Los años setenta de la gente común. Sebastián Carassai

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Los años setenta de la gente común - Sebastián Carassai Hacer Historia

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los que ganaron, solamente [votó] a Alfonsín”. Esta frase representa una flagrante contradicción. Si votó a Frondizi y a Illia, presidentes en 1958-1962 y 1963-1966 respectivamente, no es cierto que sólo ganó con Alfonsín. ¿Por qué, al concluir el recuerdo de los candidatos por los que votó y ganaron, omitió mencionar a Frondizi y a Illia? ¿Por qué debía preocuparme yo si ella hubiera ganado más veces, algo implícito en su aclaración final? En estos testimonios se vuelve evidente cierta satisfacción en presentarse como parte de una minoría destinada largamente a perder en virtud de que tiene razón pero no votos, sabe pero no gana, vota pero no gobierna.

      El ensimismamiento, la ironía o el cinismo, y esta percepción de sí como una minoría perdidosa pero iluminada, son tres de las formas que asumen en el discurso de las clases medias no peronistas las dos actitudes que explican mucho del comportamiento de estos sectores entre 1973 y 1976. Ambas actitudes, la resignación y la deserción, configuran el otro rostro del antiperonismo. Este no tuvo solamente una cara feroz, revanchista, conspirativa, decidida a celebrar la caída de todo gobierno peronista. En el período 1973-1976 presentó otro rostro, aunque no favorable al peronismo, sí resignado a él. Sintió que perdió cuando ganó Cámpora, pero no se sintió triunfante cuando cayó Isabel. Abandonó la escena política argentina en 1973 como quien se rinde ante lo imperturbable y, ya en un desierto anímico, recibió la noticia del golpe de 1976 con la indiferencia de lo inevitable.

      Eva Perón, o el antiperonismo por otros medios

      En el análisis de la sensibilidad antiperonista hecho hasta aquí, omití referirme al reconocimiento que estas clases medias realizan hoy de ciertos aspectos positivos del primer peronismo (1945-1955). Más difícil es, en cambio, que encuentren virtudes a la experiencia que se inició con Cámpora y culminó con Isabel. Al primer peronismo se le reconoce la puesta en funcionamiento de una legislación laboral y social que benefició a los trabajadores, la visión de que el país debía profundizar el desarrollo industrial y la ampliación del mercado interno a través de la incorporación de nuevos sectores sociales al consumo. Algunos mencionan también que Perón salvó a la Argentina del comunismo, protegió al trabajador mediante la sindicalización masiva, otorgó el voto femenino y, sobre todo en Correa, transformó el régimen de tenencia de tierra y creó el estatuto del peón rural. Estos reconocimientos, sin embargo, aparecen a menudo acompañados por un “pero”: es cierto que Perón aplicó una legislación laboral virtuosa, pero esas ideas ya estaban en el partido socialista; es cierto que sindicalizó a los trabajadores, pero lo hizo a costa de que le rindieran pleitesía, etc.

      Eva Perón, un componente esencial al ideario peronista, sin embargo, es recuperada con énfasis, casi sin claroscuros, por muchos de quienes provienen de una tradición no peronista. En esta sección, analizo esta recuperación póstuma de Eva Perón como modo de reafirmación de aquella sensibilidad antiperonista.

      A continuación comento, a modo de ejemplo, un testimonio recogido en Tucumán, para luego concentrarme más detalladamente en el caso de Correa, que reviste especial interés. Pertenece a Juana Alberdi, mujer de letras e idiomas, nacida en los años cuarenta. Como en muchos otros casos, la reivindicación de Eva no se ocasionó a propósito de una pregunta sobre ella; surgió mientras veíamos imágenes de Isabel Perón.

