Facha. Jason Stanley

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Facha - Jason Stanley

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lógico empezar este libro allá donde la política fascista sitúa incansablemente su origen: el pasado. El fascismo evoca un pasado mítico y puro trágicamente destruido. Según cómo se defina la nación, la pureza de ese pasado mítico será religiosa, racial, cultural o incluso combinará todas estas características. Pero toda mitificación fascista comparte una estructura común: en el pasado mítico fascista predomina una versión exagerada de la familia patriarcal, incluso muy recientemente. Tiempo atrás, ese pasado mítico fue una época gloriosa para la nación, con guerras de conquista lideradas por generales patrióticos y ejércitos de leales y sanos compatriotas que luchaban mientras sus mujeres se quedaban en casa criando a la siguiente generación. Ya en el presente, el fascismo toma esos mitos como base de la identidad de la nación.

      Según el relato de los nacionalistas radicales, este pasado glorioso llega a su fin por culpa de la humillación que supone la globalización, el cosmopolitismo liberal y el respeto por «valores universales» como la igualdad. Unos valores que, en teoría, han debilitado a la nación ante los retos y dificultades que la amenazan.

      Estos mitos, por lo general, se basan en la creencia en un falso pasado uniforme que perdura en las tradiciones de los pueblos y zonas rurales, apenas contaminados por la decadencia liberal de las ciudades. Esta uniformidad —lingüística, religiosa, geográfica o étnica— puede ser de lo más normal y nada alarmante en algunos movimientos nacionalistas, pero los mitos fascistas se caracterizan por buscar la singularidad fabricando una gloriosa historia nacional en que los miembros de la nación elegida gobernaron a otros como resultado de conquistas y logros que llevaron a la creación de la civilización. Por ejemplo, en el imaginario fascista, el pasado siempre va asociado a unos roles de género tradicionales y patriarcales. La estructura específica del pasado mítico fascista refuerza su ideología autoritaria y jerárquica. Que las antiguas sociedades casi nunca fueran tan patriarcales —ni tan esplendorosas— como las retrata la ideología fascista es irrelevante. Esta historia imaginada justifica la imposición de una jerarquía en el presente y dicta cómo debe comportarse y qué aspecto debe tener la sociedad actual.

      En un discurso pronunciado en el Congreso fascista de Nápoles de 1922, Benito Mussolini declaró:

      Hemos creado nuestro mito. Y ese mito es una fe, una pasión. No hace falta que sea una realidad. [...] ¡Nuestro mito es la nación, la grandeza de la nación! Y a este mito, a esta grandeza que queremos convertir en realidad palpable, lo subordinamos todo.1

      Aquí, Mussolini aclara que el pasado mítico fascista es intencionadamente mítico. La función del pasado mítico en la política fascista es aprovechar ese sentimiento nostálgico para apuntalar los principios centrales de la ideología fascista: el autoritarismo, la jerarquía, la pureza y la lucha.

      Con la creación de un pasado mítico, la política fascista crea un vínculo entre la nostalgia y la materialización de los ideales fascistas. Los alemanes fascistas se dieron perfecta cuenta de la importancia del uso estratégico del pasado mítico. Alfred Rosenberg, ideólogo principal del nazismo y editor del destacado periódico nazi Völkischer Beobachter, escribe en 1924 que «conocer y respetar nuestro pasado mitológico y nuestra historia será la primera condición para que arraigue con firmeza la siguiente generación en una tierra que es la madre patria europea».2 El pasado mítico fascista existe para ayudar a cambiar el presente.

      Los políticos fascistas quieren implantar el ideal de la familia patriarcal en la sociedad (o volver a él, como dicen ellos). Esta familia patriarcal siempre se representa como pieza central de las tradiciones de la nación, debilitadas (incluso en los últimos tiempos) por la llegada del liberalismo y del cosmopolitismo. Pero ¿por qué es tan importante estratégicamente el régimen patriarcal en la política fascista?

