Un pirata contra el capital. Steven Johnson
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La travesía desde Surat había despojado a Hawkins de casi todas sus pertenencias y en ella a punto estuvo de perder la vida varias veces. De la noche a la mañana, merced al Gran Mogol, se vio llevado en volandas a una vida llena de lujos. Jahangir declaró que Hawkins debía ejercer como “embajador residente” en Agra. Según el historiador William Foster, “fue nombrado capitán de una compañía de cuatrocientos caballos, se le asignó una prestación cuantiosa, desposó a una doncella armenia y ocupó un lugar entre los grandes de la corte”. Hawkins se deshizo de su raído atuendo de tafetán y empezó a vestir “de la guisa de un noble mahometano”.
Durante su estancia en Agra, Hawkins hizo importantes aportaciones al venerable género de la literatura “orientalista” y contribuyó a que los europeos se maravillaran ante la opulencia de las élites indias. Toda la segunda mitad del diario que Hawkins escribió en la India es un minucioso inventario del extravagante estilo de vida del Gran Mogol: “Su tesoro es como sigue”, anuncia Hawkins para proceder luego a enumerar sus “monedas de oro”, las “gemas de toda clase”, las “piedras preciosas engarzadas en oro”, las “bestias de toda condición”, hasta el mobiliario incrustado de joyas de palacio:
Hay cinco tronos de Estado, de los cuales tres son en plata y dos en oro; y hay otros tipos de asientos, cien en total de plata y de oro; suman en total ciento cinco. […] Hay doscientas ricas copas de vidrio. Hay cien jarras de vino, muy hermosas y ricamente decoradas con joyas. Hay quinientas copas de beber, de las cuales cincuenta son muy ricas, a saber, están hechas de una pieza en rubí de Balay, y también en esmeralda, en piedra eshim, en piedra turca [turquesa] y en otros tipos de piedras. Hay asimismo un número infinito, que solo el guardián conoce con precisión, de perlas, de collares con gemas de todo tipo engastadas, de anillos con ricos brillantes, rubíes y también rubíes de Balay, con viejas esmeraldas.34
La fascinación de Hawkins por las riquezas sin parangón del tesoro mogol nos recuerda la importancia del marco conceptual que modeló los encuentros entre Europa y la India en este periodo: muchos europeos dan por hecho que la India era la más rica de esas dos culturas. Midiendo puramente la producción de bienes de lujo, no había punto de comparación. Los economistas, no obstante, creen hoy que el PIB per cápita de la India del siglo xvii era cercano al de la Europa coetánea, pero en aquella la riqueza estaba mucho más concentrada en manos de las élites. Puesto que principalmente se conocían los palacios, jardines y el resto de los espacios de la clase alta, pensados para hacer ostentación, la India parecía a los europeos más avanzada, rica y civilizada que su continente de origen.
En su descripción del atuendo del Gran Mogol Jahangir, Hawkins apunta un posible origen de sus vastas riquezas:
Hace gala de una riqueza desmesurada de diamantes y otras piedras preciosas, y de diario suele lucir un bello diamante muy valioso. […] Viste además una cadena perlas, de gran belleza y esplendor, y otra cadena de esmeraldas y rubíes de Balay. Prende en su turbante gran número de hermosos rubíes y brillantes. No ha de extrañar al visitante tales riquezas de joyas, oro y plata, pues las acumularon él y sus antecesores, que conquistaron muchos reinos y durante mucho tiempo reunieron riquezas, todas las cuales llegaron a las manos del rey. De nuevo, todo el dinero y gemas que sus nobles atesoran van a parar a sus manos cuando estos desaparecen. El Gran Mogol entrega a las viudas e hijos de los nobles la cantidad que le place y así se acostumbra con todos aquellos que reciben paga y sustento del rey. La India es rica en plata, pues todas las naciones traen su moneda y compran con ella mercancías, y esta moneda es enterrada en el país y no vuelve a salir.35
“Esta moneda es enterrada en el país y no vuelve a salir”. Esta línea podría servir de eslogan para el programa económico de la India en aquel momento. Desde la época romana, la India mostró poco interés en los productos que los europeos ofrecían a cambio de especias, tejidos y demás bienes que tan valorados eran por los consumidores occidentales. Si los europeos querían pimienta en sus mesas o vestirse de calicó tenían que pagar en plata. Sin embargo, en lugar de ponerse a trabajar esa riqueza, la mayoría se quedó en la ostentación que había embebido a Hawkins y sus contemporáneos. “La India llevaba tiempo siendo considerada ‘un abismo de oro y plata’ –escribe el historiador John Keay–, que se hacía con lingotes de plata provenientes de todo el mundo pero que luego anuló su potencial económico fundiendo el metal precioso y dedicándolo a fabricar pulseras, brocados y otros artículos de lujo”.36 El oro llegaba a la India en forma de moneda, pero terminaba convertido en adornos, como si uno ganara la lotería y forrase su casa con billetes. En cualquier caso, en los albores del siglo xvii, no podía negarse el éxito del modelo económico impulsado por los mogoles. Si el objetivo era reunir una gigantesca fortuna, el camino emprendido por los Grandes Mogoles –y, dicho sea de paso, por el rey Jaime y el resto de monarcas europeos– parecía ser el más viable.
