Las leyes de la naturaleza humana. Robert Greene
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Presión en ascenso
Quienes te rodean tienden a parecer sensatos y en control de su vida. Pero coloca a cualquiera de ellos en situaciones estresantes, con una presión ascendente, y verás una realidad distinta. La serena máscara de autocontrol se eliminará. Caerán presas de la cólera, revelarán una vena paranoica y se volverán hipersensibles, y con frecuencia mezquinos. Bajo estrés o una amenaza, las partes más primitivas del cerebro se ven estimuladas e involucradas, lo que arrolla las facultades racionales de la gente. De hecho, el estrés o la tensión pueden revelar defectos que las personas han escondido con todo cuidado. Es aconsejable observar a la gente en esos momentos, como un medio para juzgar su verdadero carácter.
Cada vez que percibas una presión creciente y niveles de estrés en tu vida, obsérvate con atención. Monitorea toda señal de susceptibilidad o sensibilidad inusual, súbitos recelos, temores desproporcionados con las circunstancias. Observa con tanto desapego como puedas y busca tiempo y espacio para estar solo. Necesitas perspectiva. Jamás des por supuesto que puedes soportar un estrés gradual sin un escape emocional. Eso es imposible. Pero mediante tu conciencia y reflexión evitarás tomar decisiones que lamentarías después.
Individuos explosivos
Hay personas en el mundo que tienden por naturaleza a provocar intensas emociones en casi todos los que las rodean. Esas emociones van de un extremo a otro entre el amor, el odio, la confianza y el recelo. Algunos ejemplos en la historia incluirían al rey David en la Biblia, Alcibíades en la antigua Grecia, Julio César en la antigua Roma, Georges Danton durante la Revolución francesa y Bill Clinton. Estos individuos tienen cierto grado de carisma; poseen la capacidad para expresar con elocuencia lo que sienten, y esto despierta ineludiblemente en los demás emociones paralelas. Sin embargo, algunos de ellos pueden ser muy narcisistas; proyectan al exterior su drama y problemas internos y atrapan a la gente en la confusión que generan. Esto atrae a algunos y repele a otros.
Es mejor que reconozcas a estos sujetos explosivos por la forma en que afectan a los demás, no a ti. Nadie puede permanecer indiferente a ellos. La gente se descubre incapaz de razonar o guardar distancia en su presencia. Te hacen pensar continuamente en ellos cuando están ausentes. Tienen una naturaleza obsesiva y pueden inducir acciones extremas propias de un seguidor devoto o un enemigo inveterado. En cualquier extremo del espectro —atracción o repulsión—, tenderás a ser irracional y te verás en la desesperada necesidad de distanciarte. Una buena estrategia es ver más allá de la fachada que esos individuos exhiben. Intentan proyectar infaltablemente una imagen imponente, una cualidad mítica e intimidante; de hecho, sin embargo, son demasiado humanos, con las mismas inseguridades y debilidades que todos poseemos. Intenta reconocer estos rasgos tan humanos y desmitificarlos.
El efecto grupal
Ésta es la variedad de grado superior del sesgo grupal. Cuando estamos en un grupo de dimensiones lo bastante grandes, cambiamos. Obsérvate y mira a los demás en un acto deportivo, un concierto, una reunión religiosa o política. Es imposible que las emociones colectivas no te atrapen. Tu corazón late más fuerte. Lágrimas de felicidad o tristeza acuden más pronto a tus ojos. Estar en un grupo no estimula el razonamiento independiente, sino un intenso deseo de pertenencia. Esto sucede por igual en un entorno de trabajo, en particular si el líder explota las emociones de la gente para incitar deseos competitivos y agresivos o crea una dinámica de “ellos contra nosotros”. El efecto grupal no requiere necesariamente la presencia de otros. Puede ocurrir de manera viral, como cuando cierta opinión —por lo general, de una variedad muy pronunciada, como la indignación— se propaga por las redes sociales y nos contagia del deseo de compartirla.
