Ideología y maldad. Antoni Talarn

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Ideología y maldad - Antoni Talarn

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la autoría de la calamidad, señalando que lo sucedido no era la intención de lo buscado. Si han ocurrido desgracias, estas han sido daños colaterales, que no se pretendían originalmente. Las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki pretendían, según los norteamericanos, terminar con la guerra, no matar a 300 000 personas y perjudicar a muchas más.

      C) Invocar pretendidas verdades absolutas que justifican las acciones emprendidas. Argumento propio de fanáticos, sectarios y autócratas.

      D) Alegar que la situación sobre la que se actuó era ya calamitosa de por sí y que lo único posible era optar por la calamidad menos grave. Garzón apunta que los que optan por esta estrategia exculpatoria actúan como si poseyesen un «calamómetro» para medir objetivamente los perjuicios de las calamidades a considerar, cosa imposible de por sí. La ley de obediencia debida de 1987, que dejaba impunes a los militares argentinos, se dictó, según Alfonsín, para preservar la democracia. Bush, Blair y Aznar justificaron la ocupación de Irak (2003–2011) empleado esta estrategia.

      E) Postular que la calamidad era imprevisible. El gobierno de EE. UU. empleó este argumento para excusarse de la masacre de Mi Lay de 196816.

      Se emplee la justificación que se emplee para justificar las acciones dañinas contra los demás, no es posible obviar un detalle nuclear: la libertad y la responsabilidad son dimensiones propias del ser humano y ello implica que las acciones humanas poseen una naturaleza moral. Dañar a otros, cuando es posible no hacerlo e independientemente de los motivos que impulsan esta acción, es un pecado (Villegas). Pecado no en el sentido religioso del término, sino en el sentido psicológico: implica una responsabilidad, una culpa, más allá de que se admita o no; posee una dimensión interpersonal, ética, y se basa en los anhelos egoístas, anómicos, lo que implica un insuficiente desarrollo moral. El autor es muy claro al escribir:

      En este contexto adquiere sentido el concepto de “pecado capital”, entendido como aquella serie de actitudes hacia el mundo y los demás que nos pueden llevar considerarnos superiores a ellos y pretender dominarlos (soberbia), destruirlos (ira) o rivalizar con ellos (envidia); o que nos pueden impulsar a tratar a nuestros semejantes como objetos de deseo (lujuria), acaparar los recursos naturales (avaricia) o consumirlos (gula) como si fueran de propiedad exclusiva nuestra; y, finalmente, que pueden arrastrarnos a desatender nuestras obligaciones éticas hacia el mundo y hacia los demás por desidia, negligencia o falta de compromiso (pereza)17.

      4. Las causas concretas de la maldad

      Por lo que respecta a las causas más específicas del mal Baumeister (1997), apoyándose en diversas fuentes y no pocos estudios realizados en su laboratorio de psicología social, cita las 3 siguientes:

      1) Causa instrumental. Se ejerce el mal para obtener algo: dinero, territorios, poder, sexo, etc. Se emplea la violencia para obtener algo que no se cree posible obtener de ningún otro modo. Se actúa, en este sentido, independientemente de los resultados obtenidos. Algunos violentos, como los terroristas, no suelen alcanzar sus propósitos políticos; otros, como los dictadores, sí lo hacen.

      2) Causa narcisista. Aunque muchas personas violentas poseen una imagen positiva de sí mismas, ejercen la violencia para aumentarla y conservarla (Baumeister, Smart y Boden, 1996). El autor señala que, aunque esto puede parecer una paradoja —golpear a alguien que duda de tu inteligencia no te convierte en un genio, ejemplifica—, lo cierto es que para el violento se evitan las criticas y se refuerza su papel de macho alfa, por así decirlo. La violencia y sus efectos refuerzan la creencia en una –supuesta— superioridad. Los actos malvados efectuados bajo el Síndrome de Eróstrato entrarían, también, en esta categoría18.

