Facha. Jason Stanley
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2. Todo hutu debe saber que el papel de mujer, esposa o madre de familia es más adecuado para nuestras hijas hutu, que lo desempeñan a conciencia. ¿No son acaso hermosas, buenas ayudantes y más honestas?
Para la ideología Hutu Power, las mujeres de su grupo solo existen como mujeres y madres; a ellas corresponde la responsabilidad sagrada de velar por la pureza étnica hutu. Y precisamente la búsqueda de esta pureza étnica fue la excusa principal para matar a los tutsis en el genocidio de 1994.
Que el lenguaje de género marcado y las referencias al papel de la mujer y a su valor especial se suelen colar en el discurso político sin que se repare en sus implicaciones es un hecho. En las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, salió a la luz un vídeo en el que el candidato del Partido Republicano a la presidencia, Donald Trump, realizaba comentarios denigrantes sobre las mujeres. Mitt Romney, que fue candidato presidencial en 2012 por el mismo partido, reaccionó diciendo que los comentarios de Trump «degradan a nuestras esposas e hijas». Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, también miembro del Partido Republicano, declaró que «a las mujeres hay que respaldarlas y venerarlas; no cosificarlas». Los dos comentarios revelan una ideología patriarcal subyacente muy típica del Partido Republicano estadounidense. Lo que podían haber hecho estos políticos es exponer con claridad los hechos: que los comentarios de Trump denigran a nuestras conciudadanas, la mitad del país. Pero, en vez de eso, las palabras de Romney, formuladas con un lenguaje que recuerda al de los diez mandamientos hutus, describen a las mujeres exclusivamente en términos de subordinación familiar; como «esposas e hijas», ni siquiera como hermanas. Al decir que las mujeres son un «objeto de veneración» y no nuestras iguales, Paul Ryan las está cosificando en la misma frase que censura esta práctica.
En el fascismo, la familia patriarcal forma parte de una narrativa más amplia sobre las tradiciones nacionales. El primer ministro húngaro Viktor Orbán fue elegido en 2010. Y se ha encargado de desmantelar las instituciones liberales de ese país para crear lo que él describe abiertamente como «estado antiliberal». En abril de 2011, Orbán supervisó la implantación de la Ley fundamental húngara (la nueva Constitución del país). El objetivo de este nuevo conjunto de leyes aparece en su preámbulo, titulado «Declaración Nacional», donde se alaba a San Esteban, fundador del Estado húngaro, que «hizo de nuestro país parte de la Europa cristiana desde hace mil años». A continuación se declara el orgullo de pertenecer a un pueblo que «ha defendido durante siglos a Europa en una serie de luchas» (seguramente contra el Imperio otomano musulmán). Reconoce «el papel del cristianismo en la preservación del espíritu nacional» y se compromete a «impulsar y salvaguardar nuestro conjunto de bienes y valores». La Declaración Nacional acaba con la promesa de cumplir una «necesidad de renovación espiritual e intelectual largamente buscada» y de abrir una vía para que las nuevas generaciones húngaras consigan que «Hungría vuelva a ser grande».
El primer grupo de artículos de la Constitución húngara se llama «Fundamentos», y estos van encabezados por una letra. El artículo L dice lo siguiente:
(1) Hungría protegerá la institución del matrimonio, entendida como la unión voluntaria de un hombre y de una mujer, y de la familia como base de la supervivencia de la nación. Los lazos familiares deberán estar basados en el matrimonio o en la relación entre padres e hijos.
(2) Hungría fomentará el compromiso de tener hijos.
(3) Una ley cardinal regulará la protección de la familia.
Los artículos del grupo siguiente, «Libertad y responsabilidad», van encabezados por números romanos. El artículo II prohíbe el aborto.
El mensaje inequívoco que se quiere transmitir es que el patriarcado es una práctica virtuosa a la que hay que proteger del liberalismo incluyéndola oficialmente en la Ley fundamental del país. En la política fascista, el mito del pasado patriarcal amenazado por unos ideales liberales invasores desata el pánico ante la posible pérdida de la posición social tanto del hombre como del grupo dominante, que no podrá proteger la pureza de la nación ni su estatus de la invasión extranjera.
Para el fascismo, el «regreso» a una sociedad patriarcal supone una consolidación de la jerarquía, cuyo origen se remonta a mucho más atrás: en el caso de Hungría, a San Esteban. En aquel glorioso pasado, los miembros de la comunidad elegida, nacional o étnica, ocuparon merecidamente los principales puestos porque definieron la política cultural y económica que seguirían todos los demás. Y este aspecto es fundamental. Debemos entender que la política fascista es una política que se basa en la jerarquía —un ejemplo es la ideología supremacista blanca estadounidense—, un sistema que queda apuntalado cuando el poder consigue desplazar la realidad. Si consigues convencer a un pueblo de que es excepcional y de que está destinado a gobernar a otros pueblos por designio divino o ley natural, entonces le has hecho creer una mentira monstruosa.
El movimiento nacionalsocialista surgió del movimiento völkisch alemán, que buscaba volver a las tradiciones de un pasado mítico medieval germano. Aunque Adolf Hitler estaba más obsesionado con una visión particular de la antigua Grecia como modelo para su Reich, destacados nazis como Alfred Rosenberg o Heinrich Himmler, uno de los miembros más poderosos del régimen, eran fervientes admiradores y promotores del pensamiento völkisch. Bernard Mees escribe lo siguiente en The Science of the Swastika, la obra de 2008 en la que conecta el estudio de la antigüedad germánica y el nazismo:
Los escritores völkisch se dieron cuenta enseguida de que podían utilizar la imagen que se tenía de los antiguos alemanes con fines prácticos: el glorioso pasado germánico justificaría los objetivos imperialistas del presente. El deseo de Hitler de dominar el continente europeo se explicaba en las revistas nazis de finales de los años treinta sencillamente como el cumplimiento del destino germánico, que repetía las migraciones prehistóricas arias y las germánicas que tendrían lugar más tarde, durante la Antigüedad tardía, por todo el continente.8
Desde entonces, las tácticas desarrolladas por Rosenberg, Himmler y otros líderes nazis han sido un referente para los fascismos de otros países. Para los seguidores del movimiento indio Hindutva, por ejemplo, el verdadero pueblo autóctono de la India era el hindú, que vivía conforme a las costumbres patriarcales, era estricto y conservador en sus prácticas sexuales hasta que primero los musulmanes y luego los cristianos implantaran sus decadentes valores occidentales. El movimiento Hindutva se ha inventado su propio relato mítico del pasado indio, en el que solo tiene cabida una nación hindú pura. Esta versión de la historia india se aleja considerablemente de la aceptada por los expertos. El Bharatiya Janata Party (BJP), principal partido nacionalista indio, adoptó la ideología Hindutva como credo y ganó mucho peso en el país con una retórica emocional que pedía que se regresara a ese pasado ficticio, patriarcal y extremadamente conservador que abogaba por una sola etnia y religión. El BJP surgió del brazo político del Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), el partido político hindú de ultraderecha que defendía la eliminación de las minorías no hindúes. Nathuram Godse, el asesino de Gandhi, era miembro de este partido, igual que Narendra Modi, el actual