Misteriosa Argentina. Mario Markic
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Su muerte tuvo algo de romántico, porque, después de perder una batalla contra las huestes santafesinas y mientras estaba huyendo a todo galope, se enteró de que sus opositores habían capturado a su compañera, la Delfina, que además era coronela de sus ejércitos.
Entonces, sin hesitar, volvió sobre sus pasos y presentó nuevamente batalla. Una batalla desesperada, solo fundamentada en el amor: una bala asesina terminó en su cabeza, que Estanislao López mostró como macabro trofeo dentro de una jaula durante un par de semanas, en Santa Fe.
Pero para que no se crea que todo se reduce a sables y fusiles, referiré también otros atractivos del Camino Real en el norte cordobés, zona que tiene un encanto especial y es un lugar soñado por aquellos que buscan una tranquilidad mayor y contacto directo con la naturaleza y las tradiciones: las construcciones clásicas están enmarcadas por paisajes de bosques autóctonos, espejos de agua cristalina, salinas, ríos, sierras de palmas y cerros rocosos.
Las estancias, construcciones antiguas de gran valor histórico y arquitectónico, han sido transformadas en hoteles rurales y atesoran cuentos y leyendas de los tiempos fundacionales del país, y las siempre presentes pugnas políticas, cuando no abiertas guerras civiles.
Villa del Totoral tiene un enorme portal y calles amplias y arboladas, pero las que se destacan son sus casonas señoriales. Allí, a unos setenta y siete kilómetros de Córdoba, tuvieron su residencia el pintor y poeta Octavio Pinto y el profesor Deodoro Roca, protagonista principal de la Reforma Universitaria de 1918. También, fue uno de los lugares de descanso de la familia Guevara Lynch, incluido un joven Ernesto, antes de ser el Che y de que le creciera su profusa barba. Digamos, ya que el rincón tiene sobrada historia, que fue lugar de residencia también y nada menos que del fundador de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera.
No lejos de la casa de Octavio Pinto, estaba la residencia de verano del doctor Rodolfo Aráoz Alfaro, el padre de la pediatría en la Argentina. A su muerte la heredó su hijo Rodolfo, presidente del Partido Comunista, que dio albergue en la casona al reconocido escritor español Rafael Alberti, exiliado de la Guerra Civil Española. El premio Nobel de literatura, el chileno Pablo Neruda −perseguido por su militancia comunista en Chile−, también vivió allí entre 1955 y 1957.
Con esa ocurrencia típica de los cordobeses, a la casona se la conocía como “El Kremlin”. Como verdadera contraparte –nos pinta aquella Córdoba que era, a la vez, conservadora pero movilizada−, justo enfrente, cruzando la calle, pasaba sus vacaciones una familia muy tradicional de la provincia, hombres de comunión diaria y nacionalistas de derecha, por lo que en la villa se la definía como “El Vaticano”.
Por esos tiempos, allá por 1940, alguien en el pueblo le contó al poeta Rafael Alberti que, como testimonio de la admiración que le tenían, pensaban levantarle una estatua. “Entonces planten un árbol”, les contestó. Y plantaron una encina.
Dos años antes de su muerte, y acaso presintiéndola, el poeta español quiso volver a ese pueblito de Córdoba, y encontró la encina que habían plantado en su nombre. Se despidió jubiloso del Totoral: crecía fuerte y sana, en el medio de la plaza.
En la calle Moyano se agrupan las grandes casonas del siglo xix que aún hoy son utilizadas como casas de veraneo por familias tradicionales. Las guías turísticas pueden mostrar al visitante más de veinticinco casonas que guardan estilos similares. Por lo general, se accede a ellas a través de un zaguán o pasillo largo que da a un gran patio adornado con flores y plantas y alrededor del cual se encuentran todas las habitaciones.
