Las leyes de la naturaleza humana. Robert Greene

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Las leyes de la naturaleza humana - Robert Greene Biblioteca Robert Greene

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alguno para defenderse, de nada interno que los tranquilice o confirme su valor. Reaccionan entonces con una furia extrema, sedientos de venganza, convencidos de su rectitud. No conocen otra vía para aliviar sus inseguridades. En esas batallas, se hacen pasar por la víctima herida, para confundir a los demás e incluso atraer su compasión. Son quisquillosos e hipersensibles. Se toman personalmente casi todo. Pueden ponerse muy paranoicos y tener enemigos por doquier. Verás en ellos una mirada impaciente o distante cada vez que hables de algo que no los involucre directamente. De inmediato redirigirán la conversación a ellos mismos, con algún relato o anécdota que distraiga el interés de la inseguridad que hay detrás. Son propensos a terribles ataques de envidia si ven que otros reciben la atención que ellos creen merecer. Exhiben con frecuencia demasiada seguridad en sí mismos. Esto les ayuda a llamar la atención y a encubrir decorosamente su gran vacío interior y su fragmentado concepto de sí mismos. Pero guárdate de poner a prueba esa seguridad.

      Con quienes los rodean, los narcisistas profundos establecen una relación inusual y difícil de comprender. Tienden a verlos como una extensión de ellos mismos, lo que se conoce como objetos de sí. Las personas existen como instrumentos de atención y validación; desean controlarlas como se controla un brazo o una pierna. En una relación, inducen a su pareja a que pierda contacto con sus amigos: no toleran tener que competir por su atención.

      Hay narcisistas profundos de mucho talento (para ejemplos, véanse las historias a partir de la página 72) que encuentran cierta redención en su trabajo, en el que canalizan sus energías y obtienen la atención que anhelan gracias a sus éxitos, aunque no por ello dejan de ser inestables y erráticos. A la mayoría de los narcisistas profundos, sin embargo, se les dificulta concentrarse en su trabajo. A falta del termostato de la autoestima, tienden a preocuparse demasiado por lo que los demás piensen de ellos. Esto les complica dirigir su atención al exterior durante largos periodos y lidiar con la impaciencia y ansiedad que acompañan al trabajo. Suelen cambiar de empleo y carrera con mucha frecuencia. Esto se convierte en un paso más al desastre: incapaces de atraer un reconocimiento genuino por sus logros, retornan siempre a la necesidad de llamar la atención por medios artificiales.

      Los narcisistas profundos pueden ser de trato fastidioso y frustrante, y resultar muy dañinos si nos acercamos demasiado a ellos. Nos enredan en sus incesantes dramas y hacen que nos sintamos culpables si no les prestamos continua atención. La relación con ellos es muy insatisfactoria y tener uno como pareja o cónyuge puede ser mortífero. Al final, todo debe girar alrededor de ellos. La mejor solución es hacerse a un lado una vez que los identificamos como lo que son.

      No obstante, una variedad de esta clase es aún más tóxica y peligrosa, debido a los niveles de poder que puede alcanzar: el líder narcisista. (Este tipo existe desde hace mucho tiempo; en la Biblia, Absalón fue quizás el primer caso de que se tenga memoria, pero en la literatura antigua hallamos frecuentes referencias a otros: Alcibíades, Cicerón y el emperador Nerón, por citar unos cuantos.) Casi todos los dictadores y directores generales tiránicos pertenecen a esta categoría. Por lo general, tienen más ambición que el promedio de los narcisistas profundos y pueden encauzar por un tiempo esta energía en su trabajo. Llenos de una seguridad narcisista, atraen atención y seguidores. Dicen y hacen cosas que los demás no se atreven a hacer, lo cual da la impresión de ser admirables y auténticos. Podrían tener una visión de un producto innovador y, como irradian tanta confianza, hallarán a quienes les ayuden a realizarla. Son expertos en utilizar a la gente.

      Si tienen éxito, se instaura una dinámica terrible: atraen a más personas bajo su liderazgo, lo que no hace más que acentuar su proclividad a la presunción. Si alguien se atreve a desafiarlos, tienden a caer en la rabia propia de los narcisistas profundos. Son hipersensibles. También les gusta desencadenar dramas constantes, como un medio para justificar su poder. Son los únicos que pueden resolver los problemas que ellos mismos ocasionan; esto les da más oportunidades de ser el centro de la atención. Un lugar de trabajo nunca es estable bajo su dirección.