Sin embargo, William Hawkins no era solo el emisario del rey Jaime. También fue una especie de heraldo del futuro. Estaba en la India representando tanto a un Estado nación como a una empresa privada: la Compañía de las Indias Orientales.
Esto es lo que, en última instancia y en perspectiva, confiere especial importancia a aquel encuentro entre Hawkins y Jahangir: fue el primer contacto entre dos estrategias muy distintas de acumulación de riquezas. La primera era un viejo truco, casi tanto como la agricultura: declararse emperador, rey o mogol y extraer las rentas de todas las personas sometidas en forma de gravámenes y aranceles. Este enfoque tenía un largo historial de éxitos: el “número infinito” de joyas y gemas que poseía Jahangir marcaba el tope de los retornos de tal estrategia, que en ese momento histórico no era raro alcanzar. Si uno quería unirse al club de los multimillonarios en el siglo xvii, la vía más rápida era aquella etiqueta, enteramente ficticia, de la “sangre real”. Pero eso estaba a punto de cambiar. En unos pocos siglos, las monarquías se convertirían en pensionistas de clase alta y vivirían de las aún cuantiosas pero siempre decrecientes ayudas públicas. El dinero de verdad había que hacerlo de otra manera.
La mayor parte llegaría a través de sociedades, gracias a sus acciones y sus accionistas. Las familias reales apenas asoman en las listas de Forbes 100 últimamente. Hoy los escalafones superiores están ocupados casi totalmente por personas que han participado en ofertas públicas o semipúblicas de acciones empresariales, ya sea como fundadores (Bill Gates, Jeff Bezos) o como inversores (Warren Buffett). Como representante de la Compañía de las Indias Orientales y también emisario del rey Jaime, Hawkins estaba sirviendo a dos señores distintos. Había jurado lealtad a un rey británico que, en lo referido al menos al modelo económico feudal que lo sostenía, mantenía significativas similitudes con Jahangir. Hawkins, no obstante, representaba también a la Compañía de las Indias Orientales, que fue según la mayoría de expertos la primera empresa por acciones de la historia.
La reina Isabel I había otorgado mediante carta real el privilegio de crear “una corporación” que oficialmente se denominaría “Gobernador y Compañía de Comerciantes de Londres para Comerciar con las Indias Orientales” el 31 de diciembre de 1600. Las acciones, emitidas públicamente, daban a los inversores intereses en las empresas puestas en marcha allende los mares y fueron ofrecidas a las élites ricas de la sociedad británica: “condes y duques, miembros del Consejo Privado, jueces y caballeros, condesas y damas de rango, damas viudas o doncellas, clérigos y comerciantes tanto nacionales como extranjeros”.37 Antes de la Compañía de las Indias Orientales, si uno quería echar el guante al valor emergente de las redes comerciales globales tenía que embarcarse con Francis Drake o alguno de sus contemporáneos (o ser miembro de la familia real). Las acciones ofrecían,