Diplomacia y revolución. Manuel Alejandro Hernández Ponce
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La intervención fue nuevamente negada por las autoridades estadounidenses, alemanas y mexicanas. No obstante, los rumores no se desvanecieron; la intervención para algunos periódicos mexicanos parecía probable, pues las explicaciones de Taft respecto al movimiento de tropas en la frontera eran poco convincentes, y a ello se sumó el hecho de que Henry Lane Wilson salió del país, poniendo en duda su regreso.26
Para mantener la situación diplomática bajo control y desmentir los rumores sobre el intervencionismo, el secretario de Estado, Knox, instruyó al cónsul Alexander V. Dye en Nogales, Sonora, para que negara todas las falsas historias de intervención. Los diplomáticos estadounidenses fueron encomendados para refrendar la amistad con los mexicanos, “esperando que pronto regresaran las bendiciones de paz” (The Border Vidette, 13 de mayo de 1911: 4). Lo único que estaba claro era la prioridad de garantizar la protección de las vidas estadounidenses.
Ante los rumores de una posible intervención, algunos sectores de la sociedad mexicana en Estados Unidos decidieron organizarse y protestar. Una de las manifestaciones más importantes fue convocada por Gil Blas, quien llamó a la “causa patriótica” para manifestarse frente a la embajada de México en Estados Unidos. La movilización sucedió un día antes de la celebración de Navidad, expresándose “en contra del maltrato de mexicanos a lo largo de la frontera, incluyendo la detención de quienes hubiesen violado las leyes de neutralidad” (The Arizona Republic, 24 de diciembre de 1911: 1). Este episodio fue uno de los múltiples actos públicos que se alzaron en contra de la supuesta neutralidad estadounidense.
Se acusó a la Casa Blanca de simpatizar con el maderismo, una conspiración que abiertamente contravenía a las políticas de neutralidad internacionales.27 De la misma manera, algunos periódicos estadounidenses fueron tachados de prointervencionistas y se les acusó de publicar rumores sobre supuestas intenciones de los rebeldes de volar los puentes al sur de Laredo, México; ello se consideró una “invención de los reporteros de la prensa amarilla, […] porque es bien sabido que hasta ahora no se tienen noticias de grupos maderistas sobre la línea del ferrocarril nacional” (El País, 19 de marzo de 1911: 1). En México se desacreditó a quienes desde el extranjero describían las condiciones revolucionarias como insalvables. La prensa extranjera hizo llamados al gobierno mexicano a poner pronto en cintura a los rebeldes, antes de que la anarquía fuera la ley regente, mismas publicaciones que consideraron que el único antídoto era una acción armada estadounidense.
El Departamento de Estado priorizó el resguardo de la vida e intereses de sus ciudadanos. Al respecto, el cónsul de Ciudad Juárez, Thomas D. Edwards, declaró estar preocupado por sus representados, dado que después del desarme del 40% de los rurales, se presentaron algunos altercados que aunque “no estuvieron marcados por el sentimiento antiamericano” (El País, 19 de marzo de 1911: 1), sí amenazaron a la población en general.
El reordenamiento de las fuerzas armadas en México generó que los cónsules solicitaran instrucciones para actuar conforme a la política neutral de Estados Unidos y a su vez garantizar la protección de sus intereses. La esperanza de los diplomáticos se centró en que Madero cumpliera con su palabra, es decir, que “enviara una fuerza adecuada de tropas regulares a Juárez para restablecer el orden y proteger a los residentes americanos” (El País, 2 de febrero de 1912: 1).
La victoria del maderismo: un nuevo reto para la diplomacia estadounidense
Desde las primeras semanas de lucha armada pareció latente la posibilidad de un conflicto con Estados Unidos. La violencia e inseguridad llevaron a la capitulación de Díaz, argumentando que el prolongar la lucha generaría una posible complicación internacional. No obstante, durante esta etapa “los revolucionarios y los federales tomaron precauciones para no causar daños […] aun cuando Madero y Díaz estaban dispuestos a vencer también estaban decididos a evitar la intervención de los Estados Unidos” (Cosío Villegas, 1997: 26).
Después de que el Departamento de Estado evaluó la situación en México, determinó que eran pocas las opciones no militares para impedir que se replicaran los actos antiestadounidenses. No obstante, antes de que se optara por protestar diplomáticamente ante el creciente sentimiento xenófobo, irrumpieron profundos cambios en el panorama político mexicano. El recrudecimiento de los combates en México generó que la prensa vaticinara la pronta intervención estadounidense.
Para disuadir cualquier rumor, el cónsul en Veracruz, William Canada, señaló: “mi gobierno tiene la más sincera amistad por México y su pueblo a quien se espera pronto regresará la bendición de la paz” (El Dictamen, 14 de mayo de 1911: 1). Por instrucciones de Knox, se aclaró que el gobierno de Estados Unidos no intervendría con la política mexicana, y su única demanda sería que se cuidara la vida de sus ciudadanos.
Ante las noticias sobre las derrotas del ejército federal, el cónsul estadounidense en la Ciudad de México informó que el 24 de mayo se reunió una multitud en el Zócalo para exigir la renuncia de Díaz. A las pocas horas los protestantes fueron atacados por fuerzas locales que los dispersaron. Al día siguiente, se reportó que a unas cuadras del consulado de Estados Unidos en México se dio otro enfrentamiento entre la guardia local y los ciudadanos, escena que desembocó en una importante cantidad de muertos y heridos.
El cónsul informó a la Casa Blanca que “al finalizar el día, algunos problemas causados por la turba fueron finalmente dispersos cuando fueron informados de que el presidente Díaz había renunciado”.28 Lo que causó sorpresa al cónsul fue la combatividad de la población, por lo que se temió que la violencia del norte del país se replicara en la capital.
Tras la toma de Ciudad Juárez y la renuncia de Díaz, Madero se proclamó por todos los medios posibles “amigo del pueblo de Estados Unidos”. Victorioso, frente a pobladores de El Paso, Texas, prometió que “haría cualquier esfuerzo para suprimir el sentimiento antiamericano y difundiera el espíritu en todo el país de que Estados Unidos es y era el mejor amigo internacional de México” (The Arizona Republic, 25 de mayo de 1911: 1).
El presidente interino De la Barra se comprometió a indemnizar los daños ocasionados por las acciones maderistas. El maderismo consideró vital ganar la confianza y aceptación tanto de las potencias europeas como de Estados Unidos; sin ello, el gobierno mexicano no tendría la posibilidad de participar en la escena política y económica internacional, por lo tanto, salvaguardar los intereses extranjeros se volvió vital para la vida diplomática mexicana.
La violencia armada en el norte de la frontera afectó a una gran cantidad de propiedades, bienes, derechos y concesiones extranjeros. La revolución, al ser contenedora de múltiples bandos, intereses y actitudes hacia los extranjeros se vio rebasada por una violencia sin concesiones.29 En cuestión de meses quedaron desechas propiedades agrícolas, haciendas, industrias y comercios; en general, la cotidianidad se interrumpió y se hicieron presentes los distintos bandos en pugna. De ello fueron culpados los revolucionaros, junto con grupos de bandidos y gavillas de asaltantes. Ante esta situación se levantaron rápidamente muchas voces de reclamo —tanto dentro como fuera del país— hacia las autoridades civiles estatales y nacionales.
Para Madero, quienes se manifestaron