Miranda en ocho contiendas. Edgardo Mondolfi Gudat

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Miranda en ocho contiendas - Edgardo Mondolfi Gudat

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a fin de cuentas, si Miranda pronunciaba pobre y mal el francés puesto que, en este punto, Caballero trae a colación un ensayo escrito por Eugen Weber, especialista en la historia de Francia, quien, al referirse a lo poco familiar que el idioma podía resultarle a la mayoría de quienes habitaban dentro de los límites históricos de la propia Francia, sostiene que, de hecho, en 1792, el francés era tan extranjero para la mayoría de los provenzales como el senegalés podría serlo hoy en día a la mayoría de los franceses[124].

      Habría otro elemento digno de considerar en este caso y que, según el propio Caballero, se resume en el hecho de que los procesos revolucionarios tienden a atraer a los aventureros de todas partes como la miel a las moscas. Ejemplos históricos sobran para confirmar ese valor «ecuménico» que entraña toda revolución; bastaría citar aquí lo que, en los Estados Unidos, llegó a significar el caso del marqués de Lafayette o del general Rochambaud (el mismo que terminaría multado a instancias del campesino al cual se refiriera Miranda en su Diario). Pero también está el ejemplo, mucho más reciente, de las brigadas internacionales en España durante la Guerra Civil (1936-1938) o el papel jugado por el argentino Ernesto Guevara en la Revolución cubana (1956-1959).

      Además, si algo confirma que la experiencia francesa también le daría una configuración distinta a lo militar (al enfrentar a soldados profesionales con simples voluntarios o «ciudadanos armados») es precisamente el hecho de que Miranda no fuera el único extranjero que se enroló al servicio de la causa. Henri de Stengel, por ejemplo, era oriundo de Baviera, al igual que Nicolas Luckner, quien, luego de desempeñarse como primer comandante del Ejército del Rin, acabaría siendo ejecutado durante el período del Terror. François Kellermann era alsaciano. Claude Fournier (apodado «L’Américain») era estadounidense, al igual que Moultson, quien actuaría como comandante de la flota de Amberes. Por su parte, el general Joseph de Miaczynski era polaco, mientras que Charles Edward Jennings de Kilmaine era dublinés; los oficiales Money, Keating, Seldom y Lich eran ingleses; Deprés-Cassier era suizo y Stettenhofen nada menos que austriaco. Pareciera entonces que, en un momento en el cual la guerra se libraba a fuerza de puro voluntarismo revolucionario, la nacionalidad de origen fuera quizá lo que menos podía importarles a tales oficiales que, como puede verse, formaban legión.

      En esa Francia de identidad revuelta se le invitaría entonces a Miranda a formar parte del ejército revolucionario, proveyéndosele además de un ventajoso grado militar por una simple razón numérica: de un total de 15.000, la oficialidad francesa había quedado reducida a unos 6.000 integrantes. Esa falta de disponibilidad se explica porque una buena cantidad de ellos eran de origen noble y, por tanto, habían renunciado a sus comisiones, se les había depurado de filas o, simplemente, habían emigrado a causa de la Revolución. Miranda se mudará entonces con armas y bagaje al frente puesto que cree, a la larga, que este paso podría asistirlo en sus planes autonomistas referentes a la América española. Así, pues, declararía comprometerse a favor de la república francesa siempre y cuando su proyecto fuese debidamente considerado por el partido de la Gironda que predominaba en ese momento en el poder y que, por si fuera poco, actuaba como asiento de los mejores y más cultos propagandistas de la Revolución[125].

      Como resultado de lo anterior, sería precisamente durante esos meses iniciales (cuando Miranda ya se hallaba bajo el mando de Charles Dumouriez, un oficial mucho más competente de lo que le reconoce la tradición y, desde luego, casi toda la historiografía mirandina) que tuvo lugar una fugaz y mal concebida iniciativa que no se correspondería exactamente con sus expectativas en relación con la América española.

      El caso es que el Ministerio de Guerra, por sugerencia de Jacques Brissot (chef de file de los girondinos), propuso que se nombrara a Miranda al frente de una expedición destinada al Caribe en procura de asegurar que la Francia revolucionaria –ya bastante metida en una guerra de múltiples frentes– reafirmase el control y dominio metropolitano sobre la parte francesa de Santo Domingo (Haití). Con ello –sostenían los promotores de semejante plan– «Miranda se convertirá en el ídolo de las gentes de color y enseguida podrá, con facilidad, sublevar las islas españolas o el continente americano que España posee». Fue sin embargo el propio Miranda quien, con cautela y tacto, se hizo cargo de objetar el proyecto argumentando su total desconocimiento del Caribe francés y, especialmente, de la situación imperante en aquella isla.

