaca por su desarrollado sentido de la memoria. Es más, parecería que su mordaz crítica del presente vendría estimulada por su ferviente adoración del pasado. Con ello, implícitamente, Gogol estaría posicionándose frente a una cierta corriente del Romanticismo obsesionada por el pasado. Sin embargo, las grietas en el personaje aparecen desde la propia descripción de los cuadros del salón, cuando «no se sabe de qué modo ni con qué objeto» aparece entre ellos uno en el que se representa a Bagration, general ruso herido en Borodino. ¿Por qué entra Bagration en medio de los héroes griegos? ¿Está recurriendo otra vez al detalle ilógico (véase Mann, pp. 485-487) que desenmascara el supuesto orden del mundo, la supuesta racionalidad del cosmos? ¿Está, tal vez, Gogol aludiendo a la arbitrariedad de las asociaciones historicistas y a la endeblez de la proyección de unos relatos históricos en otros? ¿O se trata quizá, como he dicho antes, de que en realidad Bagration es el espejo en el que el Sobakievich-historiador se proyecta [como un intruso] junto a los héroes griegos? Todas las opciones resultan plausibles e incluso complementarias. En todo caso, Chichikov acude a Sobakievich, igual que al resto de los terratenientes, con el único propósito de «sacar partido» de sus pesquisas históricas. Aunque oculto hasta el último capítulo para el lector, éste ha de presuponer que los desvelos del héroe por conseguir las almas muertas se deben a algún oscuro fin económico que, aún a esas alturas de la obra no se acierta a vislumbrar. De igual modo, el fin auténtico (íntimo) de la búsqueda del historiador es la parte menos visible de su trabajo. Ello se ve acentuado por el hecho de que la búsqueda de almas muertas le resulta al lector tan inexplicable como a los propios terratenientes con los que se entrevista (véase Morson, pp. 215-216). Ahora bien, en este sentido, el punto culminante de la obra viene cuando los interrogantes que se plantea el lector son puestos en boca de uno de los personajes: Nosdriov. En el capítulo 8, el Chichikov-historiador tendrá un encuentro fatal con el que lo dejará por completo en evidencia. «—Tú, hermano, tú, tú... no me separaré de ti hasta que no sepa para qué has comprado almas muertas» (p. 256).
Nosdriov ha sido quizás un personaje no demasiado tratado por la crítica; en cambio, como ya he señalado, contiene en sí una verdadera amalgama de papeles; es (una vez más) el autor, aunque también el lector... tal vez corrupto como él pero que no aguanta la falta de explicación de la empresa de Chichikov; a su vez, es el teórico de la historia... aquel que le plantea al historiador las cuestiones teóricas decisivas,