      En ocasiones pueden ser emprendedores, sujetos que fundan una compañía gracias a su carisma y capacidad para atraer seguidores. Pueden tener por igual dotes creativas. Pero en el caso de muchos de estos líderes, su inestabilidad y caos interiores terminan por reflejarse en la empresa o grupo que dirigen. No pueden forjar una estructura u organización coherente. Todo debe pasar por ellos. Tienen que controlarlo todo y a todos, sus objetos de sí. Proclaman esto como una virtud —la de ser auténticos y espontáneos—, cuando en realidad carecen de aptitud para concentrarse y producir algo sólido. Desgastan y destruyen todo lo que crean.

      Imaginemos el narcisismo como un modo de calcular el nivel de nuestro ensimismamiento en una escala mensurable de alto a bajo. A cierta hondura, debajo de la marca intermedia de la escala, la gente entra en el ámbito del narcisismo profundo. Una vez que llega a ese nivel, es muy difícil que emerja de ahí, porque carece del recurso de la autoestima. El narcisista profundo se ensimisma por completo, casi siempre por debajo de esa marca. Si por un momento logra involucrarse con otros, algún acto o comentario desencadenará sus inseguridades y se desplomará. Sobre todo, tiende a sumergirse cada vez más en sí mismo con el paso del tiempo. Los demás son instrumentos. La realidad es apenas un reflejo de sus necesidades. La atención constante es su única forma de supervivencia.

      Por encima de esa marca intermedia se encuentra el que llamaremos el narcisista funcional, modelo al que la mayoría de nosotros respondemos. Aunque también nos ensimismamos, lo que impide que nos sumerjamos en nosotros es un coherente concepto de nuestra identidad, al que podemos aferrarnos y amar. (Es irónico que el término narcisismo haya terminado por significar “amor a uno mismo”, cuando lo cierto es que los mayores narcisistas no tienen un yo cohesionado que amar, lo cual es la fuente de su problema.) Esto genera cierta resistencia interna. Quizá tengamos momentos de pronunciado narcisismo que nos sumerjan debajo de la marca, en particular cuando nos deprimimos o encaramos un reto en la vida, pero nos elevamos sin falta alguna. Como no se sienten inseguros ni lastimados todo el tiempo ni andan siempre a la caza de la atención, los narcisistas funcionales pueden volcarse al exterior, a su trabajo y a relacionarse con los demás.

      Nuestra tarea como estudiosos de la naturaleza humana es triple. Primero, debemos comprender cabalmente el fenómeno del narcisista profundo. Aunque son una minoría, algunos de estos sujetos pueden infligir mucho daño en el mundo. Debemos distinguir a los tipos tóxicos que lo dramatizan todo e intentan convertirnos en objetos que puedan usar para sus propósitos. Pueden atraernos con su inusual energía, pero si dejamos que nos atrapen, librarnos de ellos podría ser una pesadilla. Son expertos en invertir la situación y hacer sentir culpables a los otros. Los líderes narcisistas son los más peligrosos de todos; debemos resistir su influencia y ver más allá de su fachada de creatividad. Saber cómo manejar en nuestra vida a los narcisistas profundos es un arte importante para todos.

      Segundo, debemos ser sinceros respecto a nuestra naturaleza y no negarla. Todos somos narcisistas. En una conversación, todos estamos impacientes por hablar, relatar nuestro caso, dar nuestra opinión. Nos agradan las personas que comparten nuestras ideas: son un reflejo de nuestro buen gusto. Si somos firmes, vemos la firmeza como una cualidad positiva porque es nuestra, mientras que otros, más tímidos, la juzgarán ofensiva y valorarán la introspección. Todos gustamos del halago a causa de nuestro amor propio. Los moralistas que pretenden distinguirse y condenar a los narcisistas en el mundo de hoy suelen ser más narcisistas que ninguno: les fascina el sonido de su voz mientras señalan con el dedo y predican. Todos nos ubicamos en un punto u otro del espectro del ensimismamiento. Crear un yo que podamos amar es un acto saludable que no debe estigmatizarse. Sin autoestima, caeríamos en el narcisismo profundo. Pero para trascender el narcisismo funcional, lo cual debería ser nuestra meta, primero debemos ser honestos con nosotros. Pretender negar nuestra condición ensimismada, fingir que somos más altruistas que otros, nos impedirá transformarnos.

      Tercero y más importante, debemos convertirnos en narcisistas sanos. Éstos tienen un concepto de sí fuerte y resistente, rondan cerca de lo más alto de la escala. Se recuperan

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