Las puertas del infierno. Manuel Echeverría

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Las puertas del infierno - Manuel Echeverría El día siguiente

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una caja de metal que puse en el escritorio de mi cuarto.”

      “Será necesario que te la eches en el bolsillo. Los trámites de tu ingreso a la Kripo pueden tardar varias semanas y no quiero que andes desamparado de aquí en adelante. Empezamos mañana. Toma el resto del día para recoger lo que hayas dejado en el archivo y no olvides que acabas de ingresar a la Kripo por la puerta de honor.”

      3

      “Puta vida —dijo Vera Meyer— Te advertí que era una error que entraras a trabajar en un lugar tan deprimente.”

      Meyer tomó un sorbo de café y le contó a su madre y a sus hermanos lo que había sucedido desde la mañana en que el teniente Kruger le abrió las puertas de la Kripo y lo puso al frente del archivo penumbroso donde descubrió que Berlín era una de las ciudades más violentas del mundo.

      “Ibas por un camino excelente. Dos años más y hubieras podido ingresar a cualquiera de los grandes bufetes de Berlín.”

      “Dos semanas más y hubiéramos tenido que pedir limosna en la calle. ¿Conoces a Hugo Ritter?”

      Vera Meyer lo miró con recelo.

      “¿Por qué lo dices?”

      “Ayer se presentó en el archivo y me obligó a que me convirtiera en su asistente. ¿Lo conoces?”

      “Por supuesto.”

      “¿Y ustedes?”

      Los gemelos, que acababan de llegar de Düsseldorf y seguían llevando el uniforme de las Juventudes Hitlerianas, se quedaron impávidos.

      “¿Quién es? —dijo Alex— ¿Un policía?”

      “Un detective. Según parece fue amigo de mi papá y el hombre con el que hizo toda su carrera.”

      “¿Se supone —dijo Walther— que vas a ser detective?”

      “Por el momento voy a ser asistente de detective.”

      “En ese caso tienes que inscribirte en el partido.”

      “No entiendo. Ritter y mi papá trabajaron juntos muchos años y es muy raro que nunca nos haya hablado de él.”

      “Si no te inscribes en el partido —dijo Walther— te van a correr de la Kripo.”

      Los gemelos tenían el mismo tono de voz (agudo, monocorde, nasal) y habían nacido con la facultad de adivinarse el pensamiento y expresar las mismas ideas como si fueran un solo hombre, lo que tal vez era cierto en más de un sentido.

      “Por si no lo sabías —dijo Alex— la Kripo, la Gestapo y las SS…”

      “Exacto —dijo Walther— forman una sola unidad de combate y se encuentran bajo un mando único.”

      “La Kripo —dijo Meyer— no es una unidad de combate, es una agencia policial y ustedes dos son un par de estúpidos que van a terminar por hundir a la familia.”

      “¡Basta! —gritó Vera Meyer— Walther, Alex, váyanse a dormir, necesito hablar con Bruno.”

      ¿Dónde estaba Ludwig Meyer? ¿Por qué no venía para salvarlo de su madre y los gemelos y las cosas que empezaron a trastornar su vida desde la noche que lo mataron?

      “Ritter —dijo Vera Meyer— es un miserable y la razón por la que tu padre jamás nos habló de él es porque yo se lo prohibí bajo pena de divorcio fulminante.”

      Vera Meyer se sirvió un vaso de vodka.

      “¿Por qué no te opusiste? ¿Por qué dejaste que te manejara como un pelele? El archivo de la Kripo es un lugar odioso, pero Hugo Ritter es un hombre abominable. Dame un cigarro.”

      Vera Meyer exhaló una bocanada de humo.

      “¿Te habló de Verdún y de la forma en que tu padre le salvó la vida?”

      “Me habló de todo.”

      “No eran amigos ni compañeros. Eran cómplices. Ritter ejerció una influencia total sobre tu padre, al grado que no podía tomar una decisión o resolver un problema si no lo consultaba con él. Lo cambió de arriba abajo: el carácter, los hábitos, las aficiones. Llegó, incluso, a darle la espalda al Hannover, su equipo de toda la vida, para volverse fanático del Hertha Berlín, igual que Ritter. Perseguían delincuentes en la mañana y en la noche se acostaban con todas las putas de la ciudad.”

      Meyer se acordó de la madrugada de octubre en que llegaron dos agentes demudados para informarles que el jefe de la familia había muerto en una balacera.

      “Tenían una fraternidad basada en el secreto y la mentira. Se entendían con la mirada, igual que tus hermanos. Utilizaban frases y referencias misteriosas para vivir en un mundo que sólo les pertenecía a ellos dos.”

      “La guerra puede crear relaciones profundas entre los seres humanos.”

      “No fue la guerra. Tu padre se quedó huérfano a los ocho años y no volvió a conocer otra familia hasta que se encontró con Ritter.”

      “Mi padre se quedó huérfano a los quince años, dirás, y tenía dos hermanos mayores y no necesitaba una figura paterna, si es lo que estás insinuando.”

      Vera Meyer se puso una mano en el pecho.

      “Tengo miedo. No debiste ingresar a la Kripo, que es un nido de víboras. Pero es más grave que te hayas dejado convencer por Hugo Ritter.”

      “No me dejé convencer, me vi obligado. Ritter es un oficial de alto rango y tiene mucho poder en la institución.”

      Vera Meyer se asomó a la escalera para saber si los gemelos se habían agazapado entre los barandales para oír la conversación.

      “Ritter conoce todos los secretos de tu padre, cosas que se remontan a la prehistoria y de las que no sabemos nada. Es terrible que un hombre conozca las intimidades de la vida de uno mejor que uno mismo. ¿Sabes lo que significa?”

      Meyer permaneció en silencio.

      “Significa, hijo, que nos tiene en sus manos y nos puede hacer pedazos en el momento en que le dé la gana. Habla con él y dile que lo pensaste con detenimiento y prefieres quedarte en el archivo. Te lo ruego.”

      Meyer se puso de pie.

      “¿Me estás ocultando algo?”

      “Te estoy diciendo la verdad.”

      “Es evidente que me estás ocultando algo, porque de otra manera no estarías tan nerviosa.”

      “¿Sería posible que hables con él y le digas que prefieres seguir en el archivo?”

      Meyer recogió su portafolios y se dirigió a la escalera.

      “No.”

      “¿Por qué?”

      “Porque voy a ganar

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