La sabiduría recobrada. Mónica Cavallé

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La sabiduría recobrada - Mónica Cavallé Sabiduría Perenne

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arte de la vida.»

      EPICTETO1

      La filosofía se concibió a sí misma originariamente –señalábamos en la introducción–, no como un mero saber abstracto y especulativo en torno a la realidad, sino, ante todo, como un saber terapéutico. La filosofía era terapia en la misma medida en que en ella eran indisociables el conocimiento y la transformación propia.

      Explicaremos con más detenimiento qué entendemos en este contexto por conocimiento y por transformación. Antes introduciremos y dilucidaremos otras dos nociones: explicación y descripción.2

      Denominaremos explicación al intento de responder, de forma argumentada o razonada, a la pregunta “¿por qué?,” siempre que esta pregunta se oriente hacia los últimos “porqués,” los que tienen cierta radicalidad. También al intento de responder a la pregunta “¿qué es (esto)?,” siempre que esta pregunta no se contente con respuestas funcionales, descriptivas, etcétera, sino que busque acceder al conocimiento de la naturaleza intrínseca de algo.

      En otras palabras, la explicación pretende dar respuesta a las preguntas últimas, las concernientes al sentido de la existencia. Nos desenvolvemos en el dominio de la explicación cuando planteamos o intentamos responder preguntas del tipo: ¿Por qué hay seres y no más bien nada? ¿Por qué vivimos? ¿Por qué morimos? ¿Cuál es el sentido del sufrimiento? ¿Es esta existencia una historia absurda contada por un idiota, o hay algún orden implícito en todo acontecer? ¿Cuál es la naturaleza intrínseca de lo que existe? ¿Qué significa que todo es? ¿Qué significa “ser”? ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es conocer?…

      Podemos adivinar que la explicación tiene una íntima relación con la filosofía. La búsqueda de explicaciones es connatural al ser humano, y la filosofía es la actividad que, sustentada en dicho impulso, busca acceder a un saber profundo y último acerca de la realidad.

      «… la filosofía es una ciencia de los fundamentos. Donde las otras ciencias se paran, donde ellas no preguntan y dan mil cosas por supuestas, allí empieza a preguntar el filósofo. Las ciencias conocen; él pregunta qué es conocer. Los otros sientan leyes; él se pregunta qué es la ley. El hombre ordinario habla de sentido y finalidad. El filósofo estudia qué hay que entender por sentido y finalidad.»

      J.M. BOCHEŃSKI3

      Ahora bien, como veremos, mientras que la filosofía especulativa se contenta con buscar y ofrecer explicaciones, la filosofía esencial intenta ser mucho más que una actividad meramente explicativa.

      De cara a comprender la naturaleza de lo que hemos denominado explicación, la distinguiremos de lo que denominaremos descripción.

      Lo propio de la descripción es traducir a un lenguaje técnico específico la estructura de un determinado objeto o proceso. Si la explicación es específicamente filosófica, la descripción es la actividad característica de lo que ordinariamente denominamos ciencias. Todas las ciencias empíricas son descriptivas.

      La ciencia física, por ejemplo, describe el funcionamiento de los procesos energético-materiales del mundo físico; para ello, traduce la estructura de dichos procesos a un determinado lenguaje: un cierto lenguaje matemático. La ciencia médica, a su vez, describe el funcionamiento de los procesos orgánicos y bioquímicos traduciendo la estructura de dichos procesos a una jerga técnica específica.

      Es importante advertir que la descripción científica está siempre condicionada. En primer lugar, cada ciencia está condicionada por su modo específico de aproximación a la realidad, por su particular perspectiva. Siguiendo con los ejemplos anteriores, la ciencia física solo tiene en cuenta aquellas dimensiones de la realidad susceptibles de ser medidas y cuantificadas con sus instrumentos; solo considera los aspectos del mundo físico que pueden ser sometidos a cierto tipo de medición. La medicina hace otro tanto. Allí donde el enamorado percibe una elocuente sonrisa que conmueve todo su ser, la perspectiva médica, y, más concretamente, la anatómica, nos hablaría de una contracción de los músculos maxilofaciales. Pretender que esta segunda perspectiva es más objetiva que la primera es una falacia, pues ello supondría absolutizar un modo de aproximación parcial a la realidad que solo alumbra una dimensión igualmente parcial de la misma y, en este caso –sobre todo desde la perspectiva del enamorado–, no particularmente significativa.

      En segundo lugar, cada ciencia está condicionada por los instrumentos de observación de los que se disponga en cada caso. La medicina del mundo antiguo, por ejemplo, no disponía del sofisticado instrumental de observación con el que cuenta la medicina de hoy en día, y ello, de entrada, determina una interpretación de los procesos patológicos totalmente diferente.

      En tercer lugar, cada ciencia está condicionada por un determinado lenguaje, que, a su vez, presupone un modelo descriptivo o paradigma científico particular. Siguiendo con el ejemplo de la ciencia médica: según el tipo de medicina que se practique –alopática u homeopática, hipocrática, taoísta, etcétera–, la aproximación al objeto de observación será diferente. El lenguaje médico del que se disponga y, en general, las creencias y los hábitos médicos en los que uno haya sido educado condicionarán el modo de visión. La medicina china, por ejemplo, dispone de una categoría, yin, que alude a un tipo de pauta energética (contracción, frío, introversión, etcétera) asociada a determinados rasgos psicofísicos, que cuando se desequilibra en el organismo (por exceso o por defecto) puede dar lugar a ciertas patologías. Para el médico occidental que desconoce dicha noción y todo el sistema de pensamiento que le otorga sentido, tal pauta energética no estará presente en su observación ni en su diagnóstico; si tiene noticia de ella, probablemente la considere un delirio fruto del “acientificismo” de la mente oriental. Pero, en principio, ambos modelos descriptivos son válidos y complementarios, y cada uno de sus elementos tiene sentido y valor dentro de su correspondiente modelo global, y nunca fuera de él.

      Los distintos paradigmas científicos, precisamente porque describen ciertos aspectos de la realidad desde perspectivas potencialmente ilimitadas, y no son ni la realidad ni la descripción única de la realidad, son complementarios y no excluyentes. La tendencia de los científicos a absolutizar su particular paradigma es tan miope como la actitud de un jugador de ajedrez que se permitiera decir a los que juegan a las damas (dado que el tablero es el mismo para ambos) que el modo en que mueven sus piezas es incorrecto y carece de sentido.

      La ciencia describe, es decir, no explica. Siguiendo con nuestro ejemplo: la descripción de una determinada enfermedad, así como del proceso que nos permite deducir que un cierto remedio terapéutico puede neutralizarla, no son explicaciones del sentido de la enfermedad y la salud. La descripción médica deja siempre intacto el misterio del cuerpo, del dolor, del ser humano, de la muerte, del proceso curativo como reflejo de la dinámica intrínseca a la vida –que siempre quiere más vida–, etcétera.

      Es importante tener presente esta distinción, pues graves confusiones se han derivado de no tenerla en cuenta. Así, las ciencias experimentales, sobre todo desde el inicio de la Edad Moderna, fascinadas por los sorprendentes resultados prácticos que sus nuevos métodos descriptivos estaban posibilitando, olvidaron que estaban describiendo –no explicando–, y que en su descripción estaban viendo solo lo que sus modos respectivos de aproximación

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