Diplomacia y revolución. Manuel Alejandro Hernández Ponce
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Fue en este contexto que Arnold Shanklin, cónsul general de Estados Unidos en México, se trasladó a San Antonio, Texas, con el fin de rendir un informe sobre la situación revolucionaria. En una entrevista previa a su presentación en el Congreso, reportó que todo estaba tranquilo “a lo largo de la línea de los Ferrocarriles Nacionales de México entre la capital y Laredo” (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3). Descartó que la revolución fuera un movimiento generalizado en el país y mucho menos con poder de derrocar al gobierno nacional.
Esta misma perspectiva fue compartida por el vicepresidente de la American Smelting and Refinering Company, quien consideró que los reportes que le llegaban de regiones fronterizas como Eagle Pass eran exagerados, pues “el problema en México se ve más en las regiones rurales que en los centros de población […] en general nuestros representativos en la Ciudad de México reportan todo quieto” (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3). Desestimó que la violencia se generalizara, por lo que invitó a sus compatriotas a confiar en los mercados mexicanos.
El 25 de noviembre, el cónsul estadounidense en Ciudad Juárez, Thomas D. Edwards, telegrafío al Departamento de Estado para informar que todo estaba “quieto en su sección, y que aparentemente la excitación en todos lugares de México va decreciendo […] los reportes de lucha en Torreón, Gómez Palacio, Parral, Durango y Zacatecas son exagerados y las condiciones en esos pueblos son ya casi normales” (The Tacoma Times, 25 de noviembre de 1910: 1). Aun cuando todo pareció regresar a la normalidad, algunos estadounidenses dejaron el país mediante las vías ferroviarias, por lo que era tarea del diplomático coordinar su retorno a Estados Unidos.
El embajador mexicano, León de la Barra, comentó a la prensa estadounidense que los informes sobre la violencia revolucionaria publicados hasta el momento eran totalmente exagerados; sin embargo, no aclaró cuál era la situación en México, pues no poseía informes o datos oficiales de su gobierno (The Arizona Republic, 23 de noviembre de 1910: 1), y sus declaraciones eran sólo su apreciación personal.
A finales de noviembre, Los Ángeles Herald anunció en una nota editorial que “las presentes indicaciones son que la ‘revolución’ mexicana puede terminar antes de que los hombres de las fotografías puedan llegar ahí” (Los Ángeles Herald, 30 de noviembre de 1910: 9). La revolución fue considerada más un problema poselectoral que un levantamiento similar a los casos de Nicaragua, Cuba y Puerto Rico, por lo que se esperó su consumación en cualquier momento.
No pasaron muchos días para que la revolución tomara tintes políticos dentro de Estados Unidos. Se discutió la necesidad de una intervención armada para asegurar la pacificación y si parte de la culpabilidad por la guerra en México era estadounidense. Uno de los señalamientos más controversiales fue el de Víctor L. Berger, congresista socialista de Wisconsin, quien declaró:
Morgan y otros tiburones de dinero han promovido la rebelión. Su influencia ha causado que el gobierno respalde a Díaz antes y ahora […] Díaz mantiene su trabajo por un cercano entendimiento con Morgan y otros plutócratas cuyas prácticas él ha impulsado, compartiendo con ellos el botín obtenido (Zinn, 2011: 255).
Este congresista denunció que Díaz estaba usando el intervencionismo estadounidense sobre Latinoamérica como argumento para legitimarse. Según sus informantes en México, el régimen porfirista acusaba que
en caso de que los americanos no reconozcan su gobierno, los americanos vendrán y México seguirá el camino de Texas y será anexado a América. Además, se le ha dicho a los mexicanos que la prensa de los Estados Unidos está continuamente insultándolos y que los estadounidenses promedio los miran hacia abajo (East Oregonian, 24 de noviembre de 1910: 1).
