Facha. Jason Stanley

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Facha - Jason Stanley страница 5

Автор:
Серия:
Издательство:
Facha - Jason Stanley

Скачать книгу

que me interesa analizar en este libro es la política fascista. Concretamente, las tácticas fascistas como mecanismo para obtener el poder. Cuando el que las utiliza llega a gobernar, el régimen al que representa dependerá en gran medida de su contexto histórico particular. Por ejemplo, lo que ocurrió en Alemania fue muy distinto a lo que pasó en Italia. La política fascista no tiene por qué desembocar en un estado abiertamente fascista, pero no por eso es menos peligrosa.

      El fascismo en política utiliza muchas estrategias: el pasado mítico, la propaganda, el antiintelectualismo, la irrealidad, la jerarquía, el victimismo, el orden público, la ansiedad sexual, el llamamiento al espíritu de la nación y el desmantelamiento del estado de bienestar y la unidad. Aunque la defensa de algunos elementos sea legítima y a veces esté justificada, hay momentos de la historia en que todos ellos aparecen en un partido o en un movimiento político. Y esos momentos son peligrosos. Hoy en día, en Estados Unidos, el Partido Republicano utiliza cada vez más este tipo de estrategias. Es una tendencia que va en aumento y que debería dar que pensar a los políticos conservadores de bien.

      Los peligros del fascismo en política radican en la manera especial que tiene de deshumanizar a ciertos segmentos de la población. Al excluirlos, limita la capacidad de empatía de los demás ciudadanos y justifica el tratamiento inhumano; desde la represión de la libertad, el encarcelamiento en masa o la expulsión hasta, en casos extremos, el exterminio en masa.

      Los genocidios y las campañas de limpieza étnica suelen ir precedidos del tipo de tácticas políticas descritas en este libro. En casos como el de la Alemania nazi, Ruanda y en el actual de Birmania, las víctimas de la limpieza étnica tuvieron que sufrir las crueles palabras de los líderes y de la prensa durante meses o años antes de que el régimen se volviera genocida. Con estos antecedentes, a todos los estadounidenses debería preocuparles tener un presidente, Donald Trump, que insulta abiertamente en público a los inmigrantes.

      La política fascista es capaz de deshumanizar a las minorías incluso aunque el Estado no sea abiertamente fascista.3 En algunos aspectos, Birmania está en proceso de transición a una democracia. Pero los cinco años de brutales ataques dialécticos contra la población musulmana rohinyá han desembocado en uno de los peores casos de limpieza étnica desde la Segunda Guerra Mundial.

      El síntoma más revelador de la política fascista es la división. Lo que busca es separar a la población en «nosotros» y «ellos». Esta división está presente en muchos tipos de movimientos políticos; por ejemplo, el comunismo utiliza como arma la división de clases. Si queremos saber qué implicaciones tiene el fascismo, tenemos que fijarnos en cómo distingue entre «nosotros» y «ellos» o en cómo recurre a las diferencias étnicas, religiosas o raciales para dar forma a una ideología y, en último lugar, a una política. Todos los mecanismos del fascismo se ponen en marcha para crear o consolidar esta distinción.

      Los políticos fascistas justifican sus ideas creando la ilusión de tener una historia común con forma de pasado mítico que reafirma su visión del presente. Alteran la percepción común de la realidad que tiene la gente tergiversando los ideales con grandes dosis de propaganda y antiintelectualismo, y atacando a las universidades y a los sistemas educativos que cuestionan sus ideas. Con el tiempo y el uso de estas técnicas, el fascismo crea un estado de irrealidad en el que las teorías conspiratorias y las noticias falsas acaban reemplazando al debate bien argumentado.

