Facha. Jason Stanley

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elogiaban frecuentemente.

      El objetivo estratégico de estas interpretaciones jerárquicas de la historia es desplazar la verdad. Además, la invención de un pasado glorioso permite la supresión de cualquier realidad incómoda. La política fascista idealiza el pasado, pero el pasado que se idealiza jamás es el real. Estas historias inventadas también relativizan o eliminan por completo los pecados anteriores de la nación. Es típico de los políticos fascistas interpretar el presente histórico del país en términos conspirativos, como un relato tramado por las élites liberales y cosmopolitas para perseguir a la gente de la verdadera «nación». En Estados Unidos, se levantaron monumentos confederados mucho después de que acabara la Guerra de Secesión como parte de una interpretación idealizada de un heroico pasado sureño que maquillaba los horrores de la esclavitud. El presidente Donald Trump denunció que se intentara relacionar ese pasado mítico con la esclavitud para culpar a los americanos de raza blanca de querer celebrar su «patrimonio».

      Al borrar el auténtico pasado, se legitima la idea de que existió una nación anterior étnicamente pura y virtuosa. Parte de la limpieza étnica de los rohinyás en Birmania consiste en eliminar todo rastro de su existencia física e histórica. Para U Kyaw San Hla, funcionario del Ministerio de Seguridad de Rakáin, Estado en el que ha vivido desde siempre este grupo, «no existe tal cosa como los rohinyás. Es una ficción».9 Según un informe de octubre de 2017 del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, las fuerzas de seguridad birmanas han intentado «borrar de la faz de la Tierra cualquier punto de referencia de la geografía y de la memoria rohinyá para que un posible regreso solo los situara ante un panorama desolador e irreconocible». Antes de 2012, en ciertas zonas del Estado birmano de Rakáin florecía una comunidad multiétnica y multirreligiosa. Sin embargo, la situación se ha alterado por completo para que no quede ningún rastro de la población musulmana.

      El fascismo rechaza cualquier momento oscuro del pasado de la nación. A principios de 2018, el Parlamento polaco aprobó una ley según la cual es ilegal sugerir que Polonia es responsable de las atrocidades cometidas en su territorio durante la ocupación nazi, ni tampoco de los pogromos que tuvieron lugar en aquella época, extensamente documentados. Según la emisora nacional polaca, «el primer apartado del artículo 55a del proyecto de ley dice que “Quien alegue, públicamente y en contra de los hechos, que la nación polaca o la República de Polonia es responsable o corresponsable de los crímenes nazis cometidos por el Tercer Reich [...] o de otros delitos que constituyen crímenes contra la paz, crímenes contra la humanidad o crímenes de guerra, o quienquiera que de otra forma diluya seriamente la responsabilidad de los verdaderos perpetradores de dichos crímenes será sancionado con una multa o pena de cárcel de hasta tres años”». El artículo 301 del código penal turco ilegaliza «el insulto a la identidad turca», que incluye la alusión al genocidio armenio que tuvo lugar durante la Primera Guerra Mundial. Tales intentos de legislar la supresión del pasado de una nación son característicos de los regímenes fascistas.

      El Front National es el partido de la ultraderecha francesa y la primera agrupación neofascista de Europa Occidental que ha conseguido un importante éxito electoral. Su líder original, Jean-Marie Le Pen, fue condenado por negar el Holocausto. Su hija Marine Le Pen lo sucedió al frente del partido: fue segunda en las elecciones presidenciales francesas de 2017. La implicación de la policía gala en la detención de judíos franceses que después fueron enviados a los campos de concentración nazis durante el régimen de Vichy ha quedado sobradamente demostrada. Sin embargo, durante la campaña electoral de 2017, Marine Le Pen negó la complicidad francesa en aquella gran redada contra los judíos franceses: trece mil de ellos fueron llevados al Velódromo de Invierno y, después, a los campos de exterminio nazis. En una entrevista televisiva de abril de 2017, dijo: «No creo que Francia sea responsable de lo que pasó en el Vel’ d’Hiv. [...] Los responsables, en todo caso, fueron los que estaban en el poder en ese momento, no Francia». Además, añadió que la cultura liberal dominante «ha enseñado a nuestros hijos que les sobran motivos para criticar [al país] y no ver más que los episodios oscuros de nuestra historia. Y yo quiero que vuelvan a sentirse orgullosos de ser franceses».

