Nuevas estrategias de inserción internacional para América Latina. Rita Giacalone
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Por último, ese mismo tipo de democracia sería el fundamento de la paz mundial, según la tradición jurídica iusnaturalista fundada por Hugo Grocio, principio asumido primero por el idealismo en relaciones internacionales y luego por el institucionalismo neoliberal en sus teorías e instituciones (Fonseca y Jerrems, 2012, pp. 109-113). En la actualidad, el camino para el logro de un orden realmente de alcance global se había empezado a transitar teniendo en su base no solo la fuerza de las ideas; sino también de las armas como un requisito indispensable para los objetivos trazados. El sistema-mundo moderno colonial en su fase actual, se fortalece acompañado del amplio respaldo que le han otorgado distintos gobernantes, los mismos que vieron un mundo de posibilidades en la globalidad contemporánea y de las cuales se han aferrado sin mucho cuestionamiento.
Lo anterior termina cuestionando lo afirmado por los seguidores de la ideología constructivista, cuando se impulsa un tipo de sistema internacional basado en la fallida tradición idealista, más que todo por el irrestricto apoyo de múltiples Estados e instituciones en un contexto marcado por acontecimientos ya conocidos. En consecuencia, iniciando la década del 90 y de manera quizá algo inesperada, el constructivismo logra el apoyo del cual habían carecido anteriores proyectos académicos. En nuestra opinión, se tuvo con la teoría un desmesurado entusiasmo en la posibilidad de una globalidad que se presenta como diversa y pluricultural a partir del respeto que deben adquirir las ideas y las normas sociales, como medios para renovar el sistema internacional.
A nuestro modo de ver, resulta fácil constatar que el constructivismo y sus factores ideacionales son más bien parte de una propuesta teórica conducente a la renovación del institucionalismo neoliberal. Según lo sostiene la internacionalista venezolana Yetzy Villarroel, no se debe olvidar que:
incluso dentro de la crítica al pensamiento positivista, se produce una exclusión ya que las referencias culturales a las que hace alusión Wendt, no incluyen otras culturas como las de América Latina, Asia, África. Es decir, sigue girando en torno al modo de ser y pensar anglosajón y europeo. Si bien la dinámica internacional está determinada por actores que producen mayor peso y contrapesos en los procesos de interrelación, también es cierto que desde otros espacios culturales, que aunque no sean visibles no significa que sean inexistentes (Villarroel, 2016, pp. 18-19).
La anterior cita hace notar que en muchos análisis elaborados durante las últimas tres décadas, parte de ellos han traído serias consecuencias para sectores de la humanidad puesto que detrás de las decisiones, por ejemplo, no hay seres humanos sino el accionar de los Estados-nación constituidos en potencias, hegemones o súper poderes actuando con altos niveles de independencia en el sistema. Es el mismo que deben controlar por ser racionales en sí mismos, lo han estudiado y cuentan con profesionales muy bien capacitados para su manejo. Esto último sería la realización de una propuesta procedente del institucionalismo histórico, con la cual se realiza una contribución fundamental a las aspiraciones de administrar el sistema de forma incluyente y estabilizadora. La ansiada y bien difundida gobernanza global, que en este caso y para el logro de sus más caras aspiraciones, contaría con una burocracia weberiana al frente del sistema internacional.
Así se propone una renovada conducción imperial del sistema, que se legitima en la tradición teórica e interpretativa procedente de mediados del siglo anterior, aquella que estuvo fundada en principios pertenecientes al mundo westfaliano como el de soberanía nacional, no intervención en asuntos internos de otros Estados o la extraterritorialidad de las sedes diplomáticas. El poder se concentra y ejerce desde territorios que solo pueden ser identificados con el nombre de sus capitales, las cuales inspiran respeto al solo escucharlas, pues refiere a los centros del poder mundial, las cuales ocultan a quienes realmente están en los medios decisores en política internacional.
En gran medida y sin aspirar a un estudio de mayor profundidad, esto último sería producto del predominio de una ontología estatalista, la del ser occidental contenida en el ego cónquiro, el ser que conquista y que terminó por dominar los paradigmas y las teorías pertenecientes a la disciplina en que se fundamentó la organización del sistema internacional. Según Michael Barnett (2008, p. 3), “aquella ontología nos explica cómo está dividido el mundo, los actores definidores de ese sistema global y lo que estructura y guía sus interacciones, y, además, sobre qué bases reclaman autoridad en la política global y, por tanto, influyen en los resultados y defienden su espacio territorial”.
Un pequeño grupo de Estados que se organizan en territorios nacionales, algunos incorporan los de ultramar o insulares, y pasan a ser lugares donde por distintos mecanismos, llegan a concentrar el poder al interior del sistema internacional. Ya sea por tener las alianzas militares, encargadas de garantizar la defensa y la seguridad de los distintos niveles de la gobernanza global, o porque están establecidas las instituciones internacionales encargadas de proteger la vigencia de la democracia liberal o la economía de mercado. Por lo demás, aquellos garantizan el orden ante lo que consideran amenazante presencia de comunidades políticas, las mismas que no están preparadas para asumir los desafíos de conducir o participar en la administración del sistema-mundo moderno y colonial. No reúnen los requisitos para ser más determinantes en el funcionamiento de las instituciones multilaterales.
Desde su fundación, estas se han presentado como medios para garantizar la paz y la prosperidad en el planeta, y el principio de igualdad entre todos sus integrantes es parte de su organización, pero que ha sido muy difícil de alcanzar en el campo de la política real. Otro elemento para tomar en cuenta es que en estos mismos Estados funcionan las cortes locales con influencia global, donde se ven las demandas de inmensos conglomerados económicos contra Estados que incumplen sus compromisos de otorgar, entre otras cosas, seguridad jurídica a las inversiones que realizan. El resultado de esta decisión determina que los Estados financian al sector privado en una economía mundializada, dejando de lado las demandas de numerosos grupos sociales que también requieren su atención. Son cortes que actúan con un determinado tipo de orden legal, el del Estado donde se asienta la demanda judicial, así el problema haya surgido en lugares algo distantes.
De igual manera, se encuentran las instituciones que crean el derecho internacional y a la vez aplican justicia, la cual casi siempre ha recaído en gobernantes violadores de aquellos derechos que están contenidos en la retórica universalista de las instituciones multilaterales. Hemos visto en distintos medios de comunicación, que el accionar del derecho y justicia internacional muestra a quienes han cometido serios crímenes contra los principios allí contenidos. No sorprende que la casi totalidad de estos violadores procedan de Estados surgidos de la descolonización, que han vivido su presente neocolonial o han estado inmersos en interminables conflictos armados. Algunos de ellos trabajaron con quienes impulsaron el colonialismo, o promovieron las independencias previa aceptación de las condiciones establecidas por el colonizador. A nuestro modo de ver, es una continuidad de lo que Frantz Fanon descubrió a mediados del siglo pasado cuando estudió la construcción de una subjetividad colonizada en el Caribe francófono.
En el plano del multilateralismo neoliberal, el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias es una institución que dentro del Banco Mundial se encarga de velar por el adecuado funcionamiento de las normas relacionadas con el respeto a las inversiones privadas y extranjeras. Cómo no creerles cuando dicen que es la institución “líder a nivel mundial dedicada al arreglo de diferencias relativas a inversiones internacionales”, legitimada en la soberana decisión de los comprometidos, quienes “han acordado que el Ciadi sea el foro destinado al arreglo de diferencias entre inversionistas y Estados en la mayoría de los tratados internacionales de inversión”.