Las leyes de la naturaleza humana. Robert Greene

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es complicado. Requiere simplemente conocer y practicar un proceso de tres pasos. Primero, tenemos que estar al tanto de lo que llamaremos la irracionalidad de grado inferior. Esta modalidad está en función de los continuos estados de ánimo y sentimientos que experimentamos en la vida por debajo del nivel de la conciencia. Cuando planeamos o tomamos decisiones, no reparamos en que esos estados de ánimo y sentimientos distorsionan el proceso mental. Crean en nuestro pensamiento sesgos tan arraigados que es posible ver pruebas de ellos en todas las culturas y periodos de la historia. Esos sesgos tergiversan la realidad y desembocan en errores y decisiones ineficaces que nos complican la existencia. Si los entendemos, podremos compensar sus efectos.

      Segundo, debemos conocer las propiedades de lo que llamaremos la irracionalidad de grado superior. Ésta ocurre cuando nuestras emociones se avivan, debido por lo común a ciertas presiones. Cuando pensamos en nuestra ira, entusiasmo, rencor o desconfianza, la emoción implicada se intensifica en un estado reactivo: interpretamos todo lo que vemos y oímos a través del cristal de ese sentimiento. Nos volvemos más sensibles y más propensos a otras reacciones emocionales. La impaciencia y el rencor pueden derivar en ira y desconfianza. Estos estados reactivos son los que inducen a la gente a la violencia, las obsesiones maniáticas, la codicia incontrolable o los deseos de controlar a los demás. Esta versión de la irracionalidad es la fuente de problemas más agudos: crisis, conflictos y decisiones desastrosas. Saber cómo opera esta clase de irracionalidad nos permitirá reconocer el estado reactivo cuando ocurre y dar marcha atrás antes de que hagamos algo que lamentaremos después.

      Tercero, debemos poner en práctica ciertas estrategias y ejercicios que fortalezcan la parte pensante del cerebro y le otorguen más poder en la eterna lucha con nuestras emociones.

      Los tres pasos siguientes te ayudarán a emprender el camino a la racionalidad. Sería prudente que los incorporaras en tu estudio y práctica de la naturaleza humana.

      Paso uno: reconoce los sesgos

      Las emociones afectan sin cesar nuestros procesos mentales y decisiones por debajo del nivel de la conciencia. Y la emoción más común de todas es el deseo de placer y la evasión del dolor. Es casi inevitable que nuestros pensamientos giren alrededor de ese deseo; nos abstenemos de contemplar ideas dolorosas o desagradables. Damos por supuesto que buscamos la verdad o somos realistas, cuando lo cierto es que nos aferramos a ideas que nos liberan de la tensión, satisfacen nuestro ego y nos hacen sentir superiores. Este principio del placer en el pensar es la fuente de todos nuestros sesgos mentales. Creerte inmune a cualquiera de los sesgos siguientes es un buen ejemplo del principio del placer en acción. Indaga en cambio cómo operan en ti y aprende a identificar esa irracionalidad en los demás.

      Sesgo de confirmación

      Considero las evidencias y tomo decisiones a través de procesos más o menos racionales

      Para convencernos de que llegamos racionalmente a una idea, buscamos evidencias que sustenten nuestra opinión. ¿Qué podría ser más objetivo o científico que eso? Pero debido al principio del placer y su inconsciente influencia en nosotros, nos las arreglamos para dar con las evidencias que confirman lo que queremos creer. Esto se conoce como sesgo de confirmación.

      Podemos ver este sesgo en operación en los planes de la gente, en particular los que implican grandes apuestas. Un plan se hace para poder llegar a un objetivo deseado. Si la gente estimara las consecuencias negativas y positivas, quizá temería actuar. Es inevitable entonces que, sin darse cuenta de ello, opte por la información que confirma el resultado deseado, el escenario color de rosa. También vemos en operación este sesgo cuando la gente busca consejo; ésta es la perdición de los consejeros. Al final, lo que la gente desea oír es que un experto confirme la validez de sus ideas y preferencias. Interpretará lo que dices a la luz de lo que quiere escuchar; si tu consejo es contrario a sus deseos, buscará la manera de subestimar tus opiniones, tu supuesta pericia. Entre más poderosa es una persona, más sujeta está al sesgo de confirmación.

