Nuevas estrategias de inserción internacional para América Latina. Rita Giacalone

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Nuevas estrategias de inserción internacional para América Latina - Rita Giacalone

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      Pero como lo privado busca la forma de imponer sus intereses, estos mismos conglomerados adelantan su comportamiento en un tipo de acuerdos que se definen como multilaterales y apegados a las normas internacionales. Así tienen la posibilidad de recurrir a los tribunales de arbitramento, espacios en los que el sistema judicial de cualquier país ya no tiene la posibilidad de participar, pues ahora la ley ha pasado a ser administrada por personas caracterizadas por una cuestionable probidad. Hoy en día, la mayor parte de los nuevos administradores de justicia a gran escala son los árbitros, quienes en muchos casos son los funcionarios de los gremios empresariales agrupados en las cámaras de comercio de su país, sus decisiones son inapelables y de obligatorio cumplimiento por el infractor. De qué sorprenderse, entonces, que el Estado en su mayoría pierda en los arbitrajes a los que se somete4.

      Un sistema basado en leyes e instituciones que están muy distantes de un concepto mínimo de democracia es la consecuencia lógica de un sistema-mundo jerarquizado producto de las diferencias en los recursos de poder, cierto, pero sobre todo producto de la actitud exclusionaria de la epistemología que ha gobernado el pensamiento occidental, y las instituciones que tan ávidamente se han encargado de promover para controlar. El mismo con el cual se ha ordenado el sistema desde mediados del siglo XVI. Algo de eso se puede ver en los distintos niveles de la gobernanza global, con la reiterada utilización de adjetivos que solo descalifican y que a la vez se han vuelto conceptos: Estado débil o rufián, artificial o estratégico, al tiempo que hay quienes promueven el terrorismo e insurgencias de todo tipo, todos ellos vueltos amenaza a la seguridad mundial. Estados que se ubican en territorios que fueron objeto del imperialismo, se caracterizan por no tener legitimidad y autoridad en su política interior, al haberse ausentado de regiones enteras y ser incapaces de dirigir a su población y economía (Barnett, 2008, p. 13).

      Narrando desde la epopeya, algunos Estados han justificado su dominio a escala regional y global basándose en la idea, equivocada claro está, de que estos distintos niveles deben estar gobernados por valores comunes, los cuales en realidad son los de una civilización emanada de su correspondiente trayectoria histórica. En esta situación, otros Estados van dejando de ser sujetos del derecho internacional, se busca que su soberanía se traslade a las instituciones multilaterales u organizaciones no gubernamentales, al tiempo que su cultura pasa a ser patrimonio inmaterial de la humanidad, pero a la vez ampliamente comercializada en los circuitos mercantiles del capitalismo globalizado. En caso de mostrar signos de mayor rebeldía o resistencia, contra estos Estados siempre quedará el recurso de la fuerza para reintegrarlos al orden mundial, puesto que la paz no se puede poner en riesgo por el irresponsable accionar de actores que no aceptan el lugar donde están ubicados. Un lugar en el mundo que la mayoría de las veces fue, y sigue siendo, producto del dominio colonial.

      Utilizando esta perspectiva en el análisis, pocas veces se tomó en cuenta que la división del planeta en lugares claramente diferenciados ha sido parte de un proceso histórico que conllevó la subalternización de territorios y todo lo allí contenido, tierra, recursos y pobladores, y para ello fue de mucha utilidad un lenguaje que termina naturalizando la diferencia. La incomprensible exterioridad para el científico o investigador que asume el eurocentrismo y la ciencia normal en su entendimiento de las múltiples realidades, llega a ser la causa por la que:

      la nominación tercer mundo está presente en el lenguaje coloquial aún hoy es porque, recrea la posibilidad de imaginar al otro en un contexto donde lo euro-referenciado es la norma. … La expresión tercer mundo es el primer dispositivo ideológico que encarna la lógica moderna-colonial de otrificación en el contexto de fin del colonialismo. Desde la invención del desarrollo se define su contenido remitiendo a la pobreza –entiéndase incapacidad de producir riqueza–, a la ignorancia –entiéndase incapacidad para generar conocimiento–, al tradicionalismo –entiéndase atraso– (Bello, 2015, p. 50).

