Diplomacia y revolución. Manuel Alejandro Hernández Ponce

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Diplomacia y revolución - Manuel Alejandro Hernández Ponce

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que la guerra abajo del Río Grande puede no llamar mucho la atención, después de todo (East Oregonian, 22 de noviembre de 1910: 1).

      Para diciembre de 1910, las noticias sobre lo sucedido en México ocuparon espacios marginales en la prensa extranjera, lo que daba la apariencia de que la situación revolucionaria estaba bajo control. En una entrevista para la prensa estadounidense, el ministro de Guerra de México aseguró que “los llamados revolucionarios ahora se han vuelto sólo bandidos o fugitivos y han estado huyendo de las tropas por todos lados” (Morgan Country Republican, 1 de diciembre de 1910: 5). Las columnas editoriales de algunos diarios aseguraron que la guerra pronto terminaría en un fiasco, pues el presidente Díaz tomó fuertes medidas represivas. En consecuencia, “los rebeldes han huido a las montañas y la paz ha sido nominalmente restaurada, aunque la pelea continuará por algunos meses. Nadie ha leído la serie de artículos de ‘México Bárbaro’ sin llegar a la conclusión de que el título es ampliamente reservado” (The Denison Review, 7 de diciembre de 1910: 1).

      Según informes de las autoridades diplomáticas, dentro y fuera de Estados Unidos se desestimó que la Revolución mexicana alcanzaría los niveles de violencia reportados en semanas anteriores. Guy B. Marean, residente de Washington quien durante meses trabajó como ingeniero en México, declaró que:

      A juzgar por los periódicos americanos que he visto, se debe imaginar que tuvimos [en México] una revolución latinoamericana en toda regla por aquí, uno con todos los accesorios habituales, un nuevo presidente, propiedades destruidas, y aunque nos causó considerable excitación, en ningún momento los americanos estábamos en algún peligro (The Washington Herald, 11 de diciembre de 1910: 6).

      Marean afirmó que, pese a la revolución, era posible seguir la vida cotidiana, inclusive aceptó haber cargado algunos días su revólver, pero dejó de hacerlo al resultarle inútil e incómodo. Llamó a los estadounidenses a despreocuparse por los acontecimientos en México, pues contrario a otros casos latinoamericanos, la policía no estaba formada por exbandidos, sino hombres leales que no traicionarían al gobierno por favorecer sus propios intereses (The Washington Herald, 11 de diciembre de 1910: 6).

      Para el mes de diciembre, Díaz no dejó de presumir la solidez de su régimen ante la prensa internacional. El día primero, en la ceremonia de envestidura de su octava presidencia, se dirigió a los medios internacionales para reafirmar que su política internacional era amistosa, “nunca ha sido más cordial como lo indicamos de manera convincente durante la celebración del centenario de la independencia de México” (Alburquerque Morning Journal, 2 de diciembre de 1910: 1). Este gesto presidencial se sumó a otros mensajes que desestimaron los peligros de la revolución.

      Pero el giro en la postura hacia México llegó a un punto de exageración, pues algunas notas calificaron más peligroso el tren que la revolución. En un balance anual del Daily Capital Journal se señaló que el ferrocarril de California tenía “la lista de muertes mayor que la Revolución mexicana” (Daily Capital Journal, 14 de diciembre de 1910: 7), con 306 muertos y 2 175 heridos o mutilados. La amenaza revolucionaria se redujo a un conflicto localizado al que se le acababa el oxígeno y “del que se observa un pronto final” (The Washington Times, 31 de diciembre de 1910: 6).

      Los reflectores de la prensa estadounidense apuntaron a las costas del Atlántico, donde se anunció un desembarco de las fuerzas navales estadounidenses; sin embargo, la nación intervenida no sería México sino Honduras. El crucero Tacoma, con su bandera de barras y estrellas, se reportó preparado en las costas de Puerto Cortés para desembarcar a toda su tripulación “con el fin de proteger los intereses americanos de ese lugar” (The New York Tribune, 31 de diciembre de 1910: 2). Se aclaró que la intervención no buscó atacar al gobierno hondureño, sino prevenir posibles daños ante la inminente entrada de tropas guatemaltecas que se disponían a invadir el territorio hondureño.

      En una caricatura de Los Ángeles Herald, se comparó a la revolución con una pelea de niños (uno “revolucionario” y otro a favor de la “facción de Díaz”), en la que la verdadera preocupación del Tío Sam no era que se lastimaran, sino que en medio de la pelea se afectaran las inversiones estadounidenses (véase imagen 2). Los reportes de extranjeros que partían del territorio mexicano fueron cada vez más frecuentes, principalmente viajeros y hombres de negocios que buscaron llegar a Estados Unidos para escapar de la violencia.

      Se temió que los éxodos de refugiados pronto abarrotarían los pasos fronterizos, temores que se fundamentaron tras reportes de la detención de “una importante carga de contrabando humano” (Los Angeles Herald, 23 de noviembre de 1910: 1) hecha por la patrulla costera de San Francisco. Fueron detenidos 38 tripulantes chinos escondidos en contenedores: “acorde a los reportes […] la nave de contrabando procedía de Mazatlán, donde los chinos pagaron una ‘cuota de contrabando’ para ser puestos en costas americanas” (The Arizona Republic, 2 de diciembre de 1910: 1). Los inmigrantes fueron localizados cuando la embarcación cargaba combustible. No fue posible tomar la declaración de los detenidos, pues sólo hablaban chino, aunque se concluyó que estos indocumentados huían de la violencia.

      Imagen 2. Caricatura de la prensa estadounidense.

      Fuente: Los Ángeles Herald (23 de noviembre de 1910: 1).

      Otro caso que llamó la atención fue el del cónsul estadounidense Luther T. Ellsworth de Ciudad Porfirio Díaz (Piedras Negras, Coahuila), quien mediante un telegrama “solicitó al Departamento de Estado, a través del embajador americano Henry Lane Wilson, en Ciudad de México, ser transferido a otra posición” (The Omaha Daily Bee, 3 de diciembre de 1910: 8). Señaló que su decisión fue consecuencia de “insinuaciones que lo acusaban como autor de informes sensacionalistas de la Revolución mexicana que, según reportes, han perjudicado el comercio con México” (The New York Tribune, 2 de diciembre de 1910: 1). Temiendo por su vida, Ellsworth advirtió que, de negarse su transferencia, solicitaría su inmediata renuncia. La seguridad y el buen trato a los extranjeros se desvaneció durante los primeros días de 1911, y ni siquiera la representación diplomática tuvo garantizada su seguridad; la intervención pareció la única salida.

      La ruptura de relaciones entre México y Estados Unidos

      El mensaje enviado por la Casa Blanca a todos los involucrados en el conflicto en México fue de neutralidad, lo cual fue celebrado en México. No obstante, a pesar de que el presidente Taft se comprometió a investigar personalmente el linchamiento de Antonio Rodríguez, las manifestaciones antiestadounidenses continuaron en la capital. En ningún momento la administración estadounidense contempló interrumpir sus relaciones con México, aunque había rumores sobre la renuncia de Díaz (El País, 2 de diciembre de 1910: 1). En el interés de investigar la situación mexicana a fondo, se retiró al cónsul Ellswhorth de Ciudad Porfirio Díaz para que personalmente informara lo sucedido en su distrito, pues “se cree que generalmente que las noticias que ha dado sobre el movimiento sedicioso de los anti releccionistas mejicanos [sic] son demasiado exageradas” (El País, 4 de diciembre de 1910: 1).

      Para la prensa estadounidense, era evidente que la revolución se salía de control al producirse un

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