Los herederos. Alba González
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Al momento de la asunción de la primera Junta de Gobierno de Pueblo Liebig, el 17 de mayo de 1975, la población estaba constituida exclusivamente por personal de la compañía, como lo atestigua el discurso de su primer presidente:
La evolución del pueblo en el aspecto humano ha tenido características muy particulares. No hemos tenido una población adventicia, cambiante, poco duradera. Los que hoy protagonizamos este acto hemos sido testigos de las inquietudes, esperanzas, anhelos y sueños de nuestros padres, y a través de ellos sabemos cómo sintieron y pensaron nuestros abuelos. Una generación tras otra ha ido conformando nuestra comunidad y no es preciso nombrar las innumerables familias que, codo a codo con la empresa, han ido dándole a Fábrica Colón, hoy Pueblo Liebig, una fisonomía propia. 18
La construcción del poblado en las inmediaciones del establecimiento industrial había obedecido al propósito de fijar y disciplinar a la fuerza de trabajo. No obstante, la convivencia de varias generaciones a lo largo de un centenar de años contribuyó a la creación de lazos de sangre entre las familias de los trabajadores. El espacio laboral facilitó el encuentro entre hombres y mujeres que establecieron uniones duraderas y tuvieron descendencia. La genealogía de las familias de extrabajadores ofrece un nutrido entramado de parentesco, casi endogámico.19 Uno de ellos testimonia este “entrecruzamiento” familiar:
Tanto Elba y Marcelo Anselmi son primos hermanos míos, y con Alba y Teresita Arreseigor tenemos tíos en común por el lado de los Izaguirre (Juan José Izaguirre, hermano de Teresa casado con Evangelina Anselmi, hermana de mi madre, son los tíos comunes). Y sería largo también explicar los primos comunes por el lado de los Arreseigor (Rodolfo Arreseigor, hermano de Tito, casado con Isabel Rodríguez, hermana de mi padre, padres de Rodolfo, y tres mujeres más, primos en común). En Liebig es interesante cómo se entrecruzan las familias.20
Esta dimensión material de una vecindad ligada por el parentesco y el trabajo en la fábrica se entretejía con una dimensión afectiva y simbólica, afianzada a través de las políticas sociales empresariales.
Sin embargo, desde el momento en que Pueblo Liebig constituyó una entidad provincial muchas cosas cambiaron.
En primer lugar, tras casi setenta años de permanencia en la Argentina, la empresa Liebig’s se retiró del país, y la planta, junto con una parte de lo que había constituido “el Pueblo”, fue adquirida por un empresario local. La cesión que realizó la compañía a la provincia de Entre Ríos excluía expresamente el edificio fabril, los campos adyacentes y las viviendas del personal jerárquico. Este conjunto de propiedades formó parte del paquete accionario que adquirió en 1980 el empresario Julio Vizental, dueño de otro frigorífico exportador ubicado en la vecina localidad de San José. Aun actualmente la historia de la transferencia de estas propiedades constituye “un enredo judicial”, “una maraña que todavía no se ha podido desentrañar”.21 Un diario local da cuenta de los sucesivos traspasos de estos inmuebles:
Es un berenjenal: primero la Liebig’s transfirió todo a Frigorífico Colón SA, o sea Juan Carlos Vizental; después Frigorífico Colón, o sea Juan Carlos Vizental, transfirió sus activos a Swift Armour SA, aunque después Swift Armour SA volvió a desprenderse de todo cuanto tenía en Liebig y lo pasó a manos de Fortitudo, o sea Frigorífico Colón SA, o sea Juan Carlos Vizental.22
Las ambigüedades y opacidades con relación a “quién es el dueño de esto, aquello, lo otro”, que muchos habitantes de Pueblo Liebig siguen considerando una unidad indisoluble, constituyó una fuente de conflictos que actualizó las sutiles y porosas fronteras entre lo público y lo privado en las vidas de quienes, casi durante un siglo, vivieron en los dominios (y bajo el dominio) de Liebig’s.