Hay un aspecto positivo y tonificante en la estimulación de las emociones grupales: la forma en que se nos puede animar a hacer algo por el bien colectivo. Pero si percibes que se apela a emociones diabólicas, como odio, furibundo patriotismo, agresividad o visiones del mundo muy radicales, vacúnate contra ellas y no te dejes llevar por esa poderosa influencia. Lo mejor es evitar la situación grupal si es posible, a fin de mantener tus facultades de raciocinio, o participar en esos momentos con gran escepticismo.
Cuídate de los demagogos que capitalizan el efecto grupal y estimulan estallidos de irracionalidad. Recurren por sistema a ciertas estratagemas. En una situación grupal, empiezan por caldear a la multitud con ideas y valores compartidos por todos, lo que da origen a una agradable sensación de consenso. Se apoyan en palabras vagas pero llenas de emotividad, como justicia, verdad o patriotismo. Hablan de metas nobles pero abstractas antes que de resolver problemas específicos con acciones concretas.
En la política o los medios, los demagogos buscan provocar una continua sensación de pánico, urgencia e indignación. Deben mantener niveles emocionales muy altos. Tu defensa es sencilla: considera tus facultades racionales, tu capacidad para pensar por ti mismo, la cual es tu bien más preciado. No permitas que nadie desconozca tu independencia de criterio. Cuando sientas que estás en presencia de un demagogo, sé doblemente precavido y analítico.
Una última palabra acerca de lo irracional en la naturaleza humana: no supongas que las más extremas clases de irracionalidad han sido vencidas por el progreso y la instrucción. A lo largo de la historia hemos atestiguado persistentes ciclos de ascensión y caída de lo irracional. La gran edad de oro de Pericles, con sus filósofos y los indicios del espíritu científico, fue seguida por una época de superstición, sectas e intolerancia. Este mismo fenómeno ocurrió después del Renacimiento italiano. Que esto se repita una y otra vez forma parte de la naturaleza humana.
Lo irracional simplemente cambia de apariencia. Aunque ya no realizamos cacerías de brujas, hace no mucho tiempo, en el siglo XX, presenciamos los juicios ejemplarizantes de Stalin, las audiencias de McCarthy en el senado estadunidense y las persecuciones masivas durante la Revolución Cultural china. Varios cultos se generan sin cesar, entre ellos a la personalidad y el fetichismo de las celebridades. Hoy la tecnología inspira fervor religioso. La gente tiene una desesperada necesidad de creer en algo y lo hallará en cualquier parte. Las encuestas revelan que un número creciente de personas cree en fantasmas, espíritus y ángeles en pleno siglo XXI.
Mientras haya seres humanos, lo irracional encontrará su voz y su forma de difundirse. La racionalidad es algo que los individuos adquieren, no un producto de los movimientos de masas o el progreso tecnológico. Sentirse superior es signo seguro de la operación de lo irracional.
Paso tres: estrategias para que el lado racional aflore
Pese a nuestras acusadas tendencias irracionales, dos factores deberían darnos esperanzas a todos. El primero y más relevante es la existencia a lo largo de la historia y en todas las culturas de personas de alta racionalidad, los individuos que han hecho posible el progreso. Son ideales a los que todos debemos aspirar. Incluyen a Pericles, el rey Ashoka de la antigua India, Marco Aurelio en la antigua Roma, Marguerite de Valois en la Francia medieval, Leonardo da Vinci, Charles Darwin, Abraham Lincoln, el escritor Antón Chéjov, la antropóloga Margaret Mead y el hombre de negocios Warren Buffett, por mencionar unos cuantos. Todos ellos comparten ciertas cualidades: una realista evaluación de sí mismos y sus debilidades, devoción por la verdad y la realidad, una actitud tolerante hacia los demás y capacidad para cumplir las metas que se proponen.
El segundo factor es que en algún momento de nuestra vida casi todos hemos experimentado instantes de gran racionalidad. Esto suele surgir de lo que llamaremos la mentalidad del creador. Tenemos que llevar a cabo un proyecto, quizá con una fecha límite. Las únicas emociones que podemos permitirnos en estas circunstancias son entusiasmo y energía. Otras nos impedirían concentrarnos. Como debemos obtener resultados, nos volvemos muy prácticos. Nos