Diplomacia y revolución. Manuel Alejandro Hernández Ponce
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Sin embargo, otros sectores de la prensa de Estados Unidos rechazaron la viabilidad de una intervención, pues los estadounidenses no podían quejarse por los perjuicios resultantes de la revolución porque era un peligro latente en cualquier país. Se afirmó que nadie “tiene el derecho de reclamar, mientras el gobierno no pueda proteger sus personas y propiedades en contra de una agresión armada y pagar los daños causados” (The Evening Post, 8 de marzo de 1911: 1).
En México, el secretario de Relaciones Exteriores, Enrique Creel, en respuesta a los rumores sobre una posible intervención declaró que el movimiento de tropas estadounidenses no causó inquietud al gobierno mexicano “porque no existe temor de que ocurra conflicto alguno con los Estados Unidos. […] La situación completa, aunque algo desagradable, no es en modo alguno peligrosa” (El Diario, 10 de marzo de 1911: 1). Se especuló que el movimiento de tropas estadounidense en la frontera era una presión psicológica contra Madero. Algunos diarios extranjeros llegaron a asegurar que el líder revolucionario estaba preocupado, por lo que estaba dispuesto a rendirse para evitar la entrada de tropas estadounidenses (El Diario, 10 de marzo de 1911: 1). Como es evidente, la neutralidad anunciada no convenció a todos los sectores de la población en México, por lo que se acusó a la Casa Blanca de buscar cualquier pretexto para intervenir.
La prensa mexicana desmintió muchas de las noticias que publicaron algunos medios estadounidenses, calificándolos de especuladores. Muestra de ello fue la nota del diario mexicano El País, que en marzo de 1911 felicitó a The Times por desmentir la noticia respecto a que “una multitud enfurecida apedreó al Palacio Nacional de Méjico [sic]” (El País, 21 de marzo de 1911: 2), la cual días antes publicó en primera plana. Ello demostró que los corresponsales estadounidenses en México no siempre tenían pruebas de sus informes.
De manera opuesta, los diarios mexicanos también fueron rechazados entre algunos círculos políticos estadounidenses. Un ejemplo de ello fue la protesta pública hecha por el embajador Wilson respecto a una publicación del periódico El Diario el 28 de abril de 1911. En primera plana se presentaron las declaraciones del vicepresidente Ramón Corral, quien aseguró que “los americanos fomentan la rebelión para provocar la intervención norteamericana en Méjico [sic]” (El Diario, 28 de abril de 1911: 1). Por ello, Wilson solicitó al gobierno mexicano que aclarara su postura al respecto, al no creer la autenticidad de la noticia “pues Méjico y sus funcionarios saben muy bien cuántos han sido los esfuerzos de la Casa Blanca para mantener la neutralidad” (El País, 29 de abril de 1911: 1).
La guerra de declaraciones y rumores entre las prensas de ambas naciones fueron parte de los retos a los que se enfrentó la diplomacia. Ninguna aclaración oficial pareció suficiente para disipar en los estadounidenses el temor a la barbarie, y en los mexicanos el sentimiento de rechazo al intervencionismo yanqui.
En el Senado de Estados Unidos se desarrollaron acalorados debates entre demócratas y republicanos. Mientras el senador Stone de Misuri solicitó a Taft que ordenara el envío de tropas a México, el senador Bacon de Georgia “concedió que han muerto algunos americanos inocentes en la frontera de México, pero los Estados Unidos no pueden inmiscuirse en ciertas cosas, pues hay que mirar el futuro y medir los actos” (El Diario, 11 de mayo de 1911: 2). La postura de los republicanos se basó en el necesario envío de una armada para “protección”; por el contrario, los demócratas consideraron que “una intervención ocasionaría una guerra, en la que seguramente habría que lamentar la muerte de miles de americanos y mexicanos” (El Diario, 28 de abril de 1911: 1). Al final, el Senado concluyó que la intervención sería una acción precipitada, con lo que se respaldó la postura del presidente. El embajador Wilson consideró que el triunfo rebelde significaría la “debilidad o desgracia” tanto del gobierno federal como de los intereses norteamericanos (Cosío Villegas, 1961: 392-399).