      En una sociedad fascista, la figura del líder de la nación es equivalente a la del padre en la familia patriarcal tradicional. El líder es el padre de la nación, y su fuerza y poder son la base de su autoridad legal, igual que se supone que la fuerza y el poder del padre de familia en el régimen patriarcal son la base de la autoridad moral suprema que ejerce sobre su mujer y sus hijos. El líder mantiene a su nación, igual que en la familia tradicional el padre es el sostén. La autoridad del padre patriarcal viene de su fuerza, y la fuerza es el principal valor autoritario. Al darle al pasado de la nación una estructura familiar patriarcal, el fascismo conecta la nostalgia con una estructura jerárquica de poder centralizado que se plasma a la perfección en estas normas.

      Gregor Strasser fue jefe de propaganda del Reich nacionalsocialista alemán en los años veinte, antes de que Joseph Goebbels ocupara ese puesto. Según Strasser, «para un hombre, el servicio militar es la forma de participación más profunda y valiosa; ¡para la mujer es la maternidad!».3 Paula Siber, responsable en funciones de la Organización de Mujeres Nacionalsocialistas, dijo que «ser mujer es ser madre; es reafirmar con toda la fuerza del alma el valor de ser madre y que sea ley de vida [...]. La vocación de la mujer nacionalsocialista no es solo tener hijos, sino criarlos para su pueblo, con voluntad y una devoción total por su papel y su deber como madre».4 Richard Grunberger, historiador británico del nazismo, resume «la esencia del pensamiento nazi sobre el tema de la mujer» como «un dogma de desigualdad entre sexos tan inalterable como el que existe entre razas».5 La historiadora Charu Gupta llega a decir en su artículo de 1991 «Politics of Gender: Women in Nazi Germany» que «la opresión de la mujer en la Alemania nazi es el ejemplo más exagerado de antifeminismo de todo el siglo XX».6

      La idea de que existen unos roles de género ideales está volviendo a dictar el curso de los movimientos políticos. En 2015, el partido polaco de derechas Ley y Justicia (en polaco, Prawo i Sprawiedliwość o PiS) ganó con una aplastante mayoría las elecciones al Parlamento y se convirtió en el principal partido de Polonia. En la actualidad, el deseo principal de este partido es el regreso a las tradiciones sociales cristianas de la Polonia rural. La mayoría de sus políticos desprecian sin rodeos la homosexualidad. Es un partido contrario a la inmigración, y la Unión Europea ha condenado sus medidas más antidemocráticas, como la creación de leyes que permiten que los ministros del Gobierno (miembros del partido) tengan el control total de los medios de comunicación estatales porque pueden contratar y despedir a los responsables de comunicación de las cadenas de radio y televisión polacas. Sin embargo, a nivel internacional el partido es más conocido por su extremismo en política de género. El aborto ya estaba prohibido en Polonia, salvo si el feto sufría daños importantes e irreversibles, el embarazo suponía riesgos graves para la madre o si era fruto de una violación o de incesto. El nuevo proyecto de ley presentado por el PiS pretendía eliminar la violación y el incesto como excepciones a la prohibición del aborto y condenar a prisión a las mujeres que siguieran adelante con la intervención. Si no prosperó fue gracias al clamor popular y a las multitudinarias manifestaciones de las mujeres, que se lanzaron en tromba a las calles de las ciudades polacas.

      Ideas como estas sobre el género están calando hondo en todo el mundo, también en Estados Unidos, y no es infrecuente recurrir a la historia como excusa para dar fuerza al argumento. Andrew Auernheimer, conocido como Weev, es un destacado neonazi que dirigía el periódico fascista digital The Daily Stormer junto con Andrew Anglin. En mayo de 2017, publicó un artículo en este diario titulado «Just What Are Traditional Gender Roles?», en el que afirmaba que tradicionalmente a la mujer se la consideraba una propiedad en todas las culturas europeas, excepto en las comunidades judías y en algunas gitanas, que eran matrilineales:

      Por eso los judíos tenían tanto interés en atacar estas ideas, porque la transmisión de la propiedad por la línea paterna era una ofensa para su cultura. Si en Europa existe la idea absurda de que la mujer es un ente independiente es por culpa de los agentes subversivos organizados del judaísmo.7

      Según Weev, que se hace eco de lo que decía el nazismo en el siglo XX, los roles de género patriarcales

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