      En Alemania, donde las leyes impiden que se niegue públicamente el Holocausto, se produjo una gran conmoción general cuando el partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (Alternativ für Deutschland, AfD) quedó tercero en las elecciones parlamentarias de 2017. Durante la campaña electoral, en septiembre de 2017, uno de los cabecillas del partido, Alexander Gauland, dijo en su discurso: «Si hay un pueblo al que se le haya asignado un pasado falso por antonomasia, ese es el pueblo alemán». Gauland exigía «que se le devolviera su pasado al pueblo alemán». Con ello se refería a un pasado en el que los alemanes «podían enorgullecerse de los logros de nuestros soldados en las dos Guerras Mundiales». Del mismo modo que los políticos del Partido Republicano estadounidense quieren sacar tajada del resentimiento (y del voto) de los blancos denunciando que la brutalidad de la esclavitud, confirmada por la investigación académica, es un modo de «culpabilizar» a los americanos de raza blanca, en especial a los sureños, AfD quiere ganar votos representando la historia fiel del pasado nazi alemán como si se tratara de una especie de persecución contra el pueblo alemán. Ese mismo año, uno de los líderes del AfD, Björn Höcke, dio un discurso en Dresde en el que habló apasionadamente de la necesidad de tener «una cultura de la memoria que ante todo nos ponga en contacto con los grandes logros de nuestros antepasados».10

      El comentario de Höcke sobre la «cultura de la memoria» resulta inquietante porque evoca las palabras del creador del mito de la Alemania nazi. En 1936, el mismísimo Heinrich Himmler también se refirió a la importancia de defender los éxitos pasados:

      Un pueblo vivirá feliz en el presente y en el futuro siempre que conozca su pasado y la grandeza de sus ancestros. [...] Queremos que nuestros hombres y que el pueblo alemán tengan muy claro que nuestro pasado no se remonta solo a unos mil años, que no éramos unos bárbaros sin cultura propia que tuvieran que obtenerla de otros. Lo que queremos es que nuestras gentes vuelvan a sentirse orgullosas de nuestra historia.11

      Cuando no se inventa directamente un pasado para hacer de la nostalgia un arma, el fascismo selecciona con cuidado los acontecimientos del pasado, pasando por alto aquellos que podrían poner en peligro la veneración ciega de la gloriosa nación.

      Si queremos tener un debate sincero sobre lo que debe hacer nuestro país y la política que hay que adoptar, necesitamos partir de una base común de la realidad que también tenga en cuenta nuestro pasado. En una democracia liberal, la historia debe respetar el principio de la verdad y darnos una visión precisa del pasado, y no una historia que responda a intereses políticos. En cambio, una característica propia del fascismo es su necesidad de mitificar el pasado con el objetivo de crear una versión del legado nacional que pueda usarse como arma para el provecho político.

      Si el hecho de que haya políticos que intencionadamente piden que se elimine cualquier acontecimiento histórico doloroso de nuestro pasado no nos preocupa, entonces vale la pena que nos familiaricemos con lo que se ha publicado en el ámbito de la psicología sobre la memoria colectiva. En su artículo de 2013 «Motivated to “Forget”: The Effects of In-Group Wrongdoing on Memory and Collective Guilt», Katie Rotella y Jennifer Richeson dieron a conocer a los participantes, de nacionalidad estadounidense, historias «sobre la opresión y la violencia a la que fueron sometidos los indígenas americanos» de una de las dos maneras siguientes: «En concreto, se describió a los autores de los actos violentos como primeros americanos (condición de grupo de pertenencia) o como europeos que se asentaron en lo que más tarde sería América (condición de grupo externo)».12 El estudio reveló que la gente tiende a sufrir una especie de amnesia ante conductas indebidas cuando se especifica claramente que los responsables son sus compatriotas. Si a los sujetos americanos se les mostraba que los autores de la violencia eran americanos (en vez de europeos), parecían tener peor memoria para los hechos históricos negativos y «lo que sí recordaban lo expresaban con mayor desdén si los

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