La posta de San Pedro Viejo data de 1602; está en manos privadas y abierta al turismo. Los propietarios la restauraron consultando antiguos planos. Tiene cuatro hectáreas, un lago artificial, una capilla del siglo xviii y la fachada de lo que fue la posta. Pero hoy es un hotel de campo temático: todas las habitaciones llevan el nombre de personajes que tienen que ver con la formación de la patria.
Juan Galo de Lavalle, “la espada sin cabeza”, y Gregorio Aráoz de Lamadrid, el hombre al que dieron por muerto dos veces en el campo de batalla, dos de los guerreros más notables de la Independencia, se jugaron la vida del lado unitario y estuvieron refugiados en la posta de San Pedro Viejo antes de algunas de sus memorables batallas.
Un detalle no menor es la tropilla de caballos de paso peruano o marchadores peruanos. Dicen que eran los caballos que usaban los reyes y virreyes porque su andar es muy señorial. Es así, lo pude comprobar: cuando marchan parecen ir despatarrados, moviendo exageradamente las patas, pero uno va sobre ellos decididamente más cómodo, lo cual ayuda a comprender el viejo dicho de estar o sentirse “a cuerpo de rey”.
Si echamos la vista atrás reflexionando sobre todas las reliquias visitadas, por lo que hace mucho tiempo era solo un sendero polvoriento transitaron los conquistadores, los misioneros, los criollos con los ejércitos patriotas, y tanto los comerciantes con sus carretas llenas de productos –muchos, “importados”− como también los humildes arrieros o troperos.
Y es el mismo camino que más tarde fue transitado por los famosos chasquis, llevando el correo. Con la llegada del ferrocarril y las rutas modernas, el antiguo Camino Real fue quedando en el olvido.
Ahora se mira con otros ojos. Con emoción. Con respeto. Con los ojos del alma.
3
La correntinidad
Pocas provincias pueden mostrar rasgos y matices tan intensos y personales: desde el mito del Pombero hasta el culto al coraje, pasando por el chamamé, el idioma guaraní, los carnavales y el paraíso animal de los esteros del Iberá.
Conservadores, religiosos, musiqueros, supersticiosos y con una fuerte vocación por exaltar el culto al coraje. Y como arrastran cierto espíritu guerrero ancestral y de rebeldía frente a los poderes constituidos, los correntinos repetidas veces han andado a contramano de las tendencias políticas del país. Por eso cada generación repite eso de que “si la Argentina entra en guerra, Corrientes la va a ayudar”, como si ellos fueran un país aparte.
En un rapto de humor, el gobierno decidió entregar un pasaporte a los que ingresen a la provincia, como para reafirmar esa idea de que uno es visitante bienvenido en la República de Corrientes. En efecto, algo hay: después de muchos viajes y exploraciones, he descubierto que la “correntinidad” tiene, en cierto sentido, una idiosincrasia que la acerca más al Paraguay que a la Argentina.
En esto cuenta un pasado común −con una guerra incluida, que dejó gran división interna y años de silencio culposo−; el chamamé, con claras influencias de la guarania y la polca paraguaya; la alimentación, en la que el chipá, bollo de mandioca y queso, es tan popular y necesario como en Asunción, y, desde ya, el idioma guaraní, que ha salido del ostracismo rural al que había sido confinado y ahora ha comenzado a enseñarse en las escuelas.
En la provincia hay una muy fuerte réplica del carnaval carioca, como influencia directa de sus vecinos brasileños. Por otro lado, Corrientes, vista en general, se caracteriza por una fuerte personalidad, sobre todo si repasamos su a veces violenta historia política, panteón en el que conviven caudillos, conservadores de toda laya, y hasta un indio intruso cuando despuntaba el siglo xix. Atesora, además, episodios francamente llamativos: por ejemplo, fue la primera provincia en alzarse contra Rosas y la única donde no ganó Perón en 1946.
Es preciso tener en cuenta que, cuando los jesuitas fueron expulsados de América y, en todas las reducciones de Misiones, el sur del Brasil y el Paraguay,