      Cuando investigues este sesgo en el mundo, analiza las teorías que parecen demasiado buenas para ser verdad. Suelen basarse en estudios y estadísticas, muy fáciles de encontrar una vez que te convences de que tu argumento es correcto. En internet es muy sencillo hallar estudios que apoyen ambos lados de una cuestión. En general, nunca aceptes la validez de una idea sobre la base de que se apoya en “evidencias”. Examina éstas a la luz del día, con todo el escepticismo que puedas. Tu primer impulso debería ser buscar pruebas que desmientan tus más caras creencias y las de los demás. Esto es ciencia de verdad.

      Sesgo de convicción

      Creo tan firmemente en esta idea que de seguro es cierta

      Nos aferramos a una idea porque nos agrada en secreto, aunque es probable que en el fondo dudemos de su veracidad; así, nos empeñamos en convencernos de lo contrario: en creer en ella con vehemencia y contradecir ruidosamente a quien nos refute. “¿Cómo podría no ser cierta esta idea si nos infunde tanta energía para defenderla?”, nos decimos. Este sesgo se revela aún más claramente en nuestra relación con un líder: si expresa una opinión con palabras y gestos encendidos, vívidas metáforas, divertidas anécdotas y una convicción profunda, esto significa sin duda que la ha examinado con detenimiento, pues de lo contrario no la expresaría con tal certidumbre. Quienes, en cambio, verbalizan matices con un tono vacilante revelan debilidad y desconfianza de sí mismos quizá mienten, o al menos eso pensamos. Este sesgo nos vuelve susceptibles a los vendedores y demagogos que exhiben convicción como un medio para persuadir y engañar. Saben que la gente está ansiosa de que la distraigan, así que envuelven sus verdades a medias con efectos dramáticos.

      Sesgo de apariencia

      Conozco a quienes trato, los veo tal como son

      No vemos a la gente como es, sino como nos parece que es, y las apariencias engañan. Primero, en situaciones sociales las personas han aprendido a presentar la fachada apropiada para que se les juzgue de forma positiva. Dan la impresión de estar a favor de las causas más nobles y se presentan siempre como trabajadoras y concienzudas. Confundimos estas máscaras con la realidad. Segundo, tendemos a caer en el efecto de halo: cuando vemos en una persona ciertas cualidades o defectos (torpeza social, inteligencia), los asociamos con otros. Los individuos de buen porte suelen parecernos dignos de confianza, sobre todo si son políticos. Si una persona es exitosa, creemos probable que también sea ética, concienzuda y digna de su buena suerte. Esto encubre el hecho de que muchos sujetos que destacan lo consiguen mediante acciones menos que éticas, que ellos ocultan astutamente.

      Sesgo grupal

      Mis ideas son mías. No escucho al grupo. No soy conformista

      Somos animales sociales por naturaleza. La sensación de aislamiento, de diferencia del grupo, es deprimente y aterradora. Experimentamos un enorme alivio cuando encontramos a otros que piensan como nosotros. De hecho, nos sentimos motivados a adoptar ideas y opiniones ajenas justo porque nos brindan alivio. Pero como no estamos al tanto de esta influencia, imaginamos que llegamos solos a ciertas ideas. Considera a quienes apoyan a un partido u otro, una ideología: entre ellos prevalece una ortodoxia o corrección notable, sin que nadie diga nada ni aplique una presión expresa. Si alguien se sitúa en la derecha o la izquierda, como por arte de magia sus opiniones seguirán esa dirección en docenas de asuntos, aunque pocos admitirían esta influencia en sus patrones mentales.

      Sesgo de la culpa

      Aprendo de mis errores y mi experiencia

      Errores y fracasos suscitan la necesidad de explicar. Queremos aprender la lección y no repetir la experiencia. Pero la verdad es que no nos gusta examinar demasiado lo que hicimos y nuestra introspección es limitada. La reacción inmediata es culpar a otros, las circunstancias o un momentáneo tropiezo

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