En segundo lugar, la venta del establecimiento fabril concluyó en la desactivación de la mayoría de las secciones de la fábrica y el cierre definitivo pocos años más tarde. El fin de la fuente de empleo local derivó en el desplazamiento de la población activa hacia regiones aledañas o con perspectivas de empleo.
Toda esa gente tuvo que salir a buscar otra cosa porque se quedó en la nada, y la mayoría eran todas familias numerosas, porque yo de las que conozco el que no tenía cinco tenía siete hijos, el que no tenía seis, eran muchos. Y uno se remonta a eso, a imaginarte cómo habrá sido la vida de esas personas en ese momento, porque ellos te la cuentan y se les caen las lágrimas. A lo mejor ellos pensaron que su vida iba a terminar en ese frigorífico y sin embargo relativamente jóvenes quedaron sin trabajo. Jóvenes y no tan jóvenes, porque para algunas cosas eran jóvenes y si tenía que salir a buscar trabajo en otro lugar ya eran grandes, ya tenían 45, 40, entonces todos los caminos se les achicaban. 23
Como consecuencia de estos cambios, Pueblo Liebig se vio sometido a dos transformaciones que amenazaron las percepciones de los habitantes sobre su “integridad”, sus formas de vida y los referentes identitarios que un número considerable asumía como propios: por un lado, la clausura de la planta, y por otro la pérdida de espacios que recordaban como de uso “colectivo” (no públicos, porque pertenecían a la empresa) y de los que ahora se veían expulsados. Muchos habitantes sueñan aún con que el Estado los expropie y puedan utilizarse para el turismo: proponen un centro cultural, un museo, un lugar donde se muestren cómo se hacían los productos. Pero hasta ahora nada ocurrió; las ruinas de la fábrica siguen, incólumes, recordándoles cada día lo que fue y ya no es.
En el año de la desaparición de la fuente de trabajo vivían en Pueblo Liebig 763 personas y en los años subsiguientes la población continuó decreciendo, llegando a contarse entre los poblados en riesgo de desaparición.24 En la década de 1990 la población se había reducido a poco más de seiscientos habitantes, aproximadamente la mitad de los pobladores estables que tenía a principios del siglo XX.25 Como tantas otras localidades que sufrieron el pavoroso proceso de cierre de fábricas y levantamiento de ferrocarriles que se produjo entre los años 80 y 90 y dejó a miles de localidades aisladas y sin recursos, Pueblo Liebig se transformó de una comunidad de trabajadores, en una multiplicidad de individuos que vivían en su mayoría de planes sociales. En 2001 casi el 45% de la población no contaba con obra social o cobertura de salud, lo que reflejaba un alto grado de informalidad laboral (Lukasch Liebau, 2009).
Los problemas vinculados con esta “nueva” cuestión social se hicieron acuciantes: la falta de caminos asfaltados resintió la comunicación y el transporte, la basura comenzó a inundar los baldíos, el problema de la falta de agua obligó, entre otras cosas, a la intermitencia en las actividades de la escuela; las construcciones, sin inversión, comenzaron a deteriorarse. El problema de la vivienda mostró su cara más degradante: a los cuartos antes reservados para los trabajadores eventuales, se mudaron familias enteras; lo mismo ocurrió con las habitaciones del antiguo hotel. Algunos antiguos pobladores se refieren a estos ocupantes como “gitanos” o los relacionan con la nueva “suciedad” que aqueja al Pueblo, vinculada a la precariedad de su vivienda.
En tercer término, en el último decenio, a la población que conservaba aún su homogeneidad y daba una “fisonomía propia” al lugar, se sumaron otros habitantes llegados desde distintas partes del país: los “venidos y quedados”, como los califica una de estas “nuevas” vecinas para diferenciarlos de los “nacidos y criados” en el Pueblo. Una población “adventicia”, para usar el término que escogió el entonces presidente de la Junta local y cuyo significado, según el Diccionario de la lengua española de la Real Academia, refiere a lo “extraño o que sobreviene, a diferencia de lo natural y propio”.
Todos estos cambios implicaron alteraciones en un modo de vida y una cartografía social que se había reproducido por décadas, al mismo tiempo que modificaciones