Un pirata contra el capital. Steven Johnson
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Todo lo anterior nos llevaría a pensar que el joven Henry Every tuvo quizá dos modelos de pirata que cotejar cuando zarpó de Plymouth a bordo de un navío de la Marina Real británica. Por un lado, los mortíferos piratas berberiscos, que no conocían la decencia humana y eran enemigos de toda la humanidad; por el otro, la figura deslumbrante de Drake y otros corsarios de éxito: hombres estimados que habían vivido con gran riesgo y habían corrido aventuras que les habían procurado grandes fortunas. Ser pirata significaba, al mismo tiempo, granjearse el desprecio y enfilar un camino emocionante hacia el respeto, e incluso hacia las armas de caballero. Ambos polos coexistieron durante al menos un siglo sin crear demasiadas disonancias cognitivas por una razón: los piratas de Berbería eran (en su mayoría) norteafricanos y atacaban a familias inglesas inocentes, mientras que Drake y sus colegas asaltaban las colonias españolas del Nuevo Mundo. Que lo primero pareciera una monstruosidad y lo segundo algo merecedor de una orden de caballería tenía que ver con el mero hecho de ir con el equipo de casa y barrer para adentro.
Henry Every no tenía manera de saberlo en esos primeros años de su carrera naval, pero sus acciones terminarían haciendo que esas dos formas de piratería colisionaran entre sí, obligando a los británicos a barajar la posibilidad de que uno de sus celebrados bucaneros fuera un monstruo después de todo.
* N. de la E.: La identidad del capitán Charles Johnson es desconocida, aunque algunos creen, a partir de la teoría de su alumno John Robert Moore, que se trata de un seudónimo de Daniel Defoe, lo que ha llevado a publicar en ocasiones esta obra bajo su autoría.
27 Van Broeck, 1980, pp. 3-4.
28 Konstam, 2008, pp. 553-558.
29 Johnson, 1999, p. 2.
30 Burgess, 2009, pp. 21-22.
31 Ibíd., pp. 27-28.
v
Dos tipos de tesoro
surat
24 de agosto de 1608
El galeón mercante Héctor había echado el ancla en la desembocadura del río Tapti, en la costa occidental de la India, a finales de agosto de 1608. Llevaba más de un año navegando. Había zarpado desde Londres y, tras largas escalas de aprovisionamiento en Sierra Leona y Madagascar, había bordeado el Cuerno de África. Para los indios que vivían a las orillas del río, la presencia de un navío mercante europeo en la boca del Tapti no era nada nuevo, pues a apenas catorce millas curso arriba se encontraba la ciudad portuaria de Surat, epicentro del comercio proveniente del mar Rojo. Sin embargo, un observador atento habría notado algo inusual en el Héctor. En una época en la que los portugueses ostentaban el monopolio del comercio occidental con la India –tradición iniciada con el famoso viaje de Vasco da Gama de 1499–, la llegada del Héctor marcó un punto de inflexión importante en las relaciones entre la India y Europa. Era el primer barco británico en arribar a las costas del subcontinente indio.
A bordo viajaba un representante de la Compañía de las Indias Orientales llamado William Hawkins, quien había sido despachado por esta para investigar la posibilidad de abrir nuevas vías comerciales con la India. La atenuación general de las tensiones tras la firma del Tratado de Londres de 1604, que ponía fin a la Guerra anglo-española, llevó a creer a los gobernadores de la compañía que los portugueses tolerarían la presencia de otros comerciantes en los puertos indios bajo su control. Los recientes problemas sufridos en las islas de las Especias empujaron a los dirigentes británicos a buscar nuevos mercados. Hawkins llevaba consigo una carta del rey Jaime dirigida al Gran Mogol Jahangir, solicitando al sultán que concediera “libertad de tráfico y privilegios razonables que garanticen la seguridad y el beneficio económico”.32
En Surat, a Hawkins se le informó inicialmente de que el gobernador local “no se encontraba bien” y no podría recibirlo. (En su diario, Hawkins dice sospechar que la causa de su indisposición no era otra que el opio, y no un problema de salud). En su lugar, fue recibido por el shahbander, el capitán marítimo de ese puerto: “Le hice saber que nuestra intención era establecer una factoría en Surat –dejó escrito Hawkins en su diario– y que tenía una misiva para su rey de Su Majestad el rey de Inglaterra en el que se da cuenta de este mismo propósito, y también Su Majestad expresa su deseo de aliarse y entablar relaciones de amistad con su rey, de manera que sus respectivos súbditos puedan libremente ir y venir, comprar y vender, como es costumbre de todas las naciones, y que mi navío viene cargado con mercancías de nuestras tierras que, a tenor de lo transmitido por viajeros que ya han visitado estas partes, se pueden vender allí”.33
En un primer momento pareció que este acercamiento de Hawkins sería recibido favorablemente. La mañana posterior a su encuentro con el capitán del puerto, el inglés supo que el gobernador ya se encontraba recuperado y podría recibirlo. Vestido con un historiado atuendo de tafetán escarlata bordado de plata, diseñado especialmente en Londres para dar enjundia diplomática a la visita, Hawkins entregó al gobernador diversos presentes y recalcó el deseo de entablar relaciones comerciales con el sultanato de Jahangir. “Me atendió con gran gravedad y mostrando abierta gentileza –escribe Hawkins–, dándome una cordial bienvenida y asegurándome que aquel país estaba a su disposición”. La bienvenida, no obstante, fue efímera. Un oficial de la aduana llamado Muqarrab Jan confiscó parte de las “mercancías vendibles” que Hawkins había esperado vender a los mercaderes de Surat; el resto cayó en manos de los portugueses, que también aprehendieron a la mayor parte de la tripulación del Héctor, declarando que “los mares indios pertenecían en exclusiva a Portugal”. Esquivando varios complots para asesinarlo, Hawkins pudo escapar con dos hombres y emprendió una larga marcha a pie hasta la capital de Agra, con la esperanza de que el Gran Mogol en persona se mostrase más receptivo ante la propuesta de “amistad” del rey Jaime y los comerciantes de la Compañía de las Indias Orientales británica.
La pertinacia de Hawkins terminó dando sus frutos. En Agra encontró una opulenta ciudad de espectacular grandiosidad arquitectónica, con fuertes y palacios construidos con la característica piedra caliza roja de la región. (Las cúpulas de mármol marfileño de la estructura más famosa de la ciudad, el Taj Mahal, no se levantarían hasta tres décadas más tarde). Flanqueaban el río Yamuna lujuriantes jardines tropicales, repletos de estanques octogonales, pabellones y mausoleos. Al final de un viaje que trajo consigo “no pocas penalidades, tráfagos y peligros”, Agra les debió de parecer un lugar salido de un sueño.
La recepción de Hawkins ante la corte de Jahangir se