      Ciertamente, desaparecido su optimismo inicial con respecto a lo que podía significar el interés de los girondinos por el tema de la América española, tal como él mismo lo había planteado, Miranda se mostró poco dispuesto a comprometerse con lo que, a su juicio, lucía en cambio como un proyecto inseguro y poco probable[126]. En el fondo –y más importante quizá– fue que logró desembarazarse de esta forma de todo cuanto significara el hecho de participar de una acción militar que lo alejaba bruscamente del teatro europeo, en el cual apenas había comenzado a actuar como oficial francés. Aparte, pues, de lo que podía significar una reducción de sus activos en la órbita militar, el plan en cuestión lo colocaba a remota distancia del sentido original de cuanto él mismo propusiera con relación a la América española y sobre lo cual había insistido desde su llegada a París. De tal modo, el plan girondino lo alejaba tanto de sus propias ideas autonomistas como lo acercaba al riesgo de verse prestando su concurso en un choque donde, a fin de cuentas, lo que prevalecían eran los cálculos franceses con relación al continente americano y, especialmente, en desmedro de los dominios españoles.

      Esto, en otras palabras, habría significado que Miranda se viera comprometido en una contienda ajena, estrechamente ligada a las rivalidades históricas que Francia había librado con otras potencias en el mundo del Caribe. Aún más, y como lo sostiene Parra Pérez, probablemente el propósito que animara tal proyecto (engavetado poco después) consistía en ocupar parte de los dominios españoles en el Caribe para poder aquietar a los adversarios de la Revolución entregándoles tales territorios en cesión[127].

      Con cuarenta y dos años a cuestas (lo cual era mucho para esa época y aún más para un suramericano[128]), Miranda regresaría de nuevo al frente y no tardaría en convalidar sus títulos como parte del empeño por frenar en Bélgica a los ejércitos combinados de Prusia y Austria, así fuera a punta de simples escaramuzas. Puede que una falta de visión en sus fines por parte de aquellos dos ejércitos explique, mucho más que el heroísmo y la virtud republicana, los éxitos que la Patrie en danger llegó a adjudicarse entre 1792 y 1793. Lo que en todo caso interesa resaltar es que las actuaciones de Miranda durante esa campaña se tradujeron en un desempeño bastante digno en medio del caos, la confusión y las deserciones, todo lo cual obraba como norma general dentro del ejército revolucionario. Por si fuera poco, las epidemias de disentería se harían cargo del resto, apoyadas por un tiempo crudo y lluvioso[129].

      Bajo las órdenes de Dumouriez, quien a la larga provocaría que el venezolano se convirtiera en su peor némesis, Miranda tomará a su cargo parte de las operaciones del Ejército del Norte, justo allí donde se intentaba frenar a los ejércitos combinados de Prusia y Austria para evitar que penetraran hasta el centro de Francia. De este modo, el venezolano participaría en diversos duelos, el más famoso de los cuales sería quizá el más insignificante en términos de su escasa espectacularidad, librado en los alrededores de Valmy, y sin que además se supiera a ciencia exacta cuál fue su actuación durante lo que no llegó a montar a más que un confuso cañoneo a campo abierto[130].

      Pocos meses más tarde (noviembre de 1792), Miranda recibirá el mando de una parte del ejército en Bélgica y vendrán fortunas más sólidas, tal como lo supusieron los encuentros de Jemmapes y Ruremonde, y más importante aún, el sitio y toma de la ciudad de Amberes, operación exitosamente dirigida por el venezolano que no solo le valdrá a Francia la posibilidad de abrir la navegación del río Escalda (anteriormente en poder de los austriacos), sino al propio Miranda un mando de mucha mayor significación dentro del Ejército del Norte. Pero luego, en el curso de un catastrófico asedio a la ciudad de Maastricht y el infortunado desarrollo de toda la campaña terminada en Neerwinden, Miranda cumple órdenes de Dumouriez, aun cuando consigne de antemano opiniones contrarias al parecer de

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