Por instrucciones presidenciales, el ministro de Estado, P. Knox, solicitó al embajador Wilson que “desmienta los rumores que han circulado relativos a una intervención americana, pues nada está más lejos de las intenciones del Gobierno de los Estados Unidos” (El País, 13 de mayo de 1911: 1). Negada cualquier intervención sólo quedaba esperar que en las próximas semanas se estabilizara la situación en México. La preocupación del Congreso estadounidense se enfocó en la pérdida de bienes, mercados y privilegios adquiridos durante el porfiriato.
El intervencionismo, controversias y discursos estadounidenses
Para los primeros meses de 1911, la revolución ocupó las primeras planas de la prensa estadounidense. Específicamente, el tema fronterizo preocupó a la Casa Blanca, por lo que volvieron a ser noticia las posibilidades de un despliegue militar. Los enfrentamientos armados en México amenazaban la franja fronteriza. Un escándalo ejemplar fue una batalla desarrollada cerca de Douglas, Arizona, en la que “fueron heridos siete pobladores de la localidad por balas perdidas” (Hopkinsville Kentuckian, 20 de abril de 1911: 4); la intervención armada pareció la única manera de asegurar la pronta pacificación.
Los daños sufridos por la población extranjera no se limitaron a la estadounidense, por ello el ministro de España, Bernardo de Cólogan, solicitó la intervención de las autoridades para castigar a los bandoleros que saquearon la hacienda de Atezingo (Chietla, Puebla), pues “se dio muerte de una manera infame a seis españoles que eran empleados de esa propiedad rural” (El Imparcial, 27 de abril de 1911: 1).
La violencia en México no respetó nacionalidades, aunque se culpó al bando rebelde de los ataques a los extranjeros, así como al gobierno que no intervino. Ante el cuestionamiento respecto al asesinato de extranjeros en México, el presidente Taft declaró: “he consultado todo el asunto al Congreso para decidir si la situación es lo suficientemente grave como para la intervención” (Hopkinsville Kentuckian, 20 de abril de 1911: 4). Para el presidente, la intervención iniciaría una costosa guerra, por lo que cualquier acción debía ser cuidadosamente analizada.
Una noticia que causó controversia en Estados Unidos fue la de una posible invasión del Imperio japonés sobre México. De acuerdo con las denuncias de algunos residentes de Alamogordo, Nuevo México, los japoneses que residían en algunas localidades de Baja California eran exmilitares enviados con el objetivo de colonizar América. La magnitud de la amenaza fue “una colonia de seis mil japoneses a lo largo del golfo de California desde la costa […] Algunos dicen que hay mil doscientos rebeldes cerca de Mazatlán, y ochocientos cerca de Culiacán y esas bandas de cincuenta a doscientos vagando por las colinas cercanas para reunir armas y suministros” (The Alamogordo News, 30 de marzo de 1911: 1). Aludiendo al espíritu de la doctrina Monroe se advirtió que, de no movilizar rápidamente tropas a México, o por lo menos a la frontera, en poco tiempo una amenaza nipona tomaría posesión del territorio.
La amenaza no sólo era percibida por la comunidad estadounidense en su país, sino también quienes vivían en México veían con preocupación la presencia cada vez mayor de japoneses. Otro rumor controversial fue la violación de Estados Unidos a la supuesta neutralidad que abanderó, pues se permitió la distribución de armas y municiones a Madero; aunque se advirtió que era una noticia no confirmada ya que “ello fue declarado por un oficial del gobierno y denegado por otro” (The Amarillo Daily News, 30 de marzo de 1911: 1). Ningún argumento fue suficiente para impulsar una intervención armada sobre México.
A pesar de la abierta neutralidad, los rumores sobre una posible intervención armada estadounidense generaron una reacción inmediata de la Casa Blanca. Ante una serie de notas publicadas por el periódico El Diario, el Consejo de Ministros en Washington solicitó a las autoridades mexicanas que “influya para que no continúen apareciendo artículos que exciten al pueblo mejicano [sic] en contra de los americanos” (El País, 30 de abril de 1911: 1). Se temió que este tipo de noticias sensacionalistas provocaran atentados a la vida de los ciudadanos de Estados