      En la actualidad se puede observar la confluencia de aspectos contenidos en las teorías de la colonialidad del poder, que permiten explicar realidades tan lejanas en lo geográfico, y a la vez tan cercanas en su trayectoria histórica. Es el caso de lo sucedido en distintas partes de Europa, tanto en su parte continental como insular, sobre todo si revisamos los casos del colonialismo inglés en Irlanda y Gales, como la consolidación del Estado unitario y la afectación entre los siglos XVIII y XX de la multiplicidad de naciones que han dado forma a la actual España. Algo similar puedo decir del imperio austriaco y su presencia en parte de Europa oriental y el norte de los Balcanes.

      De igual manera, el dominio alemán en Europa oriental y siempre teniendo a la actual Polonia como uno de sus principales objetivos, a lo cual fácilmente se podría sumar el caso de las regiones que componen la parte meridional de Italia, muy subalternizadas todas ellas desde el norte del mencionado país, espacio donde supuestamente habita la civilización y el desarrollo. Súmele la ocupación por Rusia de los territorios que conforman el Asia central o la anexión japonesa de Corea, para así tratar de responder la siguiente pregunta: ¿Qué tenían en común todos aquellos territorios y comunidades políticas conquistadas y dominadas por otros más poderosos? Que la dominación externa y el subdesarrollo allí implantados, eran también expresiones de su inferioridad ontológica y racial, una responsabilidad de la cual no podían escapar. Algo similar a lo que se hizo durante la conquista de América desde inicios del siglo XVI.

      Es algo que en partes del sur de Europa y en la misma Irlanda puede actualmente encontrarse, donde cada vez un mayor número de intelectuales y activistas aceptan que aquellos principios y formas de actuación solo han conllevado el afianzamiento del “modelo de desarrollo y de vida occidental”. Si incorporamos en el análisis las políticas de ajuste implementadas en estas regiones desde el 2008, se observa la presencia de voces al interior de Europa que asumen una postura crítica con las consecuencias de una política económica implementada en las últimas dos décadas. El movimiento de los comunes en España, consideran que lo allí sucedido se puede entender con la sumatoria de los conceptos del colonialismo interno y externo, ya que el ajuste y la reforma económica se hicieron sobre la base de adelantar “un nuevo proceso de acumulación por desposesión en el sur de la Unión Europea” (Calle, Suriñach y Piñeiro, 2017, p. 15).

      El traspaso de una gran cantidad de recursos monetarios desde el sur de Europa hacia las economías más poderosas del norte, han condicionado el aumento de las desigualdades entre las distintas regiones que forman el continente, pero también es muy cierto que estas dinámicas productivistas y extractivistas, han llevado a profundizar las diferencias entre los ciudadanos europeos. Por eso, analistas ubicados en uno de los lugares de Europa occidental que más ha sufrido los efectos generados por la globalidad liberal y la integración forzada, evalúan que en la actualidad:

      la crisis económica insiste en reproducir sus mimbres especulativas, sacrificando derechos sociales. […] la deuda externa se confirma como un mecanismo de trasvase de fondos hacia las economías centrales europeas; mientras que en estos países se agrandan las desigualdades sociales. Crisis económica que es crisis política, como no podía ser de otra manera: [lo cual] destapa el verdadero sentido de fondo de la UE, más allá de retóricas, como potencia que trata de hacer valer su mercado único interno y sus intereses mercantiles externos. Las personas no aparecen por ningún lado, como centro del hacer institucional oficial, ni en la economía ni en lo político (Calle, Suriñach y Piñeiro, 2017, p. 15).

      Tomando en cuenta algunos de los aspectos hasta ahora mencionados, Stepan Fimmer considera que la dominación colonial o colonialidad del poder “no es solo una forma de diferenciación aplicada a las colonias europeas en ultramar, sino un mecanismo que opera también –aunque sea de manera algo distinta– en el interior de los países occidentales”

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