Canon sin fronteras. Группа авторов

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Canon sin fronteras - Группа авторов Colección GenPop

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Estas cualidades de Gudú quedan acentuadas por el contraste con Predilecto, quien también participa en la campaña bélica pero es capaz de captar el horror de la batalla (“la victoria de Gudú sobre Usurpino apareció ante sus ojos, entre ensangrentados restos y cuerpos mutilados, entre los muertos y la sangre” [Matute, 1996: 316]) y restituir la humanidad al enemigo abatido; así, por ejemplo, ante la contemplación de los cadáveres mutilados de Tuso y su hermano, Predilecto ve más allá del antagonismo para reconstruir las circunstancias íntimas de los caídos ante la impavidez de Gudú:

      vio únicamente a dos ancianos, y súbitamente un gran dolor le anegó. Sólo veía, allí, la muerte de dos hermanos que en el último momento se habían asido el uno al otro: las manos del más joven estaban aferradas a las ropas sanguinolentas del más viejo, y la mano del más viejo —aquella mano que había deseado tanto tiempo gobernar caía lacia, casi dulcemente apoyada en la frente del más joven.

      —Míralos, Señor —dijo con voz ronca y estremecida—. Eran hermanos, y se amaban.

      Pero Gudú no le escuchó. (Matute, 1996: 316)

      El contraste entre Gudú y Predilecto en esta campaña sirve también para poner el acento en el papel del heroísmo como pieza mitificadora de la guerra y la violencia y desvelar la asociación de estos valores con una masculinidad hegemónica, como se aprecia en esta reflexión de Predilecto:

      Aunque íntimamente se había dicho en más de una ocasión que la muerte y la sangre le desagradaban, que la crueldad le repelía, había sido educado de forma que tales sentimientos debían mantenerse ocultos, como síntomas de debilidad. Íntimamente no se avergonzaba de ellos, pero jamás hubiera osado manifestarlos en público. Él había crecido creyendo —o desatendiendo examinar profundamente esta aceptación, más que creencia— que la guerra, tan asidua y pertinazmente cultivada por su padre, era noble en sí misma, y no exenta de heroísmo y gestos generosos. Por todo lo cual, la desapasionada reflexión de Gudú le sumió aún más en el cada vez mayor número de confusiones que, día a día, se iban adueñando de su persona. —¿Por qué entonces, si no la consideráis noble, parecéis gozar de ella, y hasta practicarla o provocarla? (Matute, 1996: 314)

      La capacidad del texto para mostrar y corroer el horror de la guerra acaba por disolver también otro de los pivotes del mito heroico: la trascendencia en el tiempo a través de la consecución de la gloria, auténtico motor de Gudú, como puede apreciarse en las escenas en las que el texto explora sus motivaciones más íntimas:

      Y no era extraño que, en la noche, apagadas casi la totalidad de las hogueras —excepto las que mantenía la Guardia—, Gudú abandonara la tienda y se acercara a la linde de las estepas. Contemplaba allí, al resplandor de la luna, cómo ante su mirada se extendía el extenso y desconocido mundo que tan ardientemente deseaba conquistar y desentrañar. “No me detendré jamás, mientras me quede vida —se decía, contemplando aquella vasta tierra despoblada y espantosamente solitaria—, hasta que ni un palmo de tierra quede oculta a mis ojos y hollada por mi pie. No puedo soportar la sensación de ignorancia. Destriparé el mundo y contemplaré sus despojos; y lo que de él me plazca, o sirva, lo guardaré; y lo que considere superfluo, o dañino, lo destruiré. Y mis hijos continuarán mi labor, y mi Reino no tendrá fin por los siglos de los siglos: pues el mundo, de generación en generación, sabrá del Rey Gudú, de su poder y su gloria, de su inteligencia y su valor, y mi nombre se prolongará de boca en boca y de memoria en memoria, y reinaré (más que mi padre) después de muerto.” Esta ambición le inspiraba una codicia infinitamente mayor a todos los tesoros de la tierra. (Matute, 1996: 418-419)