      A medida que la percepción común de la realidad se desmorona, el fascismo abre paso a unas creencias peligrosas y falsas para que calen hondo. Primero, la ideología fascista intenta que las diferencias entre grupos se perciban como algo natural para que, de este modo, parezca que la existencia de una jerarquía de valor humano tiene un respaldo científico, natural. Una vez se consolidan las clasificaciones y las divisiones sociales, el miedo sustituye al entendimiento entre los grupos. Y cuando una minoría progresa en algún sentido, se despierta un sentimiento de victimismo en la población dominante. La política del orden público resulta muy atractiva a nivel grupal porque a nosotros nos asigna el papel de ciudadanos legales y a ellos, en cambio, el de delincuentes que no respetan la ley y amenazan con su comportamiento a la «masculinidad» del país. La ansiedad sexual también es típica del fascismo en política, porque la creciente igualdad de género es un desafío para la jerarquía patriarcal.

      A medida que crece el miedo que sentimos hacia ellos, nosotros pasamos a encarnar todas las virtudes. Nosotros vivimos en el corazón rural de la nación, donde la pureza de los valores y las tradiciones del país milagrosamente siguen existiendo, a pesar del cosmopolitismo de las ciudades y del enjambre de minorías que viven en ellas, envalentonadas por la tolerancia progresista. Nosotros somos muy trabajadores y ocupamos un lugar preferente porque nos lo hemos ganado a pulso con nuestros méritos y nuestro esfuerzo. Ellos, en cambio, son vagos y subsisten gracias a lo que producimos nosotros: se aprovechan de la generosidad de nuestro estado de bienestar o recurren a instituciones corruptas, como los sindicatos, para quitarles el sueldo a los ciudadanos honestos y trabajadores. Nosotros hacemos, ellos nos quitan.

      Mucha gente no está familiarizada con la estructura ideológica del fascismo, en la que cada mecanismo se construye sobre otros. No son conscientes de lo interconectadas que están las consignas políticas que se les pide que repitan. He escrito este libro con la esperanza de dar a los ciudadanos las herramientas críticas necesarias para que reconozcan la diferencia entre las tácticas legítimas de la política democrática liberal y las tácticas tendenciosas del fascismo.

      La propia historia de Estados Unidos nos deja como legado ejemplos de la mejor democracia liberal, pero también nos lleva a la raíz del pensamiento fascista (de hecho, Hitler se inspiró en las leyes confederadas y en las de Jim Crow). Después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, que provocó que ríos de refugiados huyeran de los regímenes fascistas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 reafirmó la dignidad de todo ser humano. La ex primera dama de Estados Unidos Eleanor Roosevelt impulsó la redacción y la adopción del documento, que después de la guerra pasó a representar los ideales estadounidenses y también los de las recién creadas Naciones Unidas. Fue una declaración valiente y firme; una ampliación del concepto liberal democrático de ‘persona’ para que incluyera a toda la comunidad mundial. Unió a todas las naciones y culturas en un compromiso común por la igualdad que se hizo eco en las aspiraciones de millones de personas que, en un mundo devastado, hacían frente a los estragos del colonialismo, el genocidio, el racismo, la guerra global y, sí, también el fascismo. Después de la guerra, el artículo 14 resultaba especialmente emotivo porque defendía el derecho de toda persona a pedir asilo. Aunque lo que buscaba esa declaración era evitar que se repitiera el sufrimiento vivido durante la Segunda Guerra Mundial, también reconocía que ciertos grupos quizá tuvieran que volver a huir de aquellos estados que una vez fueron sus hogares.

      Puede que el fascismo de hoy no sea exactamente como el de los años treinta, pero, una vez más, en todo el mundo hay refugiados que huyen. Y en muchos países, la propaganda fascista instrumentaliza su drama para decir que la nación está sitiada y que los desplazados son una amenaza y un peligro tanto dentro como fuera de las fronteras. El sufrimiento de los extranjeros puede consolidar la estructura del fascismo, pero, si se miran las cosas desde otra perspectiva, también puede hacer que renazca la empatía.

       1

       El pasado mítico

      En nombre de la tradición, los antisemitas hacen valer su «punto de vista». En nombre de la tradición, de ese largo pasado de historia, de ese parentesco de sangre con Pascal y Descartes, se les dice a los judíos: no podréis encontrar un lugar en la comunidad.

Скачать книгу