      3) Causa ideológica19. Todo tipo de matanzas, genocidios, guerras y masacres se han efectuado, y se siguen cometiendo, en nombre de diversas ideologías, ya sean religiosas o políticas. Y, cómo decíamos, los causantes de las mayores barbaries de la humanidad —Hitler, Stalin, Mao, Pol Pot, Mengistu, Franco, etc.— consideraban que estaban haciendo un bien al tratar de imponer una ideología, cuyo noble fin justificaba los medios empleados.

      Baumeister (1997) menciona también el sadismo, definido como el placer obtenido al provocar el mal, si bien no lo considera una causa directa del mismo. Apunta que este, tras un cierto tiempo de acción, puede llegar a convertirse en motor de algunos victimarios, como propone la teoría de la «motivación del proceso oponente» de Solomon (1980). Dicha teoría sostiene que el organismo, para equilibrar una impresión muy potente —de disgusto en este caso—, activa sensaciones opuestas —de placer—, que al principio son débiles pero que se incrementan con la repetición20. El autor señala que el sadismo también puede actuar en la psicopatía, dada su carencia empática.

      Kekes combina las causas de la maldad ya expresadas en un interesante modelo multicausal. Afirma que las diferentes formas del mal tienen causas diversas y que, por medio de los puntos en común que observa en diferentes escenas de extrema malignidad21, deduce que en todos los casos se deben considerar las condiciones internas y las externas. Las internas vendrían a ser las de tipo personal. En unos sujetos se trata de cuestiones que tienen que ver con la fe, la ideología, las ambiciones o el honor. En otros se trataría del aburrimiento, la envidia, los celos y otros. En el primer caso, el individuo puede sentir que sus ideales son atacados por los demás; en el segundo, que sus condiciones de vida están influidas por los otros. En ambas vivencias los individuos se sienten amenazados, atacados o perjudicados y entonces entra en juego la defensa apasionada de sus ideas o la lucha feroz para salir de su estado. La personalidad de cada cual animará o desalentará ciertas acciones en este sentido. Pero, una vez la pasión y las emociones se ponen en marcha, se falsea la importancia moral de los hechos y algunos individuos pueden llegar a ejecutar acciones muy dañinas sobre los demás. Las circunstancias externas, que serían de orden social, pueden, a su vez, facilitar o atenuar la expresión de esta lucha apasionada.

      Villegas (2018), en base a un interesante modelo basado en el desarrollo moral de los individuos, señala que lo que nos lleva a dañar a los demás son motivaciones egocéntricas. Ciertamente, las causas concretas citadas no respetan la alteridad y esta falta de respeto permite tratar a los demás con maldad, esto es, con la pretensión de dominarlos, destruirlos, abusar de ellos o discriminarlos.

      Armegol (2014; 2018), coincidiendo en gran medida con Baumeister (1997), considera que el mal se hace, fundamentalmente, cuando se actúa de tres modos:

      1) con egoísmo y sin interés por los demás;

      2) con negligencia; y

      3) con ideas y doctrinas que pasan por delante de las personas.

      De todo lo dicho hasta aquí pueden derivarse dos causas concretas de la maldad no excluyentes entre sí:

      A) las causas sistémicas y

      B) las causas disposicionales.

      A) Las causas sistémicas son aquellas en las que las personas ejercen el mal inmersas en un sistema o estructura que lo predispone, precipita y facilita. Las circunstancias sociales, institucionales y grupales son consideradas el factor principal en este caso, si bien nunca puede dejarse de lado el agente individual, puesto que toda colectividad está compuesta de individuos. Sería fácil dejarse llevar por el mito del mal puro y creer que nosotros no reaccionaríamos con violencia o maldad en según qué condiciones. Es posible, desde luego, que no todos pudiéramos convertirnos en torturadores o asesinos. Sin embargo, un ejemplo será suficiente para hacernos cuestionar este punto: la bien conocida historia del batallón 101 en la Alemania nazi (Browning, 1992). Se trataba de un grupo de reservistas, formado por 500 hombres corrientes, sin un adoctrinamiento especial, profesionales de clase media ya demasiado mayores para ir al frente. Se les encomendó la

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