      Hay varios aspectos que afloran en este pasaje y que merece la pena comentar. En primer lugar, el ansia de la estirpe de Olar por conquistar el espacio salvaje de la estepa muestra con toda claridad la relación entre colonización y dominio patriarcal: la Estepa, espacio de lo salvaje, de la alteridad peligrosa, es vista en clave feminizada, esto es, como espacio que sólo puede adquirir valor a través de la acción conquistadora y civilizadora del hombre. Este paralelismo queda reforzado por la propia trama, de modo que el deseo de posesión de la Estepa se concreta en el deseo de posesión de Urdska, Reina de la Estepa, a quien Gudú acabará desposando. En segundo lugar, la idea de gloria y de trascendencia en el tiempo es también concebida como un vínculo de padre a hijos, un vínculo, pues, entre varones. Esta idea resulta tanto más extrema si consideramos la deserción de Gudú respecto a sus funciones paternales y su construcción de una paternidad simbólica en torno a la Corte Negra y los Cachorros, los jóvenes soldados que allí se educan; una paternidad que se hace patente cuando la decadencia del Reino es plena y Gudú rechaza tomar nueva esposa para garantizar la descendencia asegurando que “además, de entre los nuevos Cachorros, y no necesariamente de mi sangre, saldrá el nuevo Rey de Olar” (Matute, 1996: 861).

      En suma, la quest individual, la conquista y el conflicto que articulan el carácter heroico son llevados al extremo en la caracterización de Gudú, lo que deja ver las fisuras y contradicciones de ese ideal. Y este ejercicio es llevado aún más allá cuando, siguiendo esa lógica no lineal, la dinámica de progreso y superación queda colapsada; de ese modo, si el belicoso rey Gudú se dice a sí mismo todas las noches que la conquista del territorio ignoto de la estepa hará que “su nombre y su reino se extiendan a través de la tierra y del agua, a través de los siglos y los hombres” (Matute, 1996: 512), la culminación de la conquista le lleva a otro punto:

      Es extraño —se dijo, mientras avanzaba entre los escombros, bajo un cielo inmenso que parecía observarle con unos inmensos ojos—, es extraño que la realización de un deseo provoque un vacío tan grande…Y era verdad: en vez de la euforia que se reflejaba en sus hombres, un vacío creciente se abría ante él. (1996: 674)

      Las empresas guerreras que se supone han de coronar a Gudú como culminación de su linaje acaban, pues, conduciendo al héroe a un hastío que acaba anegando, literalmente, al propio reino.

      Esta erosión del ideal heroico no sólo funciona en la caracterización de Gudú y sus predecesores, sino que también se desarrolla en las consideraciones sobre los efectos de ese comportamiento en la colectividad, como en la llamada de atención sobre la imposible vida en comunidad en Olar:

      En tierras del Conde Olar, la paz llegó a ser un relato antiguo, una vieja leyenda transmitida por los ancianos. El mundo, para ellos, era un estremecido y furioso nido de alimañas, de entre las cuales debían salir como fuera, aun desgarrados, pero con vida suficiente para sembrar también la muerte que, como muralla protectora, les defendiera del exterior. Todo hombre lindante llegó a ser, más tarde o más temprano, un enemigo. (1996: 24)

      O en la ácida y rigurosa crítica del progreso, que se desvela como una consecuencia de la guerra, de modo que la riqueza y prosperidad de unos queda edificada a costa del padecimiento y el expolio de otros y esa relación de explotación queda enterrada bajo la narrativa de grandeza y exaltación del reino y el monarca.

      En rigor, el reinado de Volodioso fue una sucesión de guerras cruentas y gloriosos triunfos. Sometió y expolió de tal modo a nobles, señores y vasallos, que éstos apenas osaban mover los párpados en su presencia. Creó un ejército fuerte y poderoso, y su leyenda creció junto a su poder. Al fin de sus días es posible que dominara más por su prestigio que por su verdadero valor: pero, en puridad, lo uno no hubiera llegado sin lo otro. Amargó la vida a muchos, satisfizo a unos pocos, engrandeció a algunos. Construyó bastante y destruyó a mansalva. En general, fue más temido que amado, mas no debió existir otro mejor ni más fuerte que él, puesto que nadie le arrojó del trono ni le despojó de su Reino.

      Bajo su mando nacieron ciudades, pueblos, villas, monasterios, abadías e iglesias. Roturó parte de los bosques y la selva, y ensanchó la zona Norte con tierras de cultivo. Permitió y protegió caravanas de mercaderes hacia el Sur, que importaron tejidos y especies, y trajeron el papel a Olar. En las calles de las ciudades y villas abriéronse

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