Corazón de nieve - Una noche en el desierto. Cathy Williams
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La miró fijamente antes de musitar el obligado:
–Es muy bonito…
No había esperado algo así. En absoluto era espigada, pero tampoco tenía el sobrepeso que había sugerido el vestido. De hecho, había una clara indicación de curvas y tenía unos pechos abundantes, apenas contenidos por la elástica tela de color lila. Mostraba la tonalidad dorada de alguien criado en climas más generosos, y sus hombros, desnudos por el vestido sin mangas, eran redondeados pero firmes. Por primera vez desde que tenía uso de memoria, fue incómodamente consciente de buscar algo más que decir, y evitó el dilema abriendo la puerta y haciéndose a un lado para dejarla pasar.
–Gracias –dijo Cristina con sinceridad, y siguiendo un impulso, se puso de puntillas y le dio un beso inocente en la mejilla.
De repente fue como si hubiera entrado en contacto con una chispa eléctrica. Pudo sentir que la piel se le calentaba, y no se pareció a ninguna otra experiencia que hubiera podido tener en la vida. Se apartó casi al mismo tiempo que él y lo precedió para salir de la habitación.
Casi le resultó un alivio bajar al encuentro de esa mezcla de voces que le proporcionó un telón de fondo en el que poder fundirse de forma conveniente.
Pero no antes de revelarle su presencia a María.
Una vez allí, pudo apreciar su entorno… los finos cuadros en las paredes, las dimensiones elegantes del enorme salón, que se fundía con otra sala de recepción también llena de gente. En diversas mesas y en el aparador de roble que debía medir unos tres metros, había jarrones con flores fragantes y coloridas. La atmósfera rebosaba júbilo y la gente se divertía. Tomó una copa de vino de una bandeja que llevaba una camarera y luego interrumpió a María, que había estado dando instrucciones acerca de la hora en que debía servirse la cena.
–Ese vestido… –la anfitriona frunció el ceño, desconcertada.
No por primera vez, Cristina reconoció que era una mujer increíblemente hermosa… elegante sin intimidar, con una dicción exquisita pero sin alardear de ello.
Se lanzó a una generosa explicación de cómo había terminado luciendo uno de los vestidos de la anfitriona. María, con la cabeza ladeada y una sonrisa divertida, escuchó hasta el final y luego le aseguró que estaría encantada de que se quedara con él, porque desde luego a Cristina le quedaba mucho mejor que lo que alguna vez le había sentado a ella.
–Jamás he logrado llenar la parte de arriba de la misma manera –confesó, potenciando de inmediato la autoestima de la joven–. Y ahora cuéntame cómo están tus padres…
Charlaron durante unos minutos, luego María comenzó a presentarle gente cuyos nombres Cristina tuvo dificultad en recordar. Cuando María volvió a desaparecer entre la multitud, se encontró felizmente sumergida en una animada conversación acerca de los jardines de algunas de las personas que vivían por la zona.
En el otro extremo del salón, Rafael la observó distraído antes de ir en busca de su madre, quien sin duda le regañaría por llegar tarde. Se preguntó si eso lo ayudaría a marcharse pronto, ya que tenía una importante conferencia telefónica con el extranjero que había programado para las once y media.
Pero no le mencionó que llegara tarde, y en unos segundos descubrió la causa.
–No tuve elección –musitó–. Esa mujer se había metido en el arcén y buscaba una lentilla perdida como si albergara alguna esperanza de poder encontrarla.
Distraído, mientras bebía su whisky con soda y la miraba a través de la gente, volvió a pensar que era una joven de proporciones generosas en todos los sitios adecuados.
–Es encantadora –comentó María, siguiendo su mirada–. Conozco a sus padres desde hace bastante tiempo. Son los dueños de esa cadena de joyerías… ¿sabes a las que me refiero? Le suministran diamantes a la mejor gente… a personas muy influyentes, si me entiendes.
Rafael había estado escuchando a medias, pero en ese instante sus oídos se centraron en lo que oían, más por la entonación en la voz de su madre que en lo que decía, aunque captó algunas frases. Que eran italianos, desde luego, de aspecto muy tradicional aunque no asfixiantes… Que estaban contentos de que su hija menor viviera y trabajara en Londres… Y entonces, como salidas de la nada, las palabras: «Sería perfecta para ti, Raffy, y ya va siendo hora de que pienses en sentar la cabeza…»
Capítulo 2
NO, MADRE!
Estaban sentados en la cocina rústica con una jarra de café entre ellos y el sonido de la radio de fondo que les informaba de que el mal tiempo continuaría.
Aún no eran las seis y media, pero él ya llevaba despierto una hora, conectado al mundo por el teléfono móvil y el ordenador portátil, y María simplemente porque le resultaba imposible dormir más allá de las seis.
–Ya no eres tan cruasán, Raffy –mientras cortaba un trozo de croissant de su plato, intentó urdir un modo de instarlo a pensar como ella, tarea siempre descomunal para cualquiera–. ¿Quieres hacerte viejo cambiando cada semana de amante?
–¡No cambio de amante cada semana! –le informó–. Me gusta mi vida tal como está. Además, seguro que es una chica agradable, pero no es mi tipo.
–¡No, yo he conocido a tu tipo! Todo apariencia y nada de sustancia.
–Madre, así es como me gustan –sonrió, pero no obtuvo una respuesta similar–. No quiero una relación. No tengo tiempo para eso. ¿Te haces idea del tiempo libre que me queda en la vida?
–Tan poco como el que tú mismo deseas tener, Rafael. No puedes estar huyendo siempre –le dijo su madre con gentileza.
Frunció el ceño ante el rumbo que tomaba la conversación, aunque su madre era inmune a esas expresiones.
–De verdad, no quiero hablar de esto, mamá.
–Y yo creo que necesitas hacerlo. Te casaste joven y se te rompió el corazón cuando ella murió… pero, Rafael, ¡han pasado diez años! ¡Helen no habría querido que vivieras tu vida en el vacío! –para sus adentros, pensaba que probablemente era justo lo que habría querido su ex mujer, pero calló; siempre se había reservado para sí misma la opinión que le merecía la esposa de su hijo.
–¡Por última vez, madre, no vivo mi vida en el vacío! ¡Da la casualidad de que disfruto de ella tal como es! –«y no necesito que intentes buscarme una esposa apropiada», pensó, pero no se atrevió a decírselo, ya que siendo hijo único, sabía que cabía esperar un poco de interferencia en su vida personal. ¿Pero esa chica? Sin duda su madre lo conocía lo suficiente como para saber que físicamente no era su tipo.
También debería haber sabido que cualquier conversación sobre Helen era tabú. Era una parte de su vida relegada al pasado, para no ser resucitada jamás.
María se encogió de hombros y se puso de pie.
–Debería ir