      Luego de imitar su “voz histérica” y de expresar que Isabel fue “una marioneta”, Juana agregó:

      Mirá, de las mujeres que han estado en el país nuestro, para mí la única rescatable… aparte de los personajes que uno sabe, si te das con la historia, como la Azurduy […] Bueno, de las conocidas, la única que me merece respeto es la Eva Perón. Una, porque era linda. Dos, porque era inteligente, porque aprendía rápido, porque en realidad era una luz para aprender, porque llevaba la ropa como se la debe llevar. O sea, no como una marioneta. Porque era apasionada y porque creo que se metió en su papel como si fuera una obra de teatro, se metió de lleno y tuvo la decencia de morirse a los 33 años, en la plenitud. ¡Ha sido un personaje romántico! Se ha muerto en la plenitud de sus pasiones, con ese hijo de puta de marido que si no se moría la iba a reventar. Él estaba dispuesto a reventar a esa mujer. Porque se daba cuenta que esta mujer tenía algo que él no tenía […] Porque la mina esta creía. Yo no sé si bien o mal, pero la mina estaba convencida de lo que hacía.

      El caso de Correa reviste interés especial. Un pueblo de esas dimensiones permite apreciar mejor el impacto que tuvo en la vida cotidiana la antinomia que opuso peronistas a antiperonistas, al menos hasta la Revolución Libertadora. Correa fue un pueblo con una fuerte mayoría demócrata progresista hasta la aparición del peronismo. A partir de allí, el justicialismo ganó todas las elecciones a las que se presentó hasta 2009. La enorme mayoría de las clases medias, sin embargo, permaneció demócrata progresista o radical, y a partir de finales de los años cincuenta, también desarrollista, pero en cualquier caso, antiperonista.

      Los años setenta fueron políticamente tranquilos en Correa. Los años cuarenta y cincuenta, en cambio, no tanto. La Alianza Libertadora local, un grupo de entre veinte y treinta personas que “custodiaba” los intereses del régimen peronista, desempeñó un papel eficaz en su tarea de perseguir a los “contreras”. Los entrevistados mencionan desde antiperonistas encarcelados hasta boicots comerciales, pasando por la burla pública y el matonismo contra quienes se rebelaban contra los jefes peronistas. Del otro lado de la antinomia se destaca un episodio que involucró a la figura de Eva Perón.

      En 1955, con la caída del régimen peronista, desde una ciudad vecina a Correa partió por la Ruta 9 una caravana de autos, el primero de los cuales arrastraba un busto de Eva. Al llegar a Correa, la caravana entró al pueblo y dio vueltas alrededor de la plaza; pasó por la municipalidad, la iglesia y el club. Cada tanto, se detenía para que la gente se pudiera acercar. Aún hoy los correanos dicen recordar detalles de ese acontecimiento: gente aplaudiendo el paso de la caravana desde las veredas de sus casas, el busto de Eva casi irreconocible (en 1955 no había pavimento), los bocinazos, los gritos, la algarabía de los niños. El busto finalmente fue a parar al arroyo de Cañada de Gómez. Lo supe porque Silvia Lagomarconi, líder de una de las unidades básicas del pueblo, contó que fue a rescatarlo. Amanda Gómez, la responsable de la otra unidad básica que había en Correa, no pudo acompañar a Silvia. Según cuenta hoy, el policía del pueblo le avisó que debía “rajar” el mismo día en que cayó Perón. Amanda se exilió durante más de un año en el campo, en casas de peronistas que vivían en zonas rurales, luego de hacer un pozo en el fondo de su casa y esconder todo lo que tenía en su unidad básica. Lo único que llevó consigo fue su arma.

      Lo dicho alcanza para percibir tanto la virulencia que cobró en un pequeño pueblo como Correa la oposición entre peronistas y antiperonistas como el carácter emblemático que envolvía a la figura de Eva Perón. Aún tres años después de muerta, Eva era el símbolo que, para propios y extraños, mejor condensaba el régimen peronista. Más de medio siglo después de que las clases medias antiperonistas de Correa aplaudieran el paso de aquella caravana, Eva Perón es reivindicada. Los siguientes dos pasajes que transcribo pertenecen a los correarnos Ema Mateo y Claudio Mastrángelo. En los dos casos, y al igual que en el ejemplo

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