Nuevas estrategias de inserción internacional para América Latina. Rita Giacalone
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La colonialidad del poder y los nuevos estudios internacionales latinoamericanos neutralizan aspectos fundamentales de las teorías, conceptos y métodos contenidos en la disciplina relaciones internacionales, tan ampliamente utilizados en los estudios del sistema internacional y sus múltiples componentes. Se insertan en el sistema-mundo moderno y colonial, subvirtiendo la posición de los centros académicos que elaboran las teorías involucradas en el llamado mainstream en relaciones internacionales. Por ejemplo, uno de esos logros es haber establecido los mecanismos con que Occidente administra las instituciones que son parte integrante del sistema-mundo, y que este dominio se construye sobre las normas utilizando las fuentes de su tradición jurídica, la misma que se fortaleció en el tránsito del positivista derecho europeo hacia el derecho internacional. Así surge un tipo de derecho que busca resolver el conflicto entre los Estados sin diferenciar sus condiciones, además de regular el funcionamiento de las instituciones multilaterales.
Según lo planteado por el colombiano Fernando Galindo, esto sería parte de un proceso histórico de larga duración, donde una de sus manifestaciones ha sido, justamente, la naturalización de aquella idea de que los Estados dominantes buscaron la forma de sostener el llamado sistema internacional con la elaboración de normas y la organización de un conjunto de múltiples instituciones, basándose en la suposición de tener la suficiente y legítima capacidad para regular las relaciones entre Estados (Galindo, 2013, p. 87). Otro aspecto de una tradición intelectual que, para no tener que ir tan atrás, se iniciaría con las distintas propuestas contenidas en La paz perpetua del filósofo alemán Immanuel Kant. Un libro donde queda establecido que el actor principal en todo el proceso de alcanzar y mantener la paz será, sin duda alguna, el Estado en su perfección jurídica-racionalista.
Sobre esto último, una opinión similar mantiene el mexicano Germán Sandoval Trigo cuando desde una perspectiva decolonial, propone que los fundamentos epistemológicos del derecho internacional son la proyección a escala global de un tipo situado de pensamiento: el moderno-occidental. Es el mismo que fundamenta el accionar en el campo de lo internacional del Estado-nación, argumentando sobre los principios básicos de soberanía y libre determinación, le dicen el derecho de los pueblos, pero donde se ha logrado que los principios e instituciones mencionados, llegaron a ser dominantes en la fundamentación teórico-institucional del sistema-mundo. Una aceptable explicación de este dominio considera que todos ellos:
bajo la producción moderna [adquirieron] un matiz y una centralidad argumentativa determinada por un fundamento epistémico que repercute en el encubrimiento de otras posibilidades de entendimiento y producción de poder. Por tanto, sus fundamentos están repletos de instituciones y concepciones de diversas eras, pero que celosamente derivan de la afirmación de una sola civilización: Europa (Sandoval, 2018, pp. 93-94).
Esto no significa que al interior de la tradición del eurocentrismo, no se hayan dejado de lado el estudio, también el uso claro está, de otras variables para el sostenimiento de lo que denominan sistema internacional. Entonces, y retomando aspectos contenidos en el trabajo de Fernando Galindo, pensamos en la instrumentalización de la guerra como legítima decisión fundamentada en el principio de soberanía nacional, y legalmente enmarcada en el derecho internacional que administran instituciones como la ONU y la Otán. Espacios donde difícilmente se analizará el uso de la voluntad imperial, por parte de quienes han buscado incrementar su influencia en el sistema mundo de la modernidad y la colonialidad. Militaristas decisiones que a pesar de los daños ocasionados a bastiones donde también radica la humanidad, muchas veces han terminado siendo justificadas por este tipo de análisis e instituciones.
El sistema se realiza a partir de su modelo único de sociedad internacional basado en el Estado-nación, el mismo que les niega a comunidades políticas anteriores a su existencia, la posibilidad de ser actores y sujetos al interior de este. La razón esgrimida es que al haberse estancado en su evolución, solo queda limitarles o excluirlos de la participación en los democráticos foros convocados por estas instituciones, las mismas que desde su fundación invocan los principios de libertad e igualdad.
Al mismo tiempo en que se hace un permanente acto de fe en las instituciones multilaterales, aquella realidad jurídica-administrativa como el Estado, tan apreciado en determinados círculos académicos y políticos por ser un elemento organizado en paralelo a la modernidad, aparece como una necesidad para quienes buscan destacarse en el escenario internacional. Algo que se necesita para lograr mayores niveles de respetabilidad, en un mundo caracterizado por la presencia de otros actores que también están dispuestos a incrementarla en él, puedo señalar corporaciones transnacionales de distinto tipo, por ejemplo, empresas, ONG y asociaciones deportivas.
El Estado es imposible dejarlo de lado y hay que fundarlo y refundarlo las veces que sean necesarias, pues coaliga al conjunto de la sociedad por medio de un pacto político que se legitima en el contrato que incluso puede ser social, según lo difunden sus estudiosos y seguidores. Los pesimistas dirían que fue una simple imposición de quienes vencieron en las guerras que conllevaron la formación de este tipo de Estado. En ambos casos no se tiene en cuenta que el Estado es una estructura de poder y trabaja sobre aspectos constitutivos de todo tipo de sociedad, por ejemplo, la construcción de una subjetividad colonizada y el simultáneo control a que la somete. Con los análisis liberales o posmodernos, se olvida que
todo Estado-nación posible es una estructura de poder, del mismo modo en que es producto del poder. En otros términos, del modo en que han quedado configuradas las disputas por el control del trabajo, sus recursos y productos; del sexo, sus recursos y productos; de la autoridad y de su específica violencia; de la intersubjetividad y del conocimiento (Quijano, 2000, p. 226).
En un escenario marcado por la preeminencia del Estado-nación, sobre todo de quienes conforman el grupo de los más poderosos, muy poco aparecen las sociedades políticas anteriores a la modernidad o aquellas con pasado colonial. Invisibilidad que tienen las actuales colonias como también las mal llamadas periferias, salvo si sus gobernantes pretenden alterar el orden establecido o porque son escenarios de graves conflictos bélicos. Su irrelevancia se nota de manera permanente en los foros multilaterales. La consecuencia es que muy poco se ven realizados los intereses de un importante número de Estados, a pesar de que algunos de ellos han tratado de organizar su política exterior enarbolando, por ejemplo, el principio de la autonomía por sobre una potencial hegemonía (Da Silva & Ardila, 2018).
Por último, y ya en el extremo del idealismo universalizado, la democracia liberal viene a ser el destino ineluctable de todo tipo de comunidad política, basada en la firme creencia de que con la organizada participación electoral de una ciudadanía bien informada, se garantizará su llegada para luego hacerla irreversible. El simple hecho de tenerla condiciona su aceptabilidad, es necesaria por ser la forma de gobierno más elevada que se haya conocido. Y si la democracia representativa falla, entonces se ponen en marcha mecanismos de democracia directa para así involucrar a la ciudadanía en decisiones políticas. En gran medida, esta forma de pensar y actuar es el predominio de:
las “verdades universales y eternas” basadas solo en el uso del poder, [y como] carentes de toda reflexión sobre lo humano, la naturaleza y la cultura, pasaron a formar parte