Finalmente, Berger hizo un llamado de emergencia, pues consideró que en adelante “este gobierno no deberá interferir con los asuntos domésticos de México a favor de Díaz y Morgan” (Palestine Daily Herald, 23 de noviembre de 1910: 1). Solicitó que se actuara con prudencia, pues México, por su cercanía y amistad, no era Cuba o Panamá.
En este mismo sentido, el profesor Bernard Moses, del Departamento de Historia de la Universidad de Berkeley, calificó a la revolución como consecuencia de “la creación de una aristocracia, la amplia proporción de bárbaros en el país, y el descontento de la gente” (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3). El 24 de noviembre en su cátedra semanal sobre Latinoamérica apuntó:
La raza española parece haber heredado la pasión por la redacción de constituciones y leyes, y cada punto posiblemente esté cubierto en sus documentos. De hecho, está cubierto tan minuciosamente que son a la vez complicados y difíciles de aplicar.
El ejército es la clave de la situación, pero si se da cuenta que el viejo monarca no les puede dar más, pronto lo pondrán fuera del camino, en espera de otro líder (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3).
Es así como desde Estados Unidos se manifestaron voces que culpaban de la violencia en México a los políticos y empresarios estadounidenses. Si había violencia que amenazaba con extenderse a Estados Unidos, era culpa de la “doctrina intervencionista” de la Casa Blanca y el apoyo incondicional a Díaz. Estas declaraciones coincidieron con las denuncias realizadas por el periodista John Kenneth Turner en que la existencia de un sentimiento antiyanqui en México era consecuencia de la ambición empresarial estadounidense. Un ejemplo de ello fue la llamada “diplomacia del dólar”, que al igual que en el caso de Nicaragua creó más problemas de los que resolvió. Los conflictos armados en Latinoamérica amenazaron con multiplicarse, a menos que la doctrina Monroe se cancelara.
A pesar de las denuncias públicas, en algunos discursos, editoriales y columnas informativas de prensa se desestimó el éxito de la lucha revolucionaria. No obstante, dichos pronósticos llegaron a oídos de Francisco I. Madero, quien afianzó ante distintos medios nacionales e internacionales su decisión de llegar hasta las últimas consecuencias.
Mientras tanto, la presencia de Gustavo A. Madero en Washington siguió causando controversia; su insistencia y algunas victorias del ejército maderista le permitieron entrevistarse con representantes de la Casa Blanca. Las autoridades estadounidenses le advirtieron que él y sus correligionarios violaron la neutralidad estadounidense “porque dejaron el país para liderar una revolución contra un gobierno con el que los Estados Unidos estaba en paz” (The Spokane Press, 3 de diciembre de 1910: 1). Por ello, era imposible ofrecerle alguna relación formal, no obstante, se aclaró que su situación cambiaría sólo si su movimiento triunfaba y se negociaba una amnistía para los porfiristas. En caso contrario, únicamente obtendría “muerte, y la confiscación de sus propiedades” (The Spokane Press, 3 de diciembre de 1910: 1). El todo o nada era lo que el hermano de Madero consiguió en su visita a Estados Unidos; su única victoria fue asegurar que los marines no invadirían el territorio mexicano, por lo menos no inmediatamente.
A finales de 1910 se perdió toda esperanza de que el movimiento armado en México se extinguiera. La situación parecía ir de mal en peor, no sólo por las noticias sobre los enfrentamientos armados, sino también porque el cuidado de los intereses extranjeros era retórico. Para la clase política y la opinión pública estadounidense no importó si Díaz podía sofocar la rebelión, lo realmente importante fue el impacto de la violencia a los intereses estadounidenses. Mientras algunos periódicos de las zonas fronterizas estaban a la espera de que la revolución contagiara a Estados Unidos, en otros diarios (de entidades alejadas de la frontera) se redactaron columnas de opinión que declararon cierto grado de apatía ante el conflicto:
La elección ha terminado [presidencial], el